En España durante el siglo XVI la genealogía servía para legitimar la condición social y justificaba las ambiciones. La genealogía notable validaba el ascenso social. Un rey de armas proclamaba los blasones familiares y podía remediar su carencia. La relación del linaje era un instrumento de poder. La prosperidad económica y el crecimiento demográfico del siglo XVI condicionaron un amplio movimiento de ascenso social y la necesidad de mayor producción.
Era conveniente remontar el origen de su familia a la más lejana antigüedad, borrar las manchas, acreditar valiosos servicios a la corona, demostrar el parentesco con linajes reales, descender de héroes o incluso de tener santos en la familia.
Guaman Poma comprendió y asimiló estos argumentos y se compuso una historia familiar a la usanza. Es evidente que su genealogía está llena de fallas. Estas se originan en las intenciones del cronista. El cronista habia servido de escribano y notario; entendía el fin de una probanza de méritos y servicios. Por eso cuenta su historia familiar con un tono es notoriamente apologético y no se somete a ningún escrutinio historiográfico. El afán por construir un árbol genealógico debe verse en el contexto del dominio español del siglo XVI. La preminencia se basaba en el linaje y en los vínculos de sangre. La genealogía creaba una memoria y mostraba públicamente la gloria familiar.
Para conseguir una historia gloriosa la gente acomodaba su pasado o mentía. La probanza de méritos y servicios llena de inexactitudes y falsedades se explicaba por el deseo de la máxima exaltación y la necesidad de ocultar lo que resultara incómodo, inadecuado o peligroso.
El cronista comienza su relato con la historia de su propia familia. Su padre, don Martín Guaman Malque de Ayala fue un indio principal, señor y caballero de este reino, gran servidor de Su Majestad, segunda persona del Inca Túpac Yupanqui y embajador ante el emperador Don Carlos. Don Martin Guaman se presentó ante Francisco Pizarro y Diego de Almagro por encargo de Huascar, Inca legítimo, para jurar paz y amistad con Su Majestad Don Carlos. Don Martín fue lugarteniente de Huascar y como talñ asistió a los cristianos en batalla y sirvió en las guerras del Rey, su señor. Fue en una de estas batallas contra el traidor Gonzalo Pizarro, en Huarinapampa, que Guaman Malque salvó a Luis de Avalos de Ayala, quien había sido desmontado por Martín de Olmos. Guaman Malque desjarretó al caballo de Olmos y mató al jinete. Luis de Avalos, agradecido, exclamó:
Oh señor de este reino, servidor de Dios y de nuestro emperador Don Carlos, aunque seas indio tendrá cuidado Su Majestad de darte una encomienda
Por esta acción ganó Guaman Malque honra y prestigio y pasó a ser conocido como Martín de Ayala.
Luis de Avalos fue padre del medio hermano mestizo del cronista, Martín de Ayala. Guaman Poma describe a su medio hermano Martín como un santo, tanto que no quiso recibir ninguna doctrina sino que entregó su vida al servicio de los pobres en el Hospital de Huamanga. Hizo mucha penitencia, dormía poco en una estera de paja. Por las mañanas venían muchos pájaros para cantarle y recibir sus bendiciones. Los ratones se humillaban y se quedaban quietos mientras hacía sus oraciones. Se despertaba temprano para los maitines y visitaba a los pobres enfermos del hospital. Cada noche los ángeles del Señor se le aparecían al santo hombre. El cumplía muchas disciplinas en su cuerpo, lleva siempre cilicio y jamás usaba camisa. Nunca se rio en su vida, jamás buscaba con la mirada a las mujeres y si acaso tenía que hablar con una, hincaba los ojos en el suelo. Daba grandes limosnas y siempre hacía caridad, lleno de temor a Dios y amor a sus prójimos. Nunca decía malas palabras a los hombres ni a las mujeres ni a ninguna criatura. No consentía que matasen a ningún animal, ni siquiera a un piojo. Se alegraba grandemente por que se casaran los pobres y el mismo les daba la dote para que se casaran bien y sirvieran a Dios.
Martín de Ayala enseñó el Santo Evangelio a su padrastro, a su madre y a sus hermanos. Todos ellos aprendieron a servir a Dios con mucha fe.
En el tiempo en que Martín de Ayala predicó en Huamanga hubo muchos pleitos entre los indios del pueblo de Canaria, donde había establecido un obraje el encomendero Antonio de Oré. El cronista menciona a su hijo, Jerónimo de Oré, heredero de la encomienda, como un hombre cristianísimo. El encomendero tanto como sus encomendados solicitaron al obispo del Cusco, fray Gregorio Montalvo, que el padre Martín de Ayala fuera enviado como cura de aquella doctrina. Muy a su pesar el padre Martín dejó a sus enfermos del hospital para servir como doctrinero. Estuvo allí pocos meses y aunque el encomendero, sus hermanos y todos los indios de la doctrina estuviesen muy contentos con su ministerio terminó regresando a los pobres de su hospital. Allí falleció poco tiempo después y fue enterrado en la iglesia de San Francisco.
Jerónimo de Ore llegó a Nueva Castilla después de la captura del Inca. Participó en las guerras entre los conquistadores. La Corona le otorgó la encomienda de los Hanan Chillques como reconocimiento a su participación, particularmente en la batalla
de las Salinas (26 de abril de 1538). Marchó al descubrimiento de
los Guancachupaicos y en las entradas mandadas por el capitán Pedro Alvarez Olguín y el licenciado Vaca de Castro. Posteriormente Oré se estableció Huamanga. Aparece por primera vez en las actas del Cabildo en enero de 1541. Se le
concedió la vecindad, se le adjudicó un solar y recibió una estancia en Yucay. Caso con Luisa Díaz de Rojas, hija de Pedro Díaz de Rojas, alcanzando una posición elevada en la sociedad huamanguina. Fue regidor en el 1544, en 1557 teniente de corregidor y un año después elegido Alcalde
ordinario. El Cabildo lo hizo Procurador ante el Virrey Toledo durante la Visita General de 1570. Ese mismo año fue nuevamente elegido Alcalde
ordinario.
En las actas del Cabildo figura hasta 1575. Posteriormente su hijo mayor, Jerónimo de Oré, es elegido regidor y continuo la carrera pública de su padre.
Los primeros cabildos repartían tierras entre los vecinos y moradores. Los miembros del Cabildo fueron favorecidos en el reparto. Oré pudo dejar en herencia 6 propiedades, agrícolas.
Felipe II gratificó en
1563 a Antonio de Ore con una encomienda de indios que le sirvió en su actividad minera y en el mantenimiento de un obraje. Además la merced
agregaba una renta anual de 2.000 pesos de oro. En 1563 descubrió una mina de plata llamada Chumbilla. Esta mina era trabajada por los indios encomendados, que vivían en Canaria, a tres leguas de ella. La explotación fue corta, pues la veta se agotó en 1568. Como otros vecinos fue atraído por las minas de azogue de Huancavelica, aunque obtuvo una concesión no llegó a explotarla. En Canaria, hacia 1570, se estableció un obraje, en el que trabajaban 60 indios de la encomienda. Por último, instaló en la ciudad una tienda para la venta de lo producido en sus propiedades y de telas venidas de Europa. Sus hijos siguieron administrándola
La encomienda tenía valor no sólo por el provecho económico sino también por el status que otorgaba. Al
morir Antonio de Oré la encomienda pasó a su hijo mayor Jerónimo en
segunda vida, el hijo de éste, llamado Antonio de Oré, sólo obtuvo
una pensión.
Antonio de Ore tuvo una familia numerosa. Jerónimo, el primogénito, Cristóbal de Serpa,
Gonzalo de Oré, Francisco de Oré, Florencia de Tejada, María de Padilla y los
frailes Antonio, Luis Jerónimo, Pedro
y Dionisio. Cinco de sus hijas profesaron como clarisas, en el monasterio de Huamanga:
Ana del Espíritu Santo Serpa, Leonor de Jesús Tejada, María de la
Concepción Rojas, Inés de la Encarnación Oré y María de la Purificación Oré.
Antonio de Oré se vínculo fuertemente con la orden franciscana y principalmente con el monasterio
de las clarisas de la ciudad. Fray Diego de
Córdova y Salinas recuerda en su crónica a Antonio de Oré como hombre ilustrado y piadoso. No sólo enseñaba con su ejemplo virtud, sino también letras, música y latín. Oré solvento la fundación de un monasterio en Huamanga con los beneficios del descubrimiento de una mina cercana al pueblo de Canaria. La obra del edificio duró cinco años. La veta rindió lo necesario para su financiación. Oré entregó terrenos que tenía en la ciudad e
invirtió 20.000 pesos de oro.
Cuando sus hijas profesaron, hizo una donación adicional de 2.000 pesos, puestos en censo sobre unas casas en
la plaza principal y sobre cuatro solares.
Murió con mas de 60 años y fue sepultado con honor y pompa, con cuatro hijos frailes franciscanos y cinco
hijas monjas, los tres en el altar, el uno que decía la misa y los
dos que le sirvieron de diácono y subdiácono y el otro en el
púlpito y las hijas en el coro, que como ángeles ofrecieron
la misa.