Flores Galindo se dedicó a la tarea de liberar las
palabras (y por tanto los conceptos) de la distorsión de sus significaciones,
realizada por el orden establecido. Por eso rescató el término andino, usado
por la antropología americana de 1950. Buscó remodelar el vocabulario del
historiador, despojándole de su falsa objetividad; para moralizarlo en términos
utópicos. La moralidad de Flores no es ideológica porque no pretende ser absoluta.
Frente a una sociedad amoral, el convirtió a la ética en un arma política, una
fuerza efectiva que impulsa a la gente a desacralizar a los líderes nacionales
y las ideas que han querido imponer. También lo había dicho Heraclio Bonilla:
la Cripta de los Héroes de la Guerra del Pacífico debía abrirse para todos los
campesinos que pelearon en la campaña de la Breña.
Flores Galindo exploró el significado de ser peruano. Ser
peruano es sentirse humillado. Ser o sentirse humillado significa para el sujeto no
reconocerse como los demás, identificarse como demasiado poco, de forma que esa
carencia le hace merecedor de un trato denigrante, que le inhabilita como ser
humano. Ser o sentirse humillado es convertirse en algo que sobra, que debe ser
escondido, apartado o eliminado. El humillado experimenta la amargura de su
condición y se ve obligado a afrontar las emociones que suscita esa degradación
forzosa. Se somete con frecuencia, se subleva a veces. ¿Cuáles han sido y
continúan siendo las razones de ese maltrato que no necesita pruebas para
justificarse, o que es capaz de inventarlas para poder negarle a alguien el
derecho a la igualdad, la libertad, la dignidad, incluso la vida, sólo por las
diferencias que tiene o que se le atribuye? ¿Cuáles son los mecanismos que
generan, permiten desarrollar y acaban legitimando esa construcción social del
otro como enemigo al que hay que someter, neutralizar y suprimir, después de
haberlo humillado?
La
peruanidad es un ideal que ha perdido su antigua dignidad y poderío, que ha
muerto con del Busto y que afortunadamente no tiene sucesores. Este ideal es un
ídolo, su brillo es artificial. Del Busto se aferra al valor de ese ideal con
una frivolidad inevitable. Nos habla de su fe en la peruanidad con la sonrisa
de los adivinos, más preocupado en que los otros crean que en creer el mismo. Al
final, la peruanidad se revela como una ficción útil para un grupo, el que se
aprovecha de los peruanos. Por ejemplo, quienes detentaban el poder durante la
República oligárquica. Esta apariencia les sirvió para responder a la pregunta
por el significado de “peruano”. Del Busto pretendía que este significado era
objetivo, no el resultado de los sujetos que lo formularon.
La
República oligárquica estuvo atravesada por este anhelo de aparentar. El país
quedó deformado por lo que no era auténtico. El lenguaje se convirtió en
amaneramiento retórico y exhibicionismo sentimental. Pocas cosas pueden
sentirse tan pretenciosas y artificiales como la semblanza de Pizarro hecha por
Felipe Sassone. Se busca impresionar dando el aspecto de algo importante. Se
formaron los mitos de epopeya de la Conquista, la arcadia colonial y Lima
ciudad jardín. Los materiales fueron usados de manera tramposa. El dorado era
pintura y el mármol era yeso. Se intentó resucitar el pasado colonial en un
nuevo estilo, la ciudad se lleno de copias: casas de estilo Tudor, castillos
medievales, palacios renacentistas, hoteles franceses, incluso templos griegos,
con columnas y cariátides. La vida pública era una escenificación y se echó
mano al único escritor que había alcanzado éxito editorial para demostrar el
supuesto fasto colonial. La actitud de los oligarcas, y de sus historiadores,
frente al pasado era la celebración: lo adornaron, lo decoraron, lo arreglaron
de modo que tuviera el aspecto de algo valioso. Pregonaban que el Perú era un
país que valía algo y de ese modo se ahorraban el esfuerzo de hacer algo.
Esta
actitud de aparentar abrió el camino al oportunismo histórico de Haya de la
Torre. Este oportunismo reduce la verdad a un criterio de pura eficacia. El
error queda desprovisto de su horror ontológico y la verdad se define como un
error provechoso. Es la verdad que declaraban Fujimori y Montesinos: era
verdadero lo que les convenía. El culto a la apariencia de los historiadores de
la peruanidad fue el maestro de los operativos psicosociales de la dictadura.
Flores
Galindo rechazó la teoría de la historia de los peruanistas porque al objetivar
la historia legitimaban el orden social existente, eliminando la posibilidad de
libertad y originalidad para un país andino. Los peruanistas habían convertido
al Perú en una cosa, cerrada al cambio. Flores Galindo creía que el Perú era
una comunidad e intento recuperar la apertura de ser peruano, apertura de significados
y de posibilidades. El Perú no es un ente que se nos muestre objetivamente,
sino que debemos seguir generando significados para ser peruano. Es necesario
conservar la curiosidad para seguir escuchando lo que aun no se ha dicho. O de
otra forma: el discurso del conocimiento está formado por paradigmas sucesivos de
validez temporal que anulan la pretensión de un saber definitivo. El
conocimiento de la historia se realiza de dos maneras: como aceptación de un
paradigma (un consenso temporal y transitorio sobre lo que sabemos) y como
suspensión de la validez de cualquier paradigma, en función de aquello que aún
no ha sido dicho (lo que aún no sabemos). El conocimiento de la historia de lo
no dicho es el conocimiento de las voces que han sido silenciadas, la voz de
los que perdieron, de los oprimidos, de los ninguneados. O como diría Arguedas:
“¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos “pulguientos” indios de hacienda
de nuestro pueblo; de los asnos y los perros el más azotado, el escupido con el
más sucio escupitajo? Convirtiendo a ésos en el más valeroso de los valientes,
¿no aceraste su alma?”
Los
que antes eran invisibles se convierten en personajes centrales de la
narración. La historia que proponía Flores Galindo permite darle voz a quienes
la han perdido. No solamente el discurso de los ganadores y poderosos, sino las
palabras de todas las sangres, de todos los hombres.