lunes, 30 de marzo de 2015

El marqués de Oropesa, rey no coronado de Perú

El dominio colonial produjo una crisis de identidad en el mundo andino. Altero profundamente el orden social y forzó a los vencidos a soportar la imposición de una cultura extraña. Esta cultura dominante impuesta por la Conquista cambió de forma radical las categorías de la cultura autóctona, suprimió sus instituciones políticas y minó sus raíces  sociales. La Conquista produjo la desestructuración de la sociedad andina y promovió su remplazo por un nuevo orden.
Tras la Conquista las jerarquías andinas comenzaron un proceso de adaptación para integrarse en el orden social y jurídico español y asegurar su propia persistencia. Las élites locales Intentaron adecuarse a las nuevas condiciones de la manera más favorable y negociaron con la Corona su participación en el control de la población. Los relatos de los linajes se convirtieron en instrumentos para ganar y garantizar una posición noble y de predominio.
Para conseguir el reconocimiento de las autoridades españolas, las élites andinas prepararon y presentaron memoriales y probanzas. Mediante estos documentos buscaron tanto el reconocimiento de una nobleza antigua como los servicios realizados a favor de la Corona durante la Conquista.
Estos documentos están redactados con un interés definido y buscaban beneficios económicos y sociales. La Corona aceptó e incluso promovió esta negociación de honores y prerrogativas.
Pizarro inauguró este esquema de negociación tras la muerte de Atahualpa, al apoyar a uno u otro de los hijos de Huayna Capac en sus aspiraciones al trono. Pizarro sostuvo a Tupac Huallpa y, tras su muerte a Manco Inca. Este último decidió oponerse a los conquistadores y huyó del Cusco para intentar restablecer un Estado soberano. Tras el fallido sitio de la ciudad, Manco Inca se refugió en las montañas de Vilcabamba, donde mantuvo un dominio independiente. Fue asesinado en 1544 y sucedido en el tronó por su hijo Sayri Tupac. En 1557 Sayri Tupac prefirió terminar con la resistencia y abandonó el refugio de Vilcabamba para entregarse al virrey en Lima. Guaman Poma nos cuenta que el virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, lo recibió como a “señor y rey del Pirú”. A cambio de su sometimiento se le otorgaron mercedes y beneficios. Le fueron devueltas las tierras del valle de Yucay, que habían sido entregadas como encomienda a Francisco Hernández Girón y que fueron confiscadas por la Corona tras su rebelión y derrota. Sayri Tupac, bautizado como Diego, fue nombrado adelantado del valle de Yucay y recibió encomiendas a perpetuidad, entre ellas Oropesa, con una renta estimada de 150,000 pesos anuales. Desde Lima regresó al Cusco, donde ingresó con gran pompa y coronado con la mascapaycha, a la usanza de los antiguos soberanos. Sayri Túpac se estableció en Yucay junto a su esposa la coya Cusi Huarcay, pero murió a los pocos años, en 1561, dejando como heredera universal a su única hija, Beatriz Clara.
Tras la muerte de su padre, Beatriz Clara fue separada de su madre por orden del virrey Diego López de Zúniga, conde de Nieva, e internada en el convento de Santa Clara en el Cusco. Alli quedó recluida con su futuro dependiente de las decisiones de la administración colonial. Su madre intentó acordar su boda con Cristóbal Maldonado, hijo del Dr. Buendía y hermano del capitán Arias Maldonado, pero las autoridades españolas se opusieron a una nueva unión entre conquistadores y la realiza inca. Su suerte se decidió tras la derrota de Vilcabamba y la ejecución de Tupac Amaru. En 1590, el virrey Francisco Alvarez de Toledo decidió su matrimonio con el capitán Martín García de Loyola, sobrino nieto de Ignacio de Loyola y quien había capturado al inca Tupac Amaru. García de Loyola fue nombrado sucesivamente corregidor de Potosi, Huamanga y Huancavelica. Esta última ciudad había sido fundada a instancias del virrey Toledo bajo el nombre de Villarrica de Oropesa, en recuerdo de su hogar natal, el castillo de Oropesa. En 1592 fue nombrado gobernador de Paraguay y poco el rey Felipe lo nombró gobernador de Chile, con el encargo de pacificar aquel reino. Debemos recordar que el propio Felipe II había sido proclamado rey de Chile al momento de su matrimonio con María Tudor. Se trasladó y se estableció junto a su esposa Beatriz Clara en Concepción. Allí nació su única hija, Ana María Lorenza. La experiencia de García de Loyola como gobernador de Chile fue infeliz, debido a la rivalidad que mantuvo con García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y virrey de Perú. Hurtado de Mendoza recelaba de García de Loyola. Además corría el rumor de que el gobernador quería proclamarse rey de Chile, apoyado en la estirpe de su esposa. El virrey retrasaba los auxilios para la guerra con los mapuches hasta que García de Loyola murió en luchando contra ellos en Curalaba, entre el 23 y 24 de diciembre de 1598.
Ana María Lorenza García Sayri Tupac de Loyola nació en Concepción en 1593. Tras la muerte del gobernador, el virrey Luis de Velasco y Castilla dispuso el retorno de la viuda y su hija desde Chile y su instalación en Lima. Aquí Beatriz Clara Coya se enfrentó a los intentos de otros por tomar control del Valle de Yucay. Falleció en Lima el 21 de Marzo de 1600, dejando por heredera universal de sus bienes a su hija Ana María.
Ya para entonces la Corona había decidido extrañar a los linajes reales americanos. Se dispuso que la princesa inca viajara a España, donde fue recibida por el rey Felipe III. El rey la puso al cuidado de un tío paterno, Juan de Borja y Castro, conde de Mayalde. En 1610 le fueron restituidos sus bienes y en 1611 fue casada con Juan Enríquez de Borja. Este era hijo de Elvira Enríquez de Almansa, marquesa de Alcañices, y de Álvaro de Borja y Castro, hijo de San Francisco de Borja, III General de la Compañía de Jesús, IV duque de Gandía, I marqués de Lombay, Grande de España y Virrey de Cataluña, que sería beatificado por el papa Urbano VIII en 1624 y canonizado por Clemente X en 1671. Además Juan Enríquez era primo hermano del duque de Lerma, valido del rey.
La pareja se estableció en Madrid, donde Ana María de Loyola reclamó a la Corona 40 años de rentas de sus propiedades cusqueñas, que habían sido confiscadas por la autoridad virreinal. Finalmente le fue concedida una pensión de 10.000 ducados, la creación de un feudo en sus tierras de Yucay y el título de Marquesa de Santiago de Oropesa. 
El 1 de marzo de 1614 fue concedido a Ana María Lorenza de Loyola el título Marquesa de Santiago de Oropesa, como un acuerdo final con la linaje real inca y también probablemente por amistad con de su esposo Juan Henríquez de Borja y por la influencia del Duque de Lerma. 
La marquesa designó a su tío Martín Fernández Coronel para tomar posesión de los pueblos de Huayllabamba, Yucay, Maras y Urubamba, ante la oposición virreinal. En 1615 viajó a Perú junto a su esposo, en la comitiva del virrey Francisco de Borja y Aragón, conde de Mayalde y príncipe de Esquilache, primo de la pareja, para tomar posesión de su señorío. Los esposos se avecindaron en Lima, donde nacieron sus hijos, y hacia 1620 viajaron al valle de Yucay. Tras de siete años de permanencia regresaron a Madrid, donde la marquesa falleció.
Felipe III, creador del marquesado de Oropesa, era hijo de Felipe II, contra quien se había rebelado el Inca Tupac Amaru. Tupac Amaru había rechazado la Cédula por la que el rey ofrecía condiciones de paz y reconocía a la Monarquía Inca y sus derechos dinásticos, La Corona había Sin embargo había decidido conceder un título nobiliario y señorío pleno como muestra de perdón real y deseo de reparación, a cambio del sometimiento y vasallaje de los antiguos reyes del Perú. Con la concesión de este título la Corona pensaba haber resuelto la demandas legales de la realeza inca, pero había creado las bases para una identidad en los Andes, que crecería bajo el recuerdo del señorío de los Incas: la monarquía indiana no había desaparecido, sino que subsistía en la persona del marqués de Oropesa.
La Compañía de Jesús mantuvo una relación muy cercana a la realeza inca. La Compañía de Jesús había sido fundada por Ignacio de Loyola en 1534. La Compañía creció rápidamente y tuvo un papel decisivo durante la Contrarreforma, fundando escuelas y centros de estudios superiores en toda Europa. La Compañía llegó en 1566 a Perú y su actividad misionera fue muy exitosa. En todo el Nuevo Mundo fundaron reducciones, siendo las más famosas las de Paraguay y las misiones de Sonora y Sinaloa en el norte de México. La Compañía llegó a controlaron una población de 160.000 personas.
El Virrey Francisco de Toledo se había sentido presionado por la acción evangelizadora de las órdenes religiosas, en particular con la Compañía de Jesús. Llegó a expulsar a los jesuitas de Potosí el 1578. En 1576 el Padre Luis López fue acusado de herejía, apostasía y crimen de lesa majestad, al haber redactado un manuscrito en el cual atacaba duramente al Rey y a su administración y cuestionaba los justos títulos del monarca a poseer el Perú. Se ha atribuido a jesuitas como Blas Valera, Martin de Funes, el Padre Torres y Luis López el proyecto de fundar un reino indígena, libre del control de los conquistadores. Las Reducciones de Paraguay fueron un ejemplo de estos intentos autonomistas. Los jesuitas, que habían crecido de una manera muy importante tanto en influencia como en poder en el Perú en todos los años desde la llegada de los españoles, utilizaban el teatro y las representaciones de manera muy común como herramienta de apoyo en la evangelización. El teatro evangelizador se constituyó en un espacio de comunicación y de influencia cultural en la población indígena. La producción teatral se adaptara a su público y empleaba elementos culturales y eventos locales 
En estas representaciones se honraba al Apóstol Santiago, a quien los soldados españoles se encomendaban a la hora de atacar. La figura del Apóstol Santiago era muy importante y se hacía presencia en el mensaje evangelizador. 
También se dio gran importancia al matrimonio de Beatriz Inca Coya con Martín de Loyola, sobrino nieto de San Ignacio de Loyola, así como al matrimonio de la hija de ambos con Juan Enríquez, nieto de San Francisco de Borja. Cien años después de estas bodas, se pintó un gran lienzo en el que se representaban ambos matrimonios. Este lienzo se conservaba en la Iglesia de la Compañía de Jesús en el Cuzco y se hicieron al menos seis versiones del mismo. A través de estas pinturas los jesuitas querían resaltar los vínculos de la Orden Religiosa con la nobleza indígena. Aun más, el 10 de octubre de 1741, fiesta de San Francisco de Borja, se puso en escena la boda de Don Martín García de Loyola con Doña Beatriz en la Iglesia de la Compañía de Jesús en Cuzco. 
Los marqueses de Oropesa entroncaron con los más importantes santos y evangelizadores españoles: San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja y San Francisco Javier. 
El marquesado de Oropesa gano valor simbólico. Se llegó a identificar a su titular como el heredero legítimo de la antigua monarquía peruana. Sin habérselo propuesto, la Corona había sentado las bases para un discurso que se fundaba en un derecho anterior al dominio español y reclamaba una jurisdicción panandina. Con el marquesado de Oropesa se habría una puerta para el regreso del Inca

miércoles, 18 de marzo de 2015

Peruanidad cívica y étnica

La administración colonial española no tuvo el deseo de formar peruanidad, una nación en los Andes. La homogeneidad que propuso al definir la condición de indio le servía con fines tributarios pero no busca crear una identidad cultural, étnica o civil,  Quería una sociedad bajo control, completamente dual y separada, pero terminó aceptando la existencia de grupos intermedios entre los colonizadores y los colonizados, gente a la deriva, fuera del patrón estamental deseado. Anotaba Flores Galindo que:
A pesar de la estricta demarcación de fronteras jurídicas entre españoles e indios –quienes debían formar dos repúblicas separadas y autónomas- la relación entre vencedores y vencidos terminó produciendo una franja incierta dentro de la población colonial: los mestizos, hijos de unos y otros y a veces menospreciados por ambos. 
Esta dualidad plena establecida jurídicamente fue desdibujándose por la aparición de los mestizos, de los criollos, de los esclavos africanos y de las muchas castas que nacieron de su mezcla, así como de la evolución económica del mundo andino. La Corona no proclamó la existencia de dos naciones diferentes, ya que no existía la organización social a la que ahora llamamos nación. La Corona definió dos estructuras políticas diferentes conviviendo en una misma patria y bajo una sola autoridad, la suya. La determinación de la condición de español o indio se basaba en la atribución de deberes y derechos, no en la identidad nacional, racial o cultural.
Durante los siglos XIX y XX, la historiografía locales (vale decir los historiadores nacidos en nuestro país) se abocaron a la tarea de definir el significado de "peruano". Los historiadores se dedicaron a estudiar el pasado para encontrar aquellas características que nos identificaran y vincularan. Se sentían obligados a encontrar algo con que construir nuestra identidad nacional. Debemos ser conscientes de esto: la nacionalidad fue una construcción. Los historiadores la fabricaron. Ellos imaginaron una nación y emplearon elementos del relato de acontecimientos pasado como ladrillos de su edificios narrativo. Los historiadores ocultaban su forma de trabajar, de manera que nadie notara que la invención de los estados-nación tuviese algo que ver con el nacionalismo.
Los futuristas querían ver en los estamentos coloniales el origen la nación peruana. Se esforzaban en demostrar que la nación peruana era hija de España. Pero las dificultades para comprender el origen de la nación parten de las dificultades para ponernos de acuerdo en la definición de la palabra “nación”.
La palabra nación procede del latín natio, que hacía referencia a los nacidos en el extranjero. La condición que definía la nación era el lugar de nacimiento. Las naciones definidas en el mundo medieval eran localizaciones geográficas laxamente definidas. Por ejemplo, en la Universidad de París se mencionaba cuatro naciones: la honorable nación de Francia, la fiel nación de Picardía, la venerable nación de Normandía y la constante nación de Germania. Esta cuatripartición la volvemos a encontrar en Guaman Poma. Esta clasificación de la humanidad no proclama la homogeneidad de las naciones (dentro de las naciones), sino la existencia de un rasgo común percibido por el organizador.
Desde el punto de vista religioso (y Del Busto asumía un punto de vista religioso) las naciones fueron establecidas por Dios mismo, quien sacó de la única sangre humana todas las naciones todas las naciones de los hombres que se esparcieron por toda la tierra y determinó los límites de sus territorios. Las naciones, como el resto de la creación divina, son hechos naturales. Del Busto no afirma la existencia de naciones sobre una base puramente racial, sino que las apoya tanto en rasgos biológicos como culturales. Las naciones no son características genéticas sino el resultado de la labor de Dios en la historia. El Perú como nación apareció en cierto momento, cuando la patria andina fue fecundada por la sangre de Pizarro.
Es posible que para Del Busto la nación peruana cumpliera un papel fundamental en la historia de la salvación. La Conquista, pese a sus faltas, habría servido a un fin mayor, la cristianización del mundo andino. 
La doctrina de la salvación en Flores Galindo es diferente. La Conquista no fue la liberación de la oscuridad de la idolatría sino un desafío en la historia del mundo andino. La formación de la nación no es la continuación del cautiverio egipcio sino la liberación del mismo. La creación de la nación significa la liberación de los oprimidos.
Existe el consenso que la ciudadanía y su difusión por toda la sociedad caracteriza a las naciones establecidas a partir del siglo XVIII. Son estos mismos derechos civiles los que diferencian a las naciones de las comunidades étnicas y territoriales precedentes. Del Busto creía que el Perú era una nación nueva, mientras que Flores Galindo encontraba su origen en las etnias andinas prehispánicas. Flores creía que la historia narraba los triunfos y los fracasos de esa antigua comunidad.
Cualquiera de las dos posiciones estaba ideologizada, impregnada por distintos modelos de nacionalismo. El nacionalismo de Del Busto era conservador, inspirado en la España de Franco y las dictaduras militares latinoamericanas de derecha. El nacionalismo de Flores Galindo era de izquierda, inspirado en la revolución cubana y en los movimientos de liberación africanos. Del Busto anunciaba que la emancipación del país ya había ocurrido y culminado exitosamente con la proclamación de Independencia. Flores Galindo creía que la liberación del país era una tarea pendiente y que seguíamos presos de la herencia colonial.
La sociedad colonial no tuvo las distinciones claras que refiere Del Busto. Las Repúblicas separadas y las castas no fueron naciones ni se unieron en un proyecto unitario. En la sociedad colonial existieron distintos criterios para calificar a los hombres, sean estamentales o económicos. Entender esto significa comprender que el orden colonial transcurría entre identidades antiguas y definiciones modernas. Blancos e indios no eran sinónimos de amos y siervos o ricos y pobres o nobles y villanos. A pesar que los colonizadores españoles y sus descendientes lo desearan.
Como Flores destaca en Aristocracia y plebe, el mundo colonial no tuvo una semilla de nación sino plebe, gente llana, pueblo en el sentido de pobladores del país. La transformación del pueblo en nación requería el desarrollo de la soberanía popular, de la idea de que la población del país forma una comunidad, comparte una cultura, una tradición y aspira a lograr su autonomía y autodeterminación. Para Flores Galindo el nacionalismo se nutría del utopía andina y retomaba el anhelo milenarista como una religión civil, liberada de las esperanzas ultramundanas y que aspiraba a realizarse en esta tierra.
Del Busto veía en la nación la solución a los problemas que había planteado la Conquista. La identificación como nacionales creaba los lazos que sellaban nuestras diferencias. El problema para Del Busto surge porque el duda entre una nación basada en la soberanía popular y prefiere una nación basada en las características únicas del pueblo peruano. A pesar de que reconoció que el reconocimiento de derechos civiles era la base de la nueva República, se volvió al pasado para encontrar un fundamento étnico, racial, religioso. Para Del Busto la nación peruana se fundamentaba en el esfuerzo por crear una homogeneidad comunal a partir de elementos diferentes. Por eso reclamaba que la verdadera nación era mestiza, mezcla de razas y de culturas. Pero este modelo requería comunicación fluida entre todos los elementos constitutivos, de forma tal que la mezcla pudiera ocurrir. Para compartir una cultura y un saber comunes se necesita un espacio de encuentro, sea en las escuelas, en las elecciones, en el mercado. 
Incluso después de la proclamación de la República persistió la dualidad en la atribución de derechos. No se empleó a la educación como un mecanismo para hacer crecer a la nación sino para reducirla. 
Pocos han reparado en el contenido racista de una categoría tan usual en los recuentos censales como es la de “analfabeto”, para clasificar así –como un grupo inferior y menospreciado- a quienes ignoran el castellano. 
A través de la educación (a través de la negativa a educar a las personas) se privaba a un grupo de habitantes del país de sus derechos.