domingo, 27 de enero de 2013

Del Busto y Flores Galindo


El abandono de los relatos hegemónicos de la historia del país es una condición necesaria para el establecimiento de una sociedad participativa y democrática. Si existiera una verdad definitiva sobre la historia las personas no tendrían nada que opinar y la construcción de una identidad nacional sería un proyecto absurdo, ya que esta identidad precedería a las personas. Del Busto busca negar el carácter de artificial (fabricado) de cualquier relato. Para lograr eso insiste en la ficción de la peruanidad.
Del Busto sigue creyendo en la existencia metafísica de la verdad histórica como correspondencia entre el relato y el pasado, se niega a aceptar que su relato es sólo otra versión e insiste en crear una identidad nacional a partir de la aceptación de hechos incuestionables (como si los cronistas no se equivocaran o no mintieran) y en base a esencias (la peruanidad). Para él no existe participación colectiva en la creación histórica del país, solamente aceptación o, mejor, franca resignación. Para del Busto la historia de ninguna manera puede ser una creencia compartida, porque el pasado es una cosa cerrada e inmutable.
Flores Galindo buscó algo diferente, dio un paso más allá reconociendo que la verdad no se encuentra en libros viejos, sino que se construye mediante el dialogo.
Sujetos a la dominación, entre los andinos la memoria fue un mecanismo para conservar (o edificar) una identidad. (Buscando un inca p. 20)
Conservar o edificar, Flores aún vacilaba entre la idea del pasado como una heredad recibida o una labor creativa. Había aprendido que los libros sirven como registro de conocimientos. Pero también sabía que los libros sirven también para inventar ideas, como un territorio para la especulación, la imaginación y la inventiva. Los libros son además herramientas para la construcción de nuevos libros, nuevos relatos. Un libro es una herramienta para aplicar sobre el mundo pero también es una herramienta para perfeccionar otra herramienta.
Ruiz Zevallos descalificó a Flores Galindo por apego a la utopía socialista, pero lo mismo puede aplicarse a Del Busto: queda descalificado por su apego a los valores tradicionales (los de una oligarquía en retirada).
Flores Galindo murió prematuramente y no completó su evolución intelectual. Del Busto si la completó y está entre los enemigos de la sociedad abierta sobre los que escribe Popper: de la manera más intolerante ha proclamado la verdadera historia del Perú y tiene el derecho y el deber de hacernos participar de la peruanidad.
Popper imaginaba la verdad como una prueba de ensayo y error, un sucesivo abandono de hipótesis que se habían revelado obsoletas en un continuo viaje que no alcanza ninguna verdad absoluta. Es la parábola del navío de von Neurath: hemos preparado nuestra nave, la Ciencia, y zarpamos rumbo al país del Conocimiento. Pero estando en alta mar nos damos cuenta que la nave hace agua. Nos apuramos en achicar la nave y la parchamos como podemos para continuar el viaje. De pronto alguien dice que no sabemos qué rumbo tomar y otro duda de la existencia del país del conocimiento. Del Busto es un pasajero dormido, ignorante del problema en que nos encontramos y que sueña ser de un filósofo de la República platónica, dispuesto a obligar al resto a dirigirse a eso que ellos consideraban la verdad.
Platón había puesto la verdad en ideas, el cristianismo la envió al más allá. La ciencia positiva del siglo XIX colocó la verdad en el hecho objetivamente verificado, aunque sin reconocer que el hecho es producido por el sujeto que se relaciona con el mundo. Nietzsche desenmascaró este engaño y afirmó que no existía ninguna verdad objetiva, sino que todo conocimiento se disolvía en el puro subjetivismo. Heidegger nos mostró el error de creer que el ser es un objeto. No existe verdad sino interpretaciones. Cada narración histórica debe ser comprendida en el horizonte del historiador que la enuncia y de la comunidad que concuerda con ella. Del Busto creía estar haciendo historia, pero sus oyentes pueden desconocer completamente el valor de su relato.

Esto ya le había pasado a Del Busto en vida. De los docentes que yo conocí en la Universidad Católica, el único al que se le atribuía leyendas propias era a él. Decían de él y de Agustín de la Puente que hablaban estupideces. 
Frente a Del Busto uno debe emplear la noción de verdad como interpretación para desenmascarar las trampas de un relato diseñado para justificar la dominación establecida por la Conquista. Del Busto se negaba a aceptar que la verdad era un hecho interpretativo, de modo que podía proclamar la correspondencia exacta entre su narración y el pasado, no aceptaba un consenso respecto a la memoria comunitaria. Ningún historiador ha contado jamás toda la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Cualquier libro de historia es un relato donde se ha escogido hechos que se juzgan importantes y se los ha ordenado de forma comprensible. Este relato nunca es desinteresado, sino que responde al horizonte dentro del cual fue elaborado.
En este sentido, cualquier narración que se presente como verdad histórica absoluta, como relato objetivo y última instancia sobre un periodo (y en el caso de Del Busto, lo que él considera el nacimiento de la nación peruana) más que un valor es un peligro. Hay quienes dicen que del Busto nos sigue dando lecciones de historia y que nadie puede discutir su palabra, porque es la palabra final sobre el tema. En última instancia es él quien decide que es la nación peruana, sin tomar el cuenta la opinión de los otros peruanos o incluso contra ella. Más que una lección de historia nos da una lección de intolerancia. Allí donde un historiador declara haber encontrado la verdad definitiva e irrebatible sobre el pasado se acaba la historia como ciencia y se convierte en farsa. La verdad sobre el Perú como nación debe buscarse en el consenso, en ese plebiscito cotidiano en el que debemos decidir qué significa ser peruano.
Los periodos en los que se ha enunciado una única narración histórica han sido épocas de gran cohesión social y de tradiciones compartidas, pero también de autoritarismo y tiranía. No es una casualidad que Del Busto se adhiriese a la institución más despótica e intransigente de la Iglesia católica, ni que proclamara la revelación divina como sustento definitivo de la verdad.
Con el desarrollo de la ciencia y el triunfo de la técnica se vuelve más evidente la ilusión de Del Busto. Cualquier médico sabe que todos los años pueden aparecer nuevos tratamiento, que condenen al olvido lo que antes se tenía como norma. Cualquier persona sabe que todos los años saldrán a la venta nuevas computadoras y se volverán obsoletas las que hayamos tenido hasta entonces. Por eso que en medicina se habla de state of the art, lo que puede hacerse en este momento, pero nos asombramos ante lo que se podrá hacer el año venidero. Si la medicina es una ciencia, la verdad de la medicina se está haciendo cada año, constantemente repensamos los problemas y pensamos nuevas soluciones.
El intento de Del Busto fue crear su propia dictadura en el campo de la historia, lo que se relaciona claramente con el viraje político de la sociedad peruana, la crisis y la desaparición de los partidos de izquierda en la década de los ochenta y los noventa. Es llamativo que la dictadura de Fujimori nos quisiera imponer héroes como Montesinos y fraguara un edificante relato patriótico sobre quienes nos salvaron de las hordas senderistas. Se parece mucho al relato que hizo Del Busto de Pizarro.
En resumen, Del Busto es un enemigo de los peruanos por la concepción esencialista que tiene de la nación: todos los peruanos tenemos que responder ante la peruanidad, que es nuestra identidad fundamental y obligatoria. Para que uno se reconozca como peruano no puede hacer otra cosa que someterse a ese modelo esencial. Dado que él como historiador ha descrito la formación de la peruanidad, le toca a él decidir quién es peruano. El se ha designado guardián de nuestra identidad.
Del Busto seguía preso de fantasmas metafísicos, tenía la idea de ser peruano como algo dado definitivamente, una manera de ser objetiva establecida de una vez por todas. La historia del país estaba cerrada y que no deja espacio para la libertad de elección.
Esto era justamente lo que Flores Galindo cuestionaba: para él no tenía ningún sentido esa obligación de ser peruanos de una sola manera, sino que entendía la identidad como una elección y un proyecto.

1 comentario:

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