lunes, 11 de febrero de 2013

Del Busto y Flores Galindo II



La posición conservadora de Del Busto se entiende ya que él estaba seguro de su posición en el orden establecido, por eso se dedicó a la defensa de la historiografía más tradicional, la proclamó como valedera y digna de valer por siempre. Para Del Busto no hay superación de ese discurso histórico porque es esencial para nuestra identidad como peruanos. La verdadera identidad de ser peruano es una estructura estable y duradera, objetivamente reconocible y fuente de conductas y normas que alcanzan a toda la sociedad nacional. En lugar de enfrentar a nuestra historia con libertad, el exige que nos sometamos a la objetividad de la ciencia histórica. Se daba cuenta que la gente se había desencantado del relato tradicional, pero reaccionó exaltando hasta el extremo sus valores sagrados: culto a los héroes y peruanidad. En lugar de reconocer los muchos rostros de los peruanos volvió a sumergirse en falso misterio de la arcadia colonial.
A partir del rechazo de la idea de peruanidad recién podemos plantearnos el valor de la historia para la construcción de nuestra identidad. Solamente el abandono final de esta narración tradicional puede abrirnos el camino a una sociedad inclusiva y democrática. Una democracia no puede existir allí donde alguien se proclama poseedor de la verdad verdadera, despreciando las opiniones de los otros. Además, para cualquiera que haya estudiado alguna ciencia social es obvia la disolución de la narración tradicional, a la vez que perdía el poder y el prestigio social que alguna vez tuvo.
La crisis de la historiografía tradicional ha dejado un vacío que no se puede ignorar. La historia como disciplina maestra y guía para los pueblos está muerta. Los historiadores no son conductores ni líderes de opinión. Los historiadores ya no pueden presumir de ser los técnicos especializados del pasado, sino que tienen la tarea de pensar la narración. Los historiadores ya no pueden dictar cátedra y pretender que la gente los escuche en respetuoso silencio y acate sus palabras.
La historia está oculta en lo que se nos presenta cotidianamente, su verdad es la apertura a las interpretaciones que tienen sentido dentro de un horizonte (un paradigma como diría Kuhn), aunque tal la misma idea de algo oculto sirva para reconstruir la metafísica.
Del Busto negaba el valor de la imaginación en la historia recurriendo a Parménides: lo que es es y lo que no es no es. De nada valía especular sobre lo que pudo haber sido, debíamos resignarnos a lo que es y aceptar lo que fue. Desde su punto de vista no existía la libertad en la historia. Los hechos estaban allí antes que nosotros: no extraña su cercanía al fujimorismo y al Opus Dei.
Del Busto nos dice en sus libros la verdad de lo que fue, ya que él como historiador tenía un acceso privilegiado al pasado. El se resistía a aceptar el final de la historia, el final de cualquier narración hegemónica, cuando los historiadores pierden el acceso privilegiado al pasado y poder para guiar y enseñar a las masas.
Flores Galindo intentó elaborar un relato igualmente imaginativo del pasado, una metafísica para las clases populares que se realiza con la revolución, retomando el proyecto de Mariátegui de elaborar una nueva mitología para el proletariado. Pero al contrario que Del Busto, Flores Galindo se mostró imaginativo y abierto a la especulación, buscador de nuevos significados, siempre leyendo el pasado desde el presente, como una tarea pendiente de realizar y no como un recuento de cosas muertas. La historia es una herramienta para comprender nuestra situación, no es una verdad dogmática. Este es el mejor historiador, al que debemos continuar más allá de sus intenciones.
Cuando hemos llegado al fin de la historia no podemos seguir buscando narraciones privilegiadas. Todos los relatos que hacemos del pasado son actuales y corresponden a la experiencia colectiva de cada época. La integridad de la narración que se hace del pasado debe escapar a la esquizofrenia especializada y el delirio autoritario. Los historiadores ya no son sabios ante los cuales los hombres comunes deben inclinarse y escuchar sus palabras en silencio respetuoso, hay que imaginar un nuevo rol para ellos. Flores Galindo era consciente de este desasimiento, de esta pérdida de función que tan dolorosa le resultaba. El sufría sabiendo que la historia ya no servía para nada y en verdad al leer los libros de Del Busto uno comprende que la historia no sirve para nada, que el historiador es el sabelotodo de un concurso televisivo, el predicador de una de las tantas iglesias que proliferan o un artista de la farándula local.
Estos historiadores consagrados han sido degradados. Han perdido autoridad y respecto y se los llama en burla Antonio Dubidubi y Tintin San Agustín. El historiador no es un cronista, su trabajo no es contar el pasado sino hacerlo comprensible. Del Busto se esmeraba en hacerlo pesado. Quería que el pasado pesara sobre nosotros y nos forzara a hincar las rodillas.  Quería reducir la historia a un discurso sobre objetos, mientras que Flores Galindo percibía la historia en un doble sentido, tanto objetivo como subjetivo: no solamente lo que se cuenta sino quien lo cuenta. Del Busto no quería reconocer lo subjetivo de su narración, sino que pretendía que lo aceptáramos como un hecho real y que moldeáramos nuestra conducta sobre esa esencia que él había inventado, la peruanidad, invulnerable a cualquier crítica histórica que se pudiera realizar. Para del Busto la historia nos brinda una base sólida y clara para nuestra nacionalidad, la peruanidad.
Flores Galindo entendía la historia como algo muy diferente: no una voz que se impusiera sobre las otras sino muchas voces, muchos proyectos, muchos discursos para entender lo que nos ha pasado. Para Del Busto no tiene interés debatir lo que significa ser peruano, porque ser peruano es un tema resuelto que llega a una solución esencial, la peruanidad. El significado de ser peruano ya está fijado.
Los intentos de revalorar lo peruano (el culto de la peruanidad de Víctor Andrés Belaúnde, Raúl Porras o Del Busto) son un esfuerzo para convertir una antigua servidumbre en voluntaria. Estos intentos tratan de convertir a los patrones en amos benévolos y buscan dejar sin fundamento a quienes rechazan el orden establecido, asegurando que no puede ser esclavitud un sometimiento libremente aceptado. La exaltación de la peruanidad impide abandonar las rutinas de comprensión de las cosas. Estas nociones buscan quedar lo más lejos posible de la rebelión, no importa cuán destructiva y autodestructiva pueda ser la sociedad occidental aclimatada al país, no importa cuán gran­de sea la distancia entre los habitantes de las ciudades (de las partes más occidentales e integradas a una economía de mercado) y los miserables de los pueblos y las barriadas. El orden establecido emplea la antigua estrategia de la paciencia y la persuasión, la confianza en el progreso (el mito del progreso) y el ascenso social (el problema es el indio y la solución el mestizo), sus falsos elogios a la cultura popular (revalorizar lo andino, lo criollo y lo afroperuano para sostener la sociedad constituida) y la crueldad de su abundancia (que existe a pesar de la miseria de muchos). La transformación del país en una sociedad de la abundancia justifica el dominio occidental.

1 comentario:

  1. La historia no es un cause por el cual debe de discurrir nuestro presente y nuestro futuro, es solo la base que puede explicar la actualidad y todo lo que devendrá. Creer en que el destino es lineal, tiende a ser por decirlo menos, aburrido y triste por que nos quita la oportunidad de poder forjar nuestro propio destino y las características que nos da nuestra debatida peruanidad.
    Bien por el autor del blog. En espera de mayores comentarios.

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