La facilidad
con la que fue sometido el Tahuantinsuyo resulta pasmosa. Los mismos
conquistadores se asombraban de ello y creían que su victoria se debía a la
intervención divina. Las crónicas de Jerez, Sancho, Cieza de León, Pedro
Pizarro o del padre Acosta apelaban al auxilio de la Virgen María y de Santiago
Apóstol. Acosta afirmó que el Imperio incaico cayó por culpa de sus pecados, ya
que Huáscar era hijo de la unión incestuosa entre hermanos. Dios habría puesto
fin al Imperio incaico para acabar con la idolatría y establecer la verdadera
religión cristiana. Los conquistadores también entendieron la destrucción fácil
del Imperio se debió a la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa.
Las versiones de la Conquista, entre ellas la que ofrece del Busto, propusieron
algunas explicaciones de por qué ocurrió tan exitosamente. La
mayoría de los historiadores coinciden en el éxito militar de la Conquista fue
posible por el colapso demográfico americano. Las causas del colapso
demográfico comprenden: las guerras, la explotación, las epidemias y la crisis
social. Fueron sobre todo las enfermedades infecciosas traídas por los europeos
y desconocidas por los americanos, especialmente la viruela, las que diezmaron a la población
originaria y desestructuraron a sus sociedades. En 1492 la población de la península
ibérica era menor a 10 millones de habitantes y Europa tenía entre 57 y 70
millones. La población americana originaria pudo ser algo menor o similar
a la europea y muy superior a la española. Los primeros cronistas describieron
un Nuevo Mundo densamente poblado. Los conquistadores referían pelear con
ejércitos nativos formados por cientos de miles de guerreros mientras que los
misioneros referían haber bautizado a millones de paganos. Los cálculos modernos
de Sapper, Spinden, Rivet y Denevan varían entre 40 y 60 millones. Las poblaciones de los Andes
centrales y de México, cada una por separado, superaban a la población peninsular.
En dos generaciones España y Portugal superaron en población a México y Perú y
un siglo después tenían más habitantes que todos sus dominios americanos.
Varios historiadores norteamericanos han elaborado
estadísticas sobre la evolución de la población americana. Borah y Cook
calcularon la población de México central (Nueva España sin contar con Nueva
Galicia) en 1548 en unos 7.4 millones y constataron un retroceso sostenido
durante todo el siglo XVI. Así, en 1568 México central tenía solamente 2.65
millones, que se redujeron para 1580 a 1.9 millones y para 1595 a tan solo 1.395
millones. De acuerdo a esta tasa de decremento, en 1532 debían vivir en México
central entre 16.3 a 17.3 millones de habitantes y calcularon que la población
prehispánica debió ser de 25 millones. Empleando el esquema de distribución de
Rosenblat para América central y del sur, estimaron que la población
precolombina estuvo alrededor de 75 millones.
Frente a la catástrofe demográfica fue imposible
que las culturas americanas continuaran su desarrollo autónomo. España había
emprendido la conquista de América con menos de la mitad de la población
mexicana, pero 20 años después tenía el doble, y 100 años después tenía más de
diez veces la población de México. Frente a las epidemias mortales extendidas
por la migración desde el Viejo Mundo, la importancia de los factores militares
y culturales en el triunfo de los conquistadores debe considerarse en segundo
lugar. El simple contacto con los occidentales ya había condenado a muerte a
los americanos. Ya desde la colonización del Caribe los españoles fueron
conscientes de la disminución de la población originaria. Tempranamente se
organizaron expediciones para capturar esclavos y remplazar a los taínos que habían
desaparecido en las Antillas Mayores.
En la actualidad el consenso entre los
historiadores es que el contacto con Occidente produjo una catástrofe
demográfica en América. La viruela, el sarampión y la peste bubónica fueron los
principales agentes involucrados. Además, los africanos traídos en condición de
esclavos introdujeron en el Nuevo Mundo la malaria y la fiebre amarilla. Los
desplazamientos forzados de poblaciones que ejecutaron los conquistadores
rompieron cualquier barrera natural para la extensión de las epidemias. Los
únicos límites para las pandemias fueron los límites de la expansión española y
el grado de explotación al que fue sometida la población americana. La
movilización de mano de obra forzada no sólo favoreció la propagación de
enfermedades sino también la desestructuración social, el abandono de los
campos de cultivo y la escasez de alimentos. Violencia, explotación, hambre y
peste atravesaron el continente junto a los conquistadores.
En México la epidemia de viruela brotó en 1520 y en
noviembre mató al tlatoani Cuitláhuac, quien había vencido en la Noche Triste. Durante
el sitio del Tenochtitlan la viruela diezmó a la población mexica. La primera
epidemia de viruela en los Andes ocurrió en
1529 y mató al mismo Inca Huayna Cápac,
padre de Atahualpa. Nuevas epidemias de viruela
ocurrieron en 1533, 1535, 1558 y 1565. Henry Dobyns estimó que el 90% de
la población andina murió durante esas epidemias.
Del Busto
sostuvo que la razón de la rapidez de la Conquista se hallaba en la tecnología
militar superior de los españoles: ellos sobrepasaron a los hombres andinos por
la caballería, las armas de hierro y de fuego. Sin embargo, del Busto ahondó poco
en la técnica de combate de la hueste perulera. Además, la fase inicial de la
Conquista se realizó con pocas acciones militares. Tras la captura de Atahualpa
en Cajamarca, Pizarro se hizo con el control de la administración incaica. En
la plaza de Cajamarca murieron de 6 a 8 mil personas, De allí en adelante,
todas las acciones militares españolas contaron con el apoyo de guerreros
andinos aliados.
Si se estudia otros modelos, como la derrota de las legiones romanas antes los pueblos bárbaros, puede imaginarse mejor cómo fue la conquista de América por los españoles. Los incas habían extendido su dominio a través de montañas y de desiertos por casi dos mil kilómetros, pero nunca vivieron en ciudades amuralladas y casi no existieron verdaderas fortalezas en el Tahuantinsuyo. Su táctica de pelea, tantas veces exitosa, se basó en tres principios: la confianza en sus huacas, humanas o no; la confianza en la fuerza de los brazos, sea para arrojar lanzas o empuñar porras y la confianza en la resistencia de sus piernas.
Si se estudia otros modelos, como la derrota de las legiones romanas antes los pueblos bárbaros, puede imaginarse mejor cómo fue la conquista de América por los españoles. Los incas habían extendido su dominio a través de montañas y de desiertos por casi dos mil kilómetros, pero nunca vivieron en ciudades amuralladas y casi no existieron verdaderas fortalezas en el Tahuantinsuyo. Su táctica de pelea, tantas veces exitosa, se basó en tres principios: la confianza en sus huacas, humanas o no; la confianza en la fuerza de los brazos, sea para arrojar lanzas o empuñar porras y la confianza en la resistencia de sus piernas.
El ejército
romano luchaba de igual forma: desdeñaban pelear a distancia con arcos y
arremeter con lanza a caballo, amaban pelear con la pesada lanza y la espada
corta del legionario de a pie, agrupándose en torno a sus estandartes. Los
romanos conquistaron el mundo antiguo a pesar de no ser jinetes. Sin embargo, cuando
finalmente se toparon con jinetes que peleaban a caballo, los bárbaros godos,
conocieron la ruina. El ocaso de la infantería romana quedó sellado en la
batalla de Adrianópolis, donde cuarenta mil legionarios fueron aniquilados,
junto a todos sus oficiales y el mismo emperador Valente. El día de la batalla
la infantería romana había atacado el campamento godo y luchaba para abrirse
paso entre los carromatos enemigos, cuando los escuadrones de caballería pesada
bárbara atacaron a la caballería ligera tracia, en el flanco izquierdo. Los
tracios no pudieron sostener el empuje de los godos y huyeron en todas
direcciones. Luego los godos se volvieron, aplastaron a la infantería aliada y
cargaron contra los legionarios, que peleaban entre los carromatos. Viendo el
desastre que amenazaba, la caballería del ala derecha huyó y los godos cercaron
a los romanos. Finalmente, la infantería bárbara salió de atrás de los
carromatos y atacó por el frente. Completamente rodeados, los romanos fueron
aplastados. Peleaban tan apretados que no tenían espacio para blandir sus
espadas. Los lanceros no podían manejar sus lanzas entre los soldados apiñados
o terminaban atravesando a los compañeros delante de ellos. Durante todo el día
los jinetes godos masacraron a placer a los romanos, mientras la infantería
goda diezmaba a las legiones con sus flechas.
Adrianópolis
no fue la primera vez que la infantería romana fracasaba ante la caballería
pesada. Lo mismo había ocurrido en Cannas, donde los jinetes númidas habían
destrozado a la caballería ligera romana y completado el cerco de las legiones,
que igualmente fueron exterminadas. Los infantes no podían resistir la carga de
los lanceros vestidos con armadura.
Las luchas de
la conquista de América reeditaron estas batallas de la Antigüedad. Al
enfrentarse los infantes indígenas de los Imperios azteca o inca a los jinetes
con coraza españoles, primero de la Reconquista y luego de la Conquista del
imperio ultramarino de Occidente, se repitieron las catástrofes de las legiones
romanas. Los conquistadores no fueron numerosos, sino escasos, pero eran
solados de profesión, especialista en el uso de armas. No ha sido la primera
vez que pequeños ejércitos conquistaban territorios extensos: lo hicieron los
griegos con Alejandro, los romanos, los ingleses en la India. Belisario, el
último gran general romano, que adaptó las tácticas de caballería pesada al ejército
romano, recuperó Africa con una fuerza de 15000 hombres, 6000 de los cuales
eran jinetes, frente a los 100000 guerreros vándalos. Luego inició su campaña
de Italia con 12000, frente a los 100000 jinetes y 100000 infantes arqueros
godos. En la antigüedad ocurrieron peleas de fuerzas inferiores en número
contra fuerzas superiores y en las que vencieron porque el número no era una
garantía de victoria. En el pasado, antes de la invención de medios de
comunicación a distancia, era difícil mantener el orden de 15000 hombres en
batalla, menos podía mantenerse el orden de treinta o de cuarenta mil hombres.
Este problema lo sufrieron los ejércitos andinos, que acudían en grandes masas
a peleas rituales, que se realizaban siguiendo reglas establecidas, cerradas a
la iniciativa personal. Además los ejércitos andinos carecían del espíritu
profesional de las huestes de la Conquista. No había en ellos nada parecido a
soldados de oficio españoles ni tenían formar de hacerles frente.
El Descubrimiento y la Conquista no fueron acontecimientos accidentales para España, sino que ella fue al terminar la Edad Media el país mejor preparado para emprender la empresa ultramarina. Aunque las Indias fueron patrimonio del reino de Castilla, todos los dominios de Carlos V contribuyeron con distintas habilidades para la Conquista.
El Descubrimiento y la Conquista no fueron acontecimientos accidentales para España, sino que ella fue al terminar la Edad Media el país mejor preparado para emprender la empresa ultramarina. Aunque las Indias fueron patrimonio del reino de Castilla, todos los dominios de Carlos V contribuyeron con distintas habilidades para la Conquista.
La gran época de la Conquista ocurrió en las décadas de 1520 y 1530.
También asombra las pocas batallas que peleó Pizarro, de modo que los españoles marcharon hasta Cusco sin que nadie les cerrara el paso. Se comprende esto porque el Tahuantinsuyo no fue estado nacional, sino la hegemonía de una etnia, la inca, sobre los otros pueblos andinos. La población del Tahuantinsuyo fue estimada por Cook entre 4 y 15 millones. Se ha planteado incluso cantidades tan grandes como 30 millones de habitantes. Sin embargo, la etnia inca sólo era una parte de este total, tal vez medio millón de personas. Ellos fueron quienes tomaron parte en la guerra de resistencia, mientras que las otras etnias andinas no se levantaron contra los españoles. No existió un enfrentamiento general de los pueblos andinos contra los españoles. La mayoría de las etnias andinas se desentendieron del curso de la guerra entre incas y españoles o incluso se unieron a los españoles para librarse de la hegemonía cusqueña. Muchos curacas locales ayudaron a los conquistadores y les proporcionaron apoyo militar y logístico: guerreros, portadores y víveres. Pizarro supo sacar provecho de los deseos de autonomía de los señores étnicos y en muchos casos ganar su voluntad y su colaboración. De esa manera, la hueste perulera no se movió por un país hostil, sino que contó en algunos casos con el apoyo de los señores locales.
También asombra las pocas batallas que peleó Pizarro, de modo que los españoles marcharon hasta Cusco sin que nadie les cerrara el paso. Se comprende esto porque el Tahuantinsuyo no fue estado nacional, sino la hegemonía de una etnia, la inca, sobre los otros pueblos andinos. La población del Tahuantinsuyo fue estimada por Cook entre 4 y 15 millones. Se ha planteado incluso cantidades tan grandes como 30 millones de habitantes. Sin embargo, la etnia inca sólo era una parte de este total, tal vez medio millón de personas. Ellos fueron quienes tomaron parte en la guerra de resistencia, mientras que las otras etnias andinas no se levantaron contra los españoles. No existió un enfrentamiento general de los pueblos andinos contra los españoles. La mayoría de las etnias andinas se desentendieron del curso de la guerra entre incas y españoles o incluso se unieron a los españoles para librarse de la hegemonía cusqueña. Muchos curacas locales ayudaron a los conquistadores y les proporcionaron apoyo militar y logístico: guerreros, portadores y víveres. Pizarro supo sacar provecho de los deseos de autonomía de los señores étnicos y en muchos casos ganar su voluntad y su colaboración. De esa manera, la hueste perulera no se movió por un país hostil, sino que contó en algunos casos con el apoyo de los señores locales.
La
explicación de la Conquista dada por Del Busto se basaba en la supremacía de
los caballos, en la superioridad de un ejército montado, el ejército
desarrollado en las guerras de la Baja Edad Media y de la Reconquista. Aunque
la imagen de la caballería pesada había monopolizado la naturaleza de la guerra
en la Edad Media, los ejércitos medievales también estaban integrados en el
siglo XV por otros especialistas, tales como piqueros, ballesteros, arcabuceros
o tropas de asedio. Al final de la Edad Media ocurrieron dos cambios
importantes en la forma de guerrear. El primero fue la posibilidad de reunir
ejércitos mayores de carácter permanente. El segundo fue el rol protagónico que
adquirieron las armas de fuego. El apogeo de los cañones quedó sellado con la
caída de Constantinopla, cuando el sultán Mehmet II destruyó las murallas de la
ciudad cañoneándolas durante seis semanas. La novedad de los cañones para
destruir las fortalezas medievales alcanzó hasta el siglo XVII, durante el
sitio de Drogheda y de Wexford. Para el siglo XVI largamente ya había concluido
la edad dorada de la caballería, ocurrida entre los siglos XI al XIII. A partir
del siglo XIV ocurrió la decadencia del rol preponderante de la caballería
feudal, que perdió terreno ante el apogeo progresivo de la infantería y de la
artillería. La caballería fue perdiendo preponderancia a medida que las
transformaciones sociales fueron cambiando los ejércitos bajomedievales y
mermando la importancia de la nobleza en ellos. Sin embargo, aunque los conquistadores
de América fueron predominantemente infantes, hubo un porcentaje alto de
jinetes. En la hueste perulera, uno de cada tres hombres fue encabalgado.
Durante los
siglos XIII a XVI se observó un proceso de decadencia de la caballería feudal
relacionado a su inadaptación a los cambios tecnológicos en la guerra: la
expansión y especialización de la infantería, el desarrollo de las armas de
fuego. La evidencia de la decadencia de la caballería feudal quedó manifestada
en la mutación funcional que los torneos sufrieron entre los siglos XII al XV,
cuando dejaron de ser el ejercicio nobiliario de entrenamiento militar por
excelencia y se convirtieron, sobretodo en el siglo XV, en un espectáculo
cortesano de recreo nobiliario, un ritual de autoafirmación de la nobleza, ya
sin valor militar real. De hecho las mejores armaduras, aquellas forjadas por Konrad
Seusenhofer en el siglo XVI, eran inútiles ante las nuevas armas de fuego. Los
torneos se habían convertido en un enfrentamiento deportivo, un ritual cortés,
una fastuosa ceremonia.
La caballería
se vio forzada a adaptarse a las nuevas técnicas de combate al final de la Edad
Media, de manera que vivió un nuevo apogeo hacia 1450. Una
caballería mejor equipada seguía siendo la columna vertebral de los ejércitos,
aunque ahora trabaja más estrechamente vinculada con la infantería. La eficacia
de las cargas de caballería requería de la acción coordinada con otros
combatientes, especialmente tiradores, arqueros y ballesteros. La caballería
del siglo XV actuaba menos en grandes batallas campales y más en las
operaciones que ya dominaban la naturaleza de la guerra, los asedios y las
incursiones de pillaje y destrucción. La guerra se había vuelto más intensa y
compleja. Los jinetes y los infantes se integraban en ejércitos cada vez
mayores y de rasgos contractuales, donde el reclutamiento se hacía por sueldo.
La infantería se diversificó: al lado de los combatientes tradicionales
proliferaron las tropas mercenarias, como los almogáveres. La caballería pesada
también cedió espacio a la caballería ligera, de mayor movilidad y rapidez, los
jinetes castellanos y los cavalls-alforrats catalanes, nacida de los
enfrentamientos con los musulmanes. La caballería mantenía su importancia, pero
actuaba en coordinación con la infantería y peleaba de manera polivalente. Los
jinetes podían combatir montados, realizando cargas, como también desmontados,
en formación compacta, usando las lanzas a modo de picas o blandiendo las
espadas. Esta caballería renovada peleaba en una nueva unidad de combate, la
lanza. Las lanzas españolas, a diferencia de las lanzas inglesas o francesas,
estaban formadas solamente por jinetes, un caballero, un jinete ligero y un
paje. En Castilla incluso se dio más relevancia a la caballería ligera, debido
a las luchas fronterizas constantes con los musulmanes, y se diferenciaron las
lanzas a la jineta y las lanzas de hombres de armas, de caballería ligera y
pesada respectivamente. Esta nueva caballería polivalente luchó en una fase
final gloriosa, hasta decaer ya bien entrado el siglo XVI.
La artillería
desempeñó un papel relevante en las campañas de reconquista de Granada de la
década de 1480 y la conquista del reino de Nápoles por Carlos VIII entre 1494 y
1495. Durante la segunda mitad del siglo XV, la artillería ganó la iniciativa
en el asalto a las fortalezas. A comienzos del siglo XVI consiguió movilidad y
cobró importancia en el campo de batalla. Las armas de fuego individuales ya
habían sido empleadas con éxito en combate por los husitas, en sus carros
artillados. Los disparos detenían y desorganizaban al enemigo y preparaban el
terreno para el asalto de infantería. El arcabuz se fue difundiendo desde el
siglo XV, pero era un arma lenta para recargar y por ello demoró algún tiempo
en desplazar a la ballesta. Sin embargo, para 1470 Carlos el Temerario, duque
de Borgoña, tenía arcabuceros a su servicio y el rey Matías de Hungría
planteaba que una quinta parte de la infantería fueran arcabuceros. Se difundió
la práctica de mantener ejércitos permanentes, algo que no ocurría con ningún
ejército en los Andes. Numéricamente, el mayor ejército europeo fue el turco.
Mehmet II reunió 80,000 soldados para el sitio de Constantinopla. Las tropas de
elite otomanas eran reclutadas entre los hijos de los súbditos cristianos y
entrenadas como fanáticos musulmanes. Durante el reinado de Mehmet II, los
jenízaros aumentaron de 5,000 a 10,000 en 1472. Ningún gobernante europeo logró
mantener una fuerza comparable. Los reyes Valois de Francia fueron
los primeros en establecer ejércitos permanentes en Europa occidental. La gran
dificultad para conservar estos ejércitos era recaudar el dinero necesario para
pagarlos. Antes de 1445 no se había planteado la posibilidad de retener a las
tropas en servicio, pero los ejércitos franceses después de sus victorias en
Normandía entre 1449 y 1450 y en Gascuña entre 1451 y 1453 fueron
mantenidos. Durante la segunda mitad del siglo XV y comienzos del siglo XVI se
generalizó el empleo de infantería mercenaria, fuesen landsknechte suizos o
alemanes. Los Reyes Católicos realizaron su primera gran empresa militar, la
reconquista de Granada, empleando contingentes reclutados y dirigidos por la
nobleza a la manera tradicional. Sin embargo, cuando participaron en las
guerras de Italia tuvieron que crear un ejército real permanente al nuevo
estilo: la ordenanza de Valladolid de 1496 estableció el servicio obligatorio
para uno de cada doce hombres entre los 20 y los 45 años.
Los ejércitos
españoles eran asalariados. Los combatientes acudían equipados a cambio de una
soldada establecida mediante contrato. Las monarquías bajomedievales se
esforzaron en mantener ejércitos regulares. En los ejércitos castellanos
existía una significativa vinculación con el monarca. Las tropas reales,
diferenciadas de las mesnadas o compañías nobiliarias y las milicias
concejiles, no sólo englobaban el conjunto de vasallos del rey, caballeros que
percibían pensiones o feudos de bolsa por mantener monturas de guerra y estar
dispuestos a acudir al ejército real ante cualquier convocatoria, sino también
por los contingentes directamente dependientes de la Casa Real. Aunque en torno
a la cámara real existió inicialmente un pequeño grupo de monteros, encargados
de la custodia personal del monarca, el principal contingente recaía en las
denominadas Guardias Reales, unas capitanías de lanzas de hombres de armas que
quedaron reguladas en 1406 a 300 lanzas (900 combatientes a caballo organizados
en tres capitanías de 100 lanzas), ascendiendo en 1420 a 1.000 lanzas (3.000
efectivos) para volver a fijarse en 1429 a las iniciales 300 lanzas, cifra que
descendió a tan sólo 80 lanzas en 1462. Al calor de los conflictos internos
castellanos de la segunda mitad del XV, las lanzas de la Casa Real fueron
adquiriendo cada vez mayor relevancia como centro de la caballería de los reyes
castellanos, dotando de contingentes relevantes de caballería para las campañas
de conquista de Granada: así, si en 1481 las Guardias Reales sólo suponían 893
lanzas entre hombres de armas y jinetes, al finalizar la guerra de Granada en
1495 eran 1.400, de las que el 80 % eran de caballería pesada, hombres de
armas; y desde 1493 habían sido reestructuradas en 25 compañías uniformes de
100 lanzas y rebautizadas como Guardias de Castilla (también conocidas como
Guardias viejas), erigiéndose como el centro del ejército permanente. Las
compañías que formaban la milicia en tiempos de los Reyes Católicos no podían
operar independientemente a causa de su escasa potencia y de su modesto número
de efectivos, y por esta causa se crearon los regimientos o coronelías y luego,
con la reforma de 1534, los tercios, con objeto de disponer de unidades de
combate autónomas y de características adecuadas para satisfacer las
necesidades de las campañas imperiales. La ordenanza de Valladolid reformó la
infantería española. Fue organizada en base a regimientos o coronelías,
compuestos por doce compañías quinientos soldados. Dos de estas compañías
estaban integradas únicamente por piqueros, mientras que las otras diez
compañías incluían doscientos piqueros, doscientos espadachines y cien
arcabuceros. Cada regimiento de infantería era acompañado por seiscientos jinetes,
una mitad de caballería pesada y otra de caballería ligera. La fuerza del
ejército español estuvo en los piqueros y en los arcabuceros, ya que su
caballería era inferior a la francesa. La fama de los escuadrones de piqueros
fue creada por los mercenarios suizos. Ellos infringieron tres grandes derrotas
a Carlos el Temerario en Granzón (1476), Morat (1476) y Nancy (1477): las
cargas de caballería se mostraron incapaces para detener a los piqueros y menos
aún para desordenar sus filas. Los soldados suizos derrotaron a Gonzalo de
Córdova, el Gran Capitán, en Seminara en 1495. Después de esta derrota él
reorganizó al ejército español, dando preponderancia a las picas y a los
arcabuces. Los tercios quedaron formados por tres mil hombres, agrupados en tres
regimientos, cada una de con cuatro compañías, lo que permitía un gobierno
interior más sencillo. Cada regimiento estaba al mando de un Coronel y el mando
del tercio lo asumió un Maestre de Campo. De las doce compañías que formaban el
Tercio unas eran de piqueros y otras de arcabuceros, destinándose a las
primeras los hombres más fuertes, ya que debían vestir armadura y manejar una
pica de grandes proporciones. En Ceriñola en 1503 se enfrentó a los caballeros
franceses y a los mercenarios suizos del duque de Nemours: los detuvo con fuego
de arcabuces, los atacó con sus escuadrones de piqueros y los persiguió con su
caballería ligera, alcanzando una gran victoria. Los arcabuces volvieron a
tener un papel principal en las victorias de Bicocca en 1522 y de Pavía en
1525. Las guerras de Italia mostraron al combate como un oficio sanguinario y
feroz. El número de bajas aumento, las armas de fuego alcanzaron un papel
significativo. La guerra se volvió más profesional. Aunque los capitanes y
comandantes de los ejércitos eran en su mayoría de origen noble, debían
justificar su posición con experiencia y conocimientos, más amplios de lo que
mostraban tradicionalmente.
Para el siglo
XVI España había dado a luz al primer ejército moderno. La Conquista fue
llevada a cabo por hombres formados bajo el modelo de los tercios. Estos
regimientos estaban abiertos a todos los españoles, desde los adinerados,
provistos de títulos nobiliarios, seguros de su ascendencia, hasta gente llana,
labradores o villanos. Los tercios estaban formados por hidalgos, artesanos,
marineros, campesinos o gente sin oficio, incluso marginales que esperaba
adquirir una mejor condición social. No faltaron entre ellos escribanos,
contadores y notarios. El conquistador de México, Hernán Cortés, fue hijo
legítimo segundo, cursó estudios universitarios y fue escribano en Santo
Domingo; mientras que el conquistador de Perú, Francisco Pizarro, fue hijo
bastardo e iletrado. Pizarro encarnó muy bien el ejemplo de ascenso social que
podía conseguirse en el servicio militar y en el Nuevo Mundo.
Dos
personajes representan bien las características opuestas y compartidas de los
conquistadores: Pedrarias y Balboa. El primer gobernador de Panamá y Nicaragua,
Pedro Arias Dávila ha sido considerado como el paradigma de la crueldad y la
codicia de los conquistadores. El mandó dar muerte a Vasco Núñez de Balboa,
capitán valiente y generoso, descubridor del océano Pacífico. Pedrarias era cuarto
hijo de una las más notables familias castellanas, los condes de Puñonrostro. Fue
formado en la Corte y sirvió en Granada, Francia, Portugal y Africa antes de
ser comisionado por la Corona como representante suyo en Tierrafirme. Pedrarias
permaneció al servicio del Rey en las Indias hasta su muerte en 1531. Su
adversario, Balboa, fue segundón de un hidalgo pobre de Jerez de los
Caballeros, que llegó a Tierrafirme huyendo de la justicia y supo ganarse el
liderazgo de los españoles en el Darién. Pero ambos habían venido a América a
ganar un patrimonio que no tenían asegurado en España. Los dos eran miembros de
las élites peninsulares y buscaron mejorar su posición social en el Nuevo
Mundo. Ambos eran hidalgos valientes y ambiciosos.
Los hidalgos
tuvieron una participación importante en los tercios. Los soldados nobles eran
numerosos, incluso llegaron a ser mayoría en los tercios viejos de Sicilia,
Nápoles y Lombardía o en el tercio de Flandes. Hasta una cuarta parte de los
soldados tenían derecho al tratamiento de don (dueño), lo que señalaba su
condición de caballeros o de hidalgos solariegos. Hubo soldados grandes y
titulados, que tenían a más honra pelear como infantes piqueros.
Bernal Díaz
del Castillo, hidalgo de Medina del Campo, autor de la Historia Verdadera de la
Conquista de la Nueva España, afirmó que la mayoría de la hueste conquistadora
de Hernán Cortés eran hidalgos, lo que sin duda es una exageración. Pero no
existen razones para suponer que la proporción de nobles debía ser menor entre
los conquistadores que entre la población general. Al contrario, la esperanza
de gloria y riqueza debía atraer a muchos más hidalgos.
Flores Galindo exageró al afirmar que la cuna marcaba todo el
derrotero de la vida en la España del siglo XVI. Fue injusto al creer que todos
los conquistadores eran marginales. Sí acertaba, pensando igual que esos
aventureros quinientistas, que en las Indias, los actos, la práctica podían
permitirles conseguir aquello que sus padres no les habían legado.
Antes del
establecimiento del virreinato llegaron a Perú unos 5000 a 10000
españoles, de los cuales casi 500 consiguieron una encomienda. La colonización
de América siguió el modelo de la Reconquista: los conquistadores victoriosos
se establecían en las ciudades recien fundadas y esperaban recibir una
encomienda para convertirse en una nobleza con base territorial, como eran la
nobleza en España. Por ello rechazaron la autoridad de los funcionarios reales
en cuanto esta quiso frenar sus ansías de honra. Este rechazo fue el fundamento
de la rebelión de Gonzalo Pizarro, quien con su deseo de convertirse en un rey
del Perú se volvió abiertamente subversivo, considerando que la realeza era una
condición otorgada por gracia divina, no por sus ascendientes sino por sus
méritos. El sistema
colonial español trasladó tanto instituciones como poblaciones. Los migrantes
españoles se establecieron no sólo en las ciudades de las costas, sino en el
interior de los antiguos imperios americanos, en los centros mineros, en las
ciudades mercantiles de provincias y en explotaciones agrícolas. Pese a sus
deseos, hubo entre ellos quienes no consiguieron una situación favorecida en
los Andes y terminaron conviviendo con los indígenas. Guaman Poma menciona a
españoles bribones y vagabundos, que vivían extorsionando a los indios. Tal vez
dos a cuatro mil de los españoles cayeron en esta condición marginal, empujados
a vivir junto y como los indios que querían dominar.