La historia debe servir para liberarnos del pasado y no para permanecer encerrados en "cárceles" de larga duración que son las ideas. Las creaciones del imaginario colectivo son instrumentos sobre los cuales los hombres deberían perder su control. Dominados por fantasmas, es imposible enfrentar cualquier futuro. El desafío consiste en crear nuevas ideas y nuevos mitos. Pero es evidente que tampoco se trata de tirar todo por la borda y prescindir del pasado. (Alberto Flores Galindo: Buscando un Inca
No podemos seguir creyendo que las ideas vayan a cambiar el mundo, pero cuando el mundo haya cambiado las personas buscaran otras ideas. Ninguna idea es eterna. No las buscamos por eso sino por su utilidad. Y a veces ni siquiera las buscamos, simplemente se nos ocurren. Flores Galindo en La imagen y el espejo: La historiografía peruana 1910-1986 afirmó que las pretensiones de los historiadores peruanos de elaborar una historia del Perú, donde se imponía la primacía de una de ellas, la tradición criolla, terminó conduciendo a la ruptura. Se volvió evidente la necesidad de romper el modelo especular del conocimiento establecido por los positivistas peruanos Javier Prado (1871-1921), Alejandro Deustua (1849-1945), Jorge Polar Vargas (1856-1932), Manuel González Prada (1848-1918), Mariano H. Cornejo (1866-1942), Manuel Vicente Villarán (1873-1918) y Mariano Iberico (1892-1974). Después la crisis de legitimidad de la oligarquía, se aceptó en lugar de aquel relato único la existencia de diferentes historias del Perú, tanto en el sentido de reconstrucciones alternativas de los acontecimientos, como de líneas de desarrollo de los acontecimientos mismos.
De esta manera llegamos al fin de una forma de entender la historia peruana. De 1920 a 1986, se ha pasado de la búsqueda afanosa de un alma, que era en realidad un espejo en el que se reflejaban los deseos particulares de ciertos intelectuales, al descubrimiento de los otros: el rostro múltiple de un país conformado por varias tradiciones culturales. (Alberto Flores Galindo, La imagen y el espejo, en: Revista Márgenes, Lima: No. 4, 1988. p. 78)
Flores Galindo y Del Busto proponen maneras diferentes de entender la labor del historiador. ¿Finalmente cuál es el motivo de la historia? ¿De qué trata? Para Del Busto la historia trata de hechos, de eventos entendidos como cosas, cosas que aparecen adelante nuestro, ante nosotros, antes que nosotros y que solo podemos aceptar. Para Flores Galindo la historia trata de nosotros, de nuestras acciones, los eventos son vivencias, percepciones y no cosas. Estas diferencias no se remiten a destinos distintos sino a opciones políticas divergentes. Para Del Busto somos espectadores de la historia, la vemos como el paisaje en que estamos inmersos, somos parte de ese paisaje y estamos sometidos las leyes que lo rigen. Nada hubiera espantado más a Flores Galindo que esta aceptación pasiva del pasado, porque no somos espectadores, no somos elementos en el decorado de la historia, piezas de la narración. No es que nosotros pertenezcamos a la Historia sino que la historia nos pertenece, nosotros la moldeamos, la hacemos y la rehacemos. Es nuestra historia, aunque Manuel Scorza se quejaba de que los indios habían sido botados a patadas de la historia. No debemos acercarnos al pasado con el temor a ser empequeñecido por los gigantes de la historia, por los héroes y los prohombres de la Patria, porque nadie es más dueño de la historia que otro.
Para Flores Galindo el trabajo del historiador no podía ser la repetición dogmática de una narración sacralizada. La historia la entendía como una construcción, una obra actual en marcha. Si la historia es simplemente la suma de recuerdos auténticos y verdaderos se vuelven incomprensibles los debates y las controversias. Si el conocimiento histórico es la sucesión de descubrimientos exitosos, entonces los debates del pasado deben entenderse como el enfrentamiento entre historiadores veraces y embusteros. Renunciar a comprender las raíces históricas de la historia significa cerrar y proscribir el espacio para la diferencia y la crítica. Cuando comprendemos los condicionamientos de nuestra perspectiva nos damos cuenta de que no existe una perspectiva privilegiada y eterna, guía infalible para todos los tiempos. Debemos entender que nuestras condiciones socioculturales nos dan el marco donde desarrolla nuestro conocimiento.
La postura de del Busto siempre me produjo escepticismo. Sus libros siempre los encontré sospechosos y llenos de interpretaciones interesadas (él siempre quiso que se aceptara a Pizarro como el héroe fundador del país, como modelo a seguir). Pero del Busto partió de un malentendido y de una contradicción consigo mismo. El pasado no existe como un hecho, de hecho el pasado no existe. El pasado ya fue y es inaccesible a la comprobación objetiva. Del pasado lo único que no queda es el rastro documental. Y este rastro documental depende de la suerte de que alguien haya decidido registrarlo. O que en aquel tiempo otro haya tenido el interés de registrar las acciones de otros. Y decimos interés porque es un registro interesado y parcial.
La misma historia española nos da el ejemplo más claro de ficción y manipulación en la invención y la preeminencia de Castilla. Del Buso debía saberlo, pero no lo mencionaba en sus clases. A nosotros no enseñó que Castilla fue el reino peninsular que emprendió y sostuvo el esfuerzo de la Reconquista. Se había constituido en reino en el siglo XI, cuando se coronó rey Fernando de Castilla. Sin embargo, la hegemonía de Castilla se remontaba al siglo anterior durante la vida y gesta del conde Fernán González. Pero la independencia castellana se originó aún más tempranamente, en 842, cuando fueron nombrados jueces de Castilla Nuño Rasura y Laín Calvo. Dos eruditos tan respetables como Claudio Sánchez Albornoz y Ramón Menéndez Pidal tuvieron que reconocer que se trababa de personajes ficticios y sus hechos fabulosos.Y en relación a Fernán González nos es imposible distinguir al personaje histórico y del literario. Las hazañas que cuenta el Poema de Fernán González son leyendas y cuentos destinados a proporcionar una pasado glorioso a Castilla.
Del Busto se equivocó y nos mintió al afirmar que él trataba con hechos, que exponía hechos en sus libros. El no tenía un acceso privilegiado al pasado, a los hechos del pasado, sino a los vestigios de esos hechos, a sus restos o, a veces, a sus fantasmas. Y muchas veces aceptaba y proponía un relato fantasioso porque le resultaba conveniente. Del Busto exhibe y reclama que tengamos una confianza ciega en las crónicas de la Conquista, pero eso documentos son en muchos casos problemáticos y en todos los casos insuficientes.
Para Flores Galindo el trabajo del historiador no podía ser la repetición dogmática de una narración sacralizada. La historia la entendía como una construcción, una obra actual en marcha. Si la historia es simplemente la suma de recuerdos auténticos y verdaderos se vuelven incomprensibles los debates y las controversias. Si el conocimiento histórico es la sucesión de descubrimientos exitosos, entonces los debates del pasado deben entenderse como el enfrentamiento entre historiadores veraces y embusteros. Renunciar a comprender las raíces históricas de la historia significa cerrar y proscribir el espacio para la diferencia y la crítica. Cuando comprendemos los condicionamientos de nuestra perspectiva nos damos cuenta de que no existe una perspectiva privilegiada y eterna, guía infalible para todos los tiempos. Debemos entender que nuestras condiciones socioculturales nos dan el marco donde desarrolla nuestro conocimiento.
La postura de del Busto siempre me produjo escepticismo. Sus libros siempre los encontré sospechosos y llenos de interpretaciones interesadas (él siempre quiso que se aceptara a Pizarro como el héroe fundador del país, como modelo a seguir). Pero del Busto partió de un malentendido y de una contradicción consigo mismo. El pasado no existe como un hecho, de hecho el pasado no existe. El pasado ya fue y es inaccesible a la comprobación objetiva. Del pasado lo único que no queda es el rastro documental. Y este rastro documental depende de la suerte de que alguien haya decidido registrarlo. O que en aquel tiempo otro haya tenido el interés de registrar las acciones de otros. Y decimos interés porque es un registro interesado y parcial.
La misma historia española nos da el ejemplo más claro de ficción y manipulación en la invención y la preeminencia de Castilla. Del Buso debía saberlo, pero no lo mencionaba en sus clases. A nosotros no enseñó que Castilla fue el reino peninsular que emprendió y sostuvo el esfuerzo de la Reconquista. Se había constituido en reino en el siglo XI, cuando se coronó rey Fernando de Castilla. Sin embargo, la hegemonía de Castilla se remontaba al siglo anterior durante la vida y gesta del conde Fernán González. Pero la independencia castellana se originó aún más tempranamente, en 842, cuando fueron nombrados jueces de Castilla Nuño Rasura y Laín Calvo. Dos eruditos tan respetables como Claudio Sánchez Albornoz y Ramón Menéndez Pidal tuvieron que reconocer que se trababa de personajes ficticios y sus hechos fabulosos.Y en relación a Fernán González nos es imposible distinguir al personaje histórico y del literario. Las hazañas que cuenta el Poema de Fernán González son leyendas y cuentos destinados a proporcionar una pasado glorioso a Castilla.
Del Busto se equivocó y nos mintió al afirmar que él trataba con hechos, que exponía hechos en sus libros. El no tenía un acceso privilegiado al pasado, a los hechos del pasado, sino a los vestigios de esos hechos, a sus restos o, a veces, a sus fantasmas. Y muchas veces aceptaba y proponía un relato fantasioso porque le resultaba conveniente. Del Busto exhibe y reclama que tengamos una confianza ciega en las crónicas de la Conquista, pero eso documentos son en muchos casos problemáticos y en todos los casos insuficientes.
¿Por qué estudiamos historia? ¿Para qué nos sirve? Según Flores Galindo el motivo para estudiar historia era dar significado y orden a nuestra experiencia. El historiador justifica el orden vigente o lo critica. La labor del historiador no se desarrolla al margen de las preocupaciones de su tiempo. El escogió criticarlo, revelando la variedad de las relaciones que habían establecido los hombres, demostrando que el orden de la sociedad y sus valores no eran eternos, sino que tenían ellos mismos una historia. El trabajo del historiador no es visitar un archivo y copiar documentos. Las fuentes documentales, como cualquier otro producto de la actividad humana están sometidas al error y a la intención de sus autores. Por ello, la labor del historiador debe estar abierta al cuestionamiento y dispuesta a la corrección. No es solamente que nosotros podamos moldear nuestra historia, sino que podemos hacerlo de una forma nueva y diferente. Es verdad que a Flores Galindo no le interesaba investigar la herencia común que teníamos con España sino la diferencia que había entre nosotros, andinos, migrantes de la campo a la ciudad, migrantes de Europa, Africa y Asia a los Andes, desconocidos y en busca de conocerse, y ellos, los defensores de la herencia hispánicas, los fervientes convencidos de la única unidad nacional. Flores quería desenmascarar la falacia de que somos descendientes de los conquistadores y que por lo tanto debemos aceptar su herencia. Lo que nosotros somos lo averiguaremos, porque somos lo que sabemos, lo que creemos, lo que imaginamos.
Para Flores la historia no puede entenderse como la repetición dogmática y rígida de hechos y fechas. La historia debe entenderse como una narración en construcción, porque no existe el conocimiento absoluto. Aquellos que lo reclaman son dogmático y nos conducen a la desgracia. Los dogmatismos pueden aparecer en cualquier sociedad, en cualquier grupo. El Perú ha visto aparecer más de una vez a los propietarios de la verdad, de derecha y de izquierda. Cuando uno recorre los pueblos de Ayacucho uno puede ver los lugares donde las vidas de tantos se desvanecieron. Y no es solo que hayan muerto violentamente, sino que murieron por la arrogancia de quienes se proclamaron poseedores de la verdad, dueños de una perspectiva histórica absoluta. Ellos eran dogmáticos e ignorantes y su crimen nos recuerda lo que ocurre cuando alguien se proclama dueño de la verdad absoluta.
El estudio de la tradición es un momento indispensable para la comprensión del conocimiento histórico, pero los pensadores positivistas se negaron a cualquier revisión bajo la falacia identificar tradición y verdad. La tradición criolla se proclamaba poseedora de valores universales y eternos. Sin embargo, el Estado criollo en lugar de unirnos a todos bajo los ideales humanistas y modernos había terminado burlándose y negando la humanidad de la mayoría de los habitantes del país. Flores se interrogó sobre la relación entre los hombres andinos y un Estado que no satisfacía sus necesidades ni valoraba sus capacidades, sino que existía como una institución extraña y opresiva que no los reconocía como ciudadanos. Los nacionales y los indios se diferenciaban por su cultura, su lengua y su color de piel. La única relación que encontró entre esos "indios" y los "blancos" era rabia. El Estado incaico había conseguido un nivel de legitimidad que nunca se repitió en este país. Pero,fue un Estado que no se planteó la necesidad de crear una nación. El mundo andino anterior a la Conquista había sido descrito como el país de Jauja, una sociedad donde nadie sufría hambre o frío, donde nadie padecía abandono por los gobernantes se preocupaban de encontrarle un lugar. El país de Jauja no fue una fantasía sino la confirmación de que otro orden social era posible. Los conquistadores lo conocieron y dejaron testimonio de él.
El Estado colonial se impuso sobre los hombres andinos y adoptó las instituciones del Estado inca para exigirles prestaciones, pero no mantuvo las relaciones de reciprocidad y redistribución establecidas antes. Al iniciarse la República el Estado peruano seguía definiéndose como el Estado colonial, que reconocía una relación asimétrica sobre las personas bajo su jurisdicción. Era una estado patrimonial, constituido alrededor de la figura del rey y de sus representantes, remplazados ahora por los generales victoriosos. No era un Estado nacional, porque no logró transformar a los habitantes del país en ciudadanos. Tenían menos derechos quienes se encontraban más abajo en la jerarquía social. Las clases dominantes continuaban aprovechándose del Estado para dominar a los oprimidos. Este Estado no se apoyaba en el consentimiento de los hombres andinos, a los que no reconocía ni siquiera la condición de ciudadanos. Los hombres andinos tenían derechos restringidos dentro de este Estado, que incluso los trataba como un peligro interno del que defenderse. La misma situación se repitió durante los años del terrorismo: los hombres andinos, campesinos, provincianos, quechuahablantes, pobres, eran el enemigo.
En el Perú el Estado no siempre había sido así. Flores planteó que, antes de la venida de los españoles, el Estado, representado por la figura del Inca, había vivido en armonía con los hombres gobernados. Claro que el hermoso mundo prehispánico es imaginario. También en él hubo conflictos y luchas. Tal vez el país de Jauja sea una ilusión, pero la Arcadia colonial es una mentira.
La Conquista significó el fin del desarrollo independiente del mundo andino, destruyó su orden social y causó la pérdida de la libertad de sus habitantes. La Conquista inició un periodo de devastadora presencia occidental en los Andes. El poder cayó en manos de un grupo privilegiado, que condenaba a la vasta masa de hombres andinos a la pérdida del bien común que antes habían poseído. El mundo andino dejó de pertenecer a los hombres andinos y se convirtió en un mundo extraño, gobernado por leyes extrañas, un mundo en que la vida humana estaba frustrada. Flores buscaba una vía para restaurar la unidad entre el hombre andino y su mundo y sus respuestas desde un principio estuvieron orientadas por su formación religiosa. Sin embargo, la respuesta de Flores no era religiosa en el sentido católico de lo religioso. Su respuesta era filosófica en el sentido humanista, tal como el de Erasmo. Flores buscó recuperar el momento en que pensaba que había existido unidad entre el bienestar del hombre andino y la sociedad. Cuando esta unidad se perdió, la vida del hombre andino quedó a merced de las contradicciones de la sociedad. Los deseos de los hombres andinos quedaron relegados al mundo de lo imaginario, cuya libertad luchaba contra la opresión y la incertidumbre de la vida real. La labor de historiador de Flores Galindo tuvo una misión: analizar las contradicciones que encerraba la sociedad para recuperar un mundo acorde con la dignidad humana.
Es difícil afrontar la defensa del proyecto de Flores Galindo luego de la muerte de las ideologías y del fin de las utopías.