miércoles, 29 de abril de 2015

La restauración de los Incas

Un siglo después de la primera edición de los Comentarios Reales se publicó en Madrid la segunda edición española, a cargo de Andrés González de Barcia Carballido y Zúñiga.
González de Barcia había desempeñado importantes cargos en la administración colonial española y en su juventud había escrito obras teatrales y poesía. El se abocó a un gigantesco proyecto editorial, buscando difundir las fuentes históricas de la Conquista española. Las obras del Inca Garcilaso desempeñaron un rol principal en la consecución de sus objetivos. Las obras de Garcilaso fueron las primeras en publicarse: empezó con la Segunda Parte de los Comentarios Reales, con el título de Historia General (1722a); luego la Florida del Inca (1722b), y finalmente al año siguiente la Primera Parte de los Comentarios reales (1723).
Barcia escogió comenzar con la Segunda Parte y no con la Primera Parte de los Comentarios reales, alterando el orden y la primacía concebidos por Garcilaso. Su intención era resaltar la gesta conquistadora y dejar al mundo prehispánico como una entidad inferior a la sociedad europea. Ya la Corona no tenía temor de una rebelión de encomenderos y podía emplear el recuerdo de los conquistadores para exaltarse a sí misma.
Los Comentarios reales habían sido empleados por los enemigos de España como un arma ideológica. Los holandeses y los ingleses los habían usado ampliamente para difundir la leyenda negra. Barcia buscó voltear esta arma e incluyó un nuevo prólogo firmado por Gabriel de Cárdenas (que pudo ser el Gonzales de Barcia bajo un seudónimo). El nuevo prólogo era una justificación de la Conquista, enmarcada por la muerte de Atahualpa, primer inca que se enfrentó a los españoles, y la por la ejecución de Túpac Amaru, último descendiente directo de la monarquía inca.
Barcia menciona una supuesta profecía recogida por Walter Raleigh en su libro El Dorado. Barcia menciona que la ejecución de Túpac Amaru I, heredero directo de Huaina Capac, debía servir para acabar con la línea recta de varón y así no tener que restituir a sus descendientes el trono. Raleigh recogió la profecía que predecían la caída del Imperio español y el restablecimiento de la monarquía incaica gracias al auxilio de Inglaterra.
Estos vaticinios de restitución del Imperio Incaico fueron tomados en serio no solo por la nobleza andina, sino por los mismos funcionarios coloniales. El virrey Jáuregui fundamentó su medida de prohibición de circulación de las obras de Garcilaso en el “carácter nefasto” que había tenido la mención en el prólogo de Barcia de una alianza entre Inglaterra y los descendientes de los incas.
Walter Raleigh había hecho en 1595 un viaje a la Guyana buscando El Dorado. Exploró Venezuela, donde remontó el Orinoco, quemó la ciudad española de San José y capturó al capitán Antonio de Berreo, quien habría sido su fuente para la profecía incaica.
Raleigh aseguró haber tenido noticia de un poderoso, rico y magnifico imperio de la Guyana y de una gran ciudad dorada que los indios llamaban Manoa. Esta ciudad que fue conquistada por el menor de los hijos de Huayna Capac, emperador del Perú, en el momento en que Francisco Pizarro derrotaba a sus hermanos mayores Huascar y a Atahualpa, que luchaban entre sí por el poder.
Raleigh propuso un modelo de colonización diferente a la Conquista española: buscó la cooperación voluntaria de los jefes nativos en lugar de remplazarlos en lugar de derrocarlos.
Barcia proclamaba la validez de la bula Inter caetera de 1493, mediante la cual el papa Alejandro VI había dividido esta parte del mundo entre el rey de Portugal y el rey de España. La bula papal fundamentaba la soberanía española sobre las tierras recién descubiertas en la primacía de la Iglesia Católica Romana. Por eso era obligatorio evangelizar e incorporar a los habitantes de esas tierras en la Cristiandad.
Pero el mundo había cambiado radicalmente durante el siglo que separaba la edición princeps de los Comentarios de la edición de González de Barcia. La Cristiandad ya no era universal, sino que se había fracturado en sectas rivales. La autoridad papal había sido cuestionada y el derecho de cesión de territorios había sido contradicho. Francia e Inglaterra colonizaron territorios americanos desconociendo la validez de la cesión hecha por el papa Borgia.
La profecía de Raleigh cuestionaba la legitimidad de la presencia española en el Nuevo Mundo. De acuerdo al derecho sucesorio de las monarquías europeas, la muerte del último descendiente de una casa real incaica debió dar inicio a una nueva dinastía. La muerte de Túpac Amaru representaba el final de la línea dinástica iniciada por Manco Capac, dando lugar a que otros pudieran reclamar el derecho al trono. José Gabriel Condorcanqui se proclamó Tupac Amaru II para recuperar el linaje interrumpido por el Virrey Toledo.
Barcia resaltó la amenaza del expansionismo colonial británico y buscó quitar legitimidad a los reclamos de los herederos de los Incas convirtiéndolos en traidores y aliados de los herejes. 
La mayor parte de los líderes de la Independencia conocieron las obras de Garcilaso. Francisco de Miranda y Bolívar lo citan en sus cartas. San Martín leyó los Comentarios reales en Cádiz e intentó editarlos en Córdoba en 1816. Jefferson tenía dos ejemplares en su biblioteca privado, los que se conservan en la Library of Congress de Washington. Garcilaso es utilizado en los debates de las sociedades patrióticas de Lima, Quito, México, Bogotá y Buenos Aires. En Europa las obras del Inca se habían difundido ampliamente y fueron empleadas como sustento del Derecho Natural, en el desarrollo de utopías sociales y en las ideas de los movimientos ilustrados. Fueron lectores de Garcilaso: Locke, Bacon, Montesquieu, Voltaire, Diderot, Grafigny, Marmontel.
Las obras de Garcilaso tuvieron influencia tanto sobre la nobleza cusqueña como sobre los levantamientos andinos durante el siglo XVIII. El caso más notable fue la Gran Rebelión. José Gabriel Condorcanqui, tomando el nombre de Túpac Amaru II, se proclamó descendiente y heredero del inca de Vilcabamba, Túpac Amaru I, decapitado en el Cuzco en 1572. Los Comentarios reales estimularon la formación de un nacionalismo inca entre los lectores cusqueños.
La lectura de Garcilaso hacia posible la recuperación del pasado y el reclamo de restitución de la antigua soberanía para la población andina. Túpac Amaru habría participado en Lima en 1778 en el círculo de lectores de Garcilaso establecido por Miguel Montiel, comerciante cusqueño que había estado en España, Francia e Inglaterra. 
Montiel nació en 1757 en el pueblo de Oropesa (Quispicanchis). Durante su juventud viajó por las provincias del sur y el altiplano. Después pasó a España, Gran Bretaña y Francia. Vivió en Londres cerca de cinco años y en 1769 regresó a España y al año siguiente retornó a Perú. Conoció a Túpac Amaru en Lima cuando éste litigaba ante la Audiencia por el marquesado de Oropesa. Ambos compartieron la nostalgia por el Imperio Incaico y creían posible su restauración.
Leyeron a Garcilaso en la edición de González de Barcia, publicada Madrid en 1723. Un ejemplar de esta edición es el que figura en el registro de aduanas de los efectos personales de Túpac Amaru cuando regresó de Lima al Cusco en diciembre de 1777.
Tras la derrota de la Gran Rebelión, las autoridades coloniales condenaron todo recuerdo del pasado incaico como una amenaza. Buscaron erradicar todo vestigio del pasado incaico, todo aquello que recordara el mundo andino anterior a la Conquista. Fueron confiscadas todas las copias de los Comentarios reales. Los descendientes de los Incas fueron privados del derecho a utilizar el título de Inca.

domingo, 19 de abril de 2015

La fiesta del Corpus Christi

La vida pública durante la Colonia estaba marcada por fiestas religiosas y espectáculos civiles: celebración de Cristo, la Virgen y los santos patronos, tanto como el ascenso de un nuevo rey o la llegada de los virreyes. Una de las ceremonias más importantes fue la fiesta del Corpus Christi.
Esta celebración fue instaurada en el siglo XIII por la Iglesia Católica como una exaltación del cuerpo eucarístico de Cristo. Promovida por el papa Urbano IV y oficializada por el papa Clemente, debía llevarse a cabo el noveno jueves después de Pascua, o el jueves después del domingo de Trinidad. Desde su creación y más aún después del Concilio de Trento esta fiesta se consolidó como el triunfo de la verdadera fe sobre la herejía, representando las diferencias entre los creyentes y quienes vivían en error, entre cristianos y paganos, conquistadores y conquistados. 
El Corpus Christi celebraba la doctrina de la transubstanciación, pero en los Andes los indios no recibían la eucaristía, aunque danzaban, cantaban y desfilaban en honor del Salvador. La intención era que la fiesta resaltara la diferencia entre colonizadores y colonizados y escenificaba el triunfo de los españoles sobre los andinos. La procesión de Corpus Christi incorporaba elementos no católicos, resaltando aún más las nociones de oposición y de victoria. Cristo era proclamado vencedor de la muerte, del pecado, de la herejía y de los enemigos de la Iglesia y del rey. El esquema formal de la fiesta incluía elementos tomados de las ceremonias imperiales romanas, tales como los arcos del triunfo (símbolo de la superioridad cultural y tecnológica de los cristianos sobre los nativos), doseles, guirnaldas, banderas y tapices y las celebraciones barrocas como cañonazos, fuegos artificiales, música y danzas. El Corpus Christi tomó elementos del ritual incaico, superponiéndose al recorrido del Inca en la plaza de Huaycapata antecedido por las momias de sus antepasados. Los santos de cada parroquia que acompañaban la procesión tomaron el lugar de las momias reales y las panacas. Las autoridades virrenales despojaron a las fiestas andinas de sus creencias originarias y las usaron como elementos de las fiestas cristianas.
La fiesta tenían una carga política marcada, exponiendo y proclamando los argumentos de legitimidad de la Conquista española y de la obediencia a la Corona, pero también justificó a la nobleza indígena bajo su amparo. La retórica y el ritual de la fiesta aseguraban la justicia de la sucesión de la monarquía indiana por la católica. Los descendientes de los incas fueron incorporados a la procesión y exaltadas sus genealogías, sustento de sus derechos y privilegios.
El Corpus Christi aparece como una alegoría del retorno del Inca, investido de una nueva fortaleza religiosa y simbólica. Al reconocer la preeminencia de una antigua monarquía y la nobleza de sus descendientes se convirtió en mito el pasado y se generó derechos y aspiraciones políticas. El pasado glorioso descrito en la obra del Inca Garcilaso de la Vega circulaba visible y tangible, 
La Iglesia colonial después del Concilio de Trento desarrolló un proceso de evangelización europeizante: los indios debían ser incorporados a una Iglesia universal, sin distinciones étnicas o regionales. Se debía predicar un cristianismo culturalmente neutro, pero el lenguaje empleado nunca lo fue. Los códigos occidentales se fusionaron con el imaginario indígena. Los indígenas recibieron un cristianismo con rostro indio, despojada de las creencias religiosas anteriores, pero embebido de las condiciones políticas, culturales e históricas del Nuevo Mundo. 
El mito de Inkarrí pudo nacer de la monarquía indiana y del anhelo de restitución al señor natural, el Inca.
Más tarde la idea de la restitución al soberano se transformó en el anuncio de la resurrección del Inca. El regreso de aquel príncipe escondido fue el sustento de legitimidad de la rebelión de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru. El mismo visitador real José Antonio de Areche estaba convencido que Túpac Amaru había podido convocar a las poblaciones indígenas apelando a la pretensión de descender del tronco principal de los incas y ser el señor natural de estos reinos. La sentencia de Areche contraTúpac Amaru dictada en mayo de 1781 significó estaba dirigida también contra la nobleza indígena, pues busca desconocer el ideario de esta misma nobleza. Prohibir las representaciones incaístas busca acabar con una soberanía alterna. 
El dominio colonial había creado una oposición entre dos sistemas de valores, generando ambigüedad en la identidad de los sujetos colonizados. Los colonizados nunca llegaban a ser miembros de pleno derecho de la sociedad. La identidad colonial buscaba destruir las bases de la cultura autóctona e incluso amenazaba su propia existencia. Pero el sistema de jerarquías y privilegios terminaba creando jerarquías y privilegios entre la población colonizada.