domingo, 19 de abril de 2015

La fiesta del Corpus Christi

La vida pública durante la Colonia estaba marcada por fiestas religiosas y espectáculos civiles: celebración de Cristo, la Virgen y los santos patronos, tanto como el ascenso de un nuevo rey o la llegada de los virreyes. Una de las ceremonias más importantes fue la fiesta del Corpus Christi.
Esta celebración fue instaurada en el siglo XIII por la Iglesia Católica como una exaltación del cuerpo eucarístico de Cristo. Promovida por el papa Urbano IV y oficializada por el papa Clemente, debía llevarse a cabo el noveno jueves después de Pascua, o el jueves después del domingo de Trinidad. Desde su creación y más aún después del Concilio de Trento esta fiesta se consolidó como el triunfo de la verdadera fe sobre la herejía, representando las diferencias entre los creyentes y quienes vivían en error, entre cristianos y paganos, conquistadores y conquistados. 
El Corpus Christi celebraba la doctrina de la transubstanciación, pero en los Andes los indios no recibían la eucaristía, aunque danzaban, cantaban y desfilaban en honor del Salvador. La intención era que la fiesta resaltara la diferencia entre colonizadores y colonizados y escenificaba el triunfo de los españoles sobre los andinos. La procesión de Corpus Christi incorporaba elementos no católicos, resaltando aún más las nociones de oposición y de victoria. Cristo era proclamado vencedor de la muerte, del pecado, de la herejía y de los enemigos de la Iglesia y del rey. El esquema formal de la fiesta incluía elementos tomados de las ceremonias imperiales romanas, tales como los arcos del triunfo (símbolo de la superioridad cultural y tecnológica de los cristianos sobre los nativos), doseles, guirnaldas, banderas y tapices y las celebraciones barrocas como cañonazos, fuegos artificiales, música y danzas. El Corpus Christi tomó elementos del ritual incaico, superponiéndose al recorrido del Inca en la plaza de Huaycapata antecedido por las momias de sus antepasados. Los santos de cada parroquia que acompañaban la procesión tomaron el lugar de las momias reales y las panacas. Las autoridades virrenales despojaron a las fiestas andinas de sus creencias originarias y las usaron como elementos de las fiestas cristianas.
La fiesta tenían una carga política marcada, exponiendo y proclamando los argumentos de legitimidad de la Conquista española y de la obediencia a la Corona, pero también justificó a la nobleza indígena bajo su amparo. La retórica y el ritual de la fiesta aseguraban la justicia de la sucesión de la monarquía indiana por la católica. Los descendientes de los incas fueron incorporados a la procesión y exaltadas sus genealogías, sustento de sus derechos y privilegios.
El Corpus Christi aparece como una alegoría del retorno del Inca, investido de una nueva fortaleza religiosa y simbólica. Al reconocer la preeminencia de una antigua monarquía y la nobleza de sus descendientes se convirtió en mito el pasado y se generó derechos y aspiraciones políticas. El pasado glorioso descrito en la obra del Inca Garcilaso de la Vega circulaba visible y tangible, 
La Iglesia colonial después del Concilio de Trento desarrolló un proceso de evangelización europeizante: los indios debían ser incorporados a una Iglesia universal, sin distinciones étnicas o regionales. Se debía predicar un cristianismo culturalmente neutro, pero el lenguaje empleado nunca lo fue. Los códigos occidentales se fusionaron con el imaginario indígena. Los indígenas recibieron un cristianismo con rostro indio, despojada de las creencias religiosas anteriores, pero embebido de las condiciones políticas, culturales e históricas del Nuevo Mundo. 
El mito de Inkarrí pudo nacer de la monarquía indiana y del anhelo de restitución al señor natural, el Inca.
Más tarde la idea de la restitución al soberano se transformó en el anuncio de la resurrección del Inca. El regreso de aquel príncipe escondido fue el sustento de legitimidad de la rebelión de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru. El mismo visitador real José Antonio de Areche estaba convencido que Túpac Amaru había podido convocar a las poblaciones indígenas apelando a la pretensión de descender del tronco principal de los incas y ser el señor natural de estos reinos. La sentencia de Areche contraTúpac Amaru dictada en mayo de 1781 significó estaba dirigida también contra la nobleza indígena, pues busca desconocer el ideario de esta misma nobleza. Prohibir las representaciones incaístas busca acabar con una soberanía alterna. 
El dominio colonial había creado una oposición entre dos sistemas de valores, generando ambigüedad en la identidad de los sujetos colonizados. Los colonizados nunca llegaban a ser miembros de pleno derecho de la sociedad. La identidad colonial buscaba destruir las bases de la cultura autóctona e incluso amenazaba su propia existencia. Pero el sistema de jerarquías y privilegios terminaba creando jerarquías y privilegios entre la población colonizada.

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