lunes, 26 de mayo de 2014

¿Los curacas eran nobles?

El mundo andino pasó por transformaciones radicales tras la conquista europea. Las sociedades andinas estaban diferenciadas, pero las jerarquías étnicas no constituían una nobleza andina. Las jerarquías étnicas, los curacas y sus familias, nunca se definieron como un grupo racialmente diferente o separado de sus comunidades. Al contrario, los curacas intentaron mantener siempre el mayor número de lazos de parentesco. Las jefaturas étnicas no hereditarias ni patrimoniales a determinadas familias. De forma distinta, los españoles, como todos los europeos, provenían de una sociedad jerárquica donde una minoría, la nobleza, había dominado la sociedad desde el inicio de la Edad Media. Los nobles poseían riqueza, autoridad política y estima. Se encontraban en la cúspide de una sociedad organizada de manera asimétrica y se beneficiaban de la asimetría. Ellos compartían convicciones que sobrepasaban las barreras nacionales y eran comunes en todos los reinos. 
Los nobles explicaban su hegemonía recurriendo a un esquema tripartito de división de la sociedad. La humanidad había sido dividida en tres partes: los hombres que oraban, los que laboraban y los que peleaban. Cada grupo cumplía una función igualmente importante: los clérigos cuidaban de las almas, los labradores sostenían las necesidades materiales y los nobles defendían a la sociedad. El Código de las Siete Partidas sostenía que “Defensores son uno de los tres estados porque Dios quiso que se mantuviese el mundo”. Los nobles eran guerreros, que combatían con armadura y a caballo, por lo que identificaron los términos nobleza y caballería. 
En España la nobleza estaba exenta del pago de impuestos directos, aunque esta característica no fue universal en Europa. Los nobles no cumplían prestaciones reales, no podían ser sometidos a tormento ni penas afrentosas, estaban libres de ser embargados o de sufrir prisión por deudas. Eran juzgados por un fueron diferente de la gente llana. En los pueblos y villas españoles tenían derecho a la mitad de los cargos públicos, especialmente los mejor remunerados. No podían ejercer artes mecánicas  ni servicios viles, aunque ciertos oficios les estaban reservados. Debían ser hidalgos los monteros, guardianes de la casa real; los alcaides de las fortaleza y presidios; o los mandos de los ejércitos. Aunque los nobles no podían ser obligados a prestar servicio militar, esta fue una elección natural para muchos de ellos. 
Los nobles no fueron un grupo homogéneo, sino que comprendía tres categorías: grandes y títulos, caballeros e hidalgos. Los hidalgos constituían el nivel inferior y más numeroso, casi el 90%. 
La hidalguía se basaba en el nacimiento, en la pertenencia a un linaje antiguo, en la herencia genética. La hidalguía hereditaria, aquella de la que no había memoria de su principio, era tenida por más honrosa. Sin embargo, también podía ganarse como recompensa a logros excepcionales, especialmente bélicos, aunque también pacíficos. El rey podía conceder la hidalguía a través de un proceso de ennoblecimiento, pero también podía reconocerse por el consenso de la comunidad. Existían tres vías para alcanzar la nobleza: el valor, la  virtud y la riqueza. La mejor vía para llegar a la hidalguía era la del valor demostrado en combate, en la Reconquista, en las guerras del rey en Italia y Flandes o, en menor medida, en la Conquista de América. La segunda vía era la virtud o mérito personal demostrado mediante los servicios civiles. Este era el caso de los letrados, quienes habían conseguido la hidalguía por el estudio. La última vía, la de la riqueza, era la forma menos predecible y menos honorable de alcanzar la hidalguía, ya que era necesario que la riqueza no proviniese de una fuente vil. Por definición, los hidalgos no podían dedicarse a las artes mecánicas sino que debían sostenerse con el producto de sus tierras. Era un dicho popular que no se debía ingresar a la hidalguía con llave de oro.
Los nobles europeos se consideraban un grupo racialmente diferente al resto de la población española. Los hidalgos se consideraban descendientes de los godos, el pueblo germánico que conquistó la Hispania romana y que dio los reyes de la monarquía española. La preeminencia de los nobles se basaba en el derecho de conquista. La pureza racial se había mantenido a lo largo de los siglos gracias a los matrimonio concertados dentro de la nobleza. Los hidalgos se percibían a si mismos como valientes, audaces y reacios a soportar la tiranía.
Esta idea de continuidad con los godos no era más que una ficción aduladora para los mismos hidalgos. En lugar de ser una raza conquistadora idéntica y compacta, solo nominalmente la nobleza era un grupo cerrado, ya que se renovaba continuamente con elementos villanos. La nobleza había asimilando paulatinamente a los elementos más emprendedores del pueblo llano. El orden social se fortalecía por la incorporación de nuevas y prósperas familias. La renovación y el cambio ocurría sin que los recién llegados cuestionaran la ideología dominante, ya que el ascenso social se enmascaraba como si se tratara de la más rancia nobleza. En 1520 existían en España 25 familias de grandes y 35 de títulos, pero solo 6 de ellos eran capaces de remontar su linaje hasta las familias nobles prominentes en 1300. Durante el mismo siglo la nobleza se incremento hasta 41 familias de grandes y 99 de títulos. El mismo fenómeno ocurría en el resto de Europa. En Francia un quinto de las familias nobles desaparecía en cada generación. En Sajonia la mitad de las familias nobles desaparecieron entre 1430 y 1550.
Francis Bacon consideraba que la misma condición privilegiada de la nobleza la condenaba a la ruina, ya que los nobles no sabían ser industriosos. La condición noble llevaba aparejada la tendencia a hundirse socialmente. , los villanos, los burgueses, tenían en ansía de progresar que le faltaba a los nobles.  
La Corona española buscó trasladar el ordenamiento social del Viejo al Nuevo Mundo. La lejanía de América dificultaba su gobierno. Después de las guerras civiles de los conquistadores, la Corona se opuso a la formación de señorios y creyó encontrar en los curacas a los mediadores adecuados para controlar a la población andina. Los curacas debían ser los  responsables de extraer excedentes y trabajo de la población andina. 
La Corona transformó la condición de curaca. En tiempos prehispánicos la condición de curaca no tenía rasgos señoriales equiparables a los de un señor feudal. Además la condición de curaca no era hereditaria y su autoridad se fundaba en la amplitud de sus redes de parentesco. Los curacas prehispánicos no se consideraban un grupo separado de la población general, sino que basaban su poder en la existencia de relaciones familiares.
La Corona convirtió a los curacas en señores hereditarios y les otorgó privilegios. Estaban libres del pago de tributos y tenían libertad para desplazarse y comerciar, a diferencia de los indios pecheros, quienes tenían que contar con permiso de a autoridad colonial.  En algún momento se intentó equiparar su condición a la hidalguía, pero existió siempre una fuerte oposición por parte de la República de españoles. Muchos españoles protestaban que no tenía sentido alguno otorgar privilegios a los curacas, ya que todos los indios habían sido creados para obedecer y servir. 
Los curacas solo obtuvieron parcialmente libertad de estudio y de ordenación sacerdotal. Podían tener lugares preeminentes en las iglesias, pero solo ocasionalmente un hijo de curaca podía llegar a ser cura. Los conflictos en la definición de la autoridad curacal se originaba en las justificación de su autoridad frente a la Corona y frente a su comunidad. Los curacas trataron de retener tanto el poder étnico que habían detentado antes de la Conquista como el nuevo poder civil establecido por los funcionarios coloniales, pese a que estos poderes eran incompatibles entre sí. 
La Corona había decidido hacer participar a los curacas en la administración colonial después de la desgraciada experiencia de las rebeliones de los encomenderos, capitaneados con Gonzalo Pizarro en 1544 y por Francisco Hernández Girón en 1553. Los curacas aceptaron el pacto colonial. Continuaron usando los antiguos símbolos del poder, pero adoptaron los nuevos símbolos españoles. Como describe Guaman Poma, los curacas vestían a la usanza española, llevaban espada y pistola, montaban a caballo y anhelaban tener un escudo de armas. Aunque la corona les había reconocido la condición de nobles y los utilizó como funcionarios menores, nunca permitió que ejercieran un poder más allá del ámbito de sus comunidades. La Corona no solo había suplantado el poder imperial cusqueño y los poderes de los señoríos regionales, sino controlaba las provincias. La autoridad de los curacas solamente era local, nunca se reunieron en asamblea ni ejercieron representación del reino. 
Solamente los incas del Cusco alcanzaron una identidad corporativa. Ellos recibieron un trato privilegiado por parte de la Corona española. Desde la perspectiva occidental se equiparó a los incas conquistadores del mundo andino con los godos conquistadores de Hispania. La separación de los incas del resto de pueblos andinos se trasformó desde una distinción étnica a una diferencia estamental. Los incas consiguieron una institución representativa, el Cabildo Inca, que tomaba parte en las ceremonias públicas en condición de igualdad con el Cabildo español.
El problema estuvo al momento de definir la calidad de las jerarquías étnicas diferentes a los incas. Garcilaso quiso resolver el problema postulando la existencia de incas de sangre e incas de privilegio. Este esquema funcionaba en la región cusqueña pero se volvía inútil a medida que uno se alejaba de ella.