La
Conquista española rompió el proceso histórico de las sociedades americanas en
un antes y un después. Los cristianos europeos llamaron a los hombres
americanos indios, habitantes de la India, distintos de ellos mismos. El
significado detrás de esta palabra fue el origen de la dominación e “indio” no
habría tenido el significado que tiene para los habitantes del continente sin
la dominación. Este nombre involucraba rasgos comunes apreciados por los
europeos y que terminaron siendo percibidos por los habitantes locales. Ellos
terminaron formando una identidad, pese a que los pueblos americanos habían
sido mucho menos integrados que los cristianos europeos. Los habitantes de
América habían vivido en un área tan vasta y no llegaron a tener conocimiento
unos de otros, o al menos un conocimiento que se extendiesen más allá de las
regiones principales, como Mesoamérica o los Andes.
Los conquistadores no solo desconocían la identidad de los habitantes del Nuevo Mundo sino también su cantidad. Aun ahora seguimos sin saber cuántos eran. Aunque no existe consenso sobre la magnitud de la población americana precolombina, se acepta que durante el siglo XVI murieron millones de americanos originarios en todo el continente. Las estimaciones son muy variadas e incluso diametralmente opuesta. Algunos postulan que América estaba prácticamente deshabitada (Rosenblat calculó una población menor a 20 millones y Kroeber la redujo a un total de 8.4 millones) mientras que otros creen que estaba tan poblada como Asia Oriental (Riccioli postuló un total 300 millones). Dobbyns, Borah y Sulmich calcularon la población americana previa a la llegada de Colón entre 90 a 150 millones. Sapper, Spinden, Rivet y Denevan estimaron entre 40 y 60 millones.
Los conquistadores no solo desconocían la identidad de los habitantes del Nuevo Mundo sino también su cantidad. Aun ahora seguimos sin saber cuántos eran. Aunque no existe consenso sobre la magnitud de la población americana precolombina, se acepta que durante el siglo XVI murieron millones de americanos originarios en todo el continente. Las estimaciones son muy variadas e incluso diametralmente opuesta. Algunos postulan que América estaba prácticamente deshabitada (Rosenblat calculó una población menor a 20 millones y Kroeber la redujo a un total de 8.4 millones) mientras que otros creen que estaba tan poblada como Asia Oriental (Riccioli postuló un total 300 millones). Dobbyns, Borah y Sulmich calcularon la población americana previa a la llegada de Colón entre 90 a 150 millones. Sapper, Spinden, Rivet y Denevan estimaron entre 40 y 60 millones.
Los dos áreas más densamente pobladas del Nuevo
Mundo fueron México y los Andes Centrales. Cook y Borah estimaron la población
de México en unos 25 millones, mientras que Denevan propuso 21,5 millones
y Dobyns calculó 32,5 millones de habitantes. Desde un punto de vista más
moderado Sapper consideró entre 12 y 15 millones de personas ante de la llegada
de Cortés. Las estimación es más alta han sido puestas en duda ya que suponen una
densidad de población para el México central superior a la de cualquier país
europeo, y casi todas las regiones de China e India.
Los Andes centrales tuvieron de 11 a 15 millones de
habitantes según las estimaciones de Noble David Cook, W. Denevan, Sapper,
Smith y Watchtel. Los cálculos varían desde 30 a 37 millones para Dobyns hasta
dos a tres millones para Shea o Rosenblat. John Rowe calculó la población
andina en 6 millones.
La categoría “indio” tenía el propósito
de homogenizar forzosamente a la población vencida y reducir su diversidad. Como toda categoría
era artificial y utilitaria no solo para los colonizadores sino que finalmente
también para los colonizados. Los pueblos americanos tenían algunas cosas en
común: todos ellos se habían desarrollado aislados del cuerpo principal de la
humanidad que vivió en el Viejo Mundo. No tuvieron conocimiento de las técnicas
y las herramientas que se habían diseminado por en Europa, Asia o Africa. Vivieron
aislados del resto de la humanidad. No desarrollaron mercados y recurrieron a
otros mecanismos para integrar a sus comunidades. Desconocían el hierro, las
armas de fuego, los caballos, los vehículos con ruedas, la navegación a grandes
distancias. La ausencia de todos estos elementos centrales en las sociedades
del Viejo Mundo permitió definir a las sociedades americanas como bárbaras y explicar
la supremacía occidental.
Las sociedades avanzadas americanas, las altas
culturas nativas, resultaban paradójicas e incomprensibles para los europeos. A
pesar de los logros alcanzados en organización económica, ingeniería o
astronomía, mostraron ante los ojos de los occidentales (de los conquistadores,
de los oficiales coloniales y de los criollos) unas profundas deficiencias
materiales, las cuales daban razón de las limitaciones de su desarrollo. Así,
por ejemplo los mayas, capaces de emprender gigantescos proyectos urbanos
continuaban viviendo en la edad de piedra, ignorantes de la metalurgia. Los
aztecas y los incas fueron capaces de construir extensas calzadas y caminos,
pero ignoraron la rueda. Realizaron grandes proyectos de irrigación pero
desconocieron el arado. Más aún, pese al desarrollo del cálculo y la
astronomía, no se prosperó la navegación a largas distancias ni la cartografía.
Los pueblos americanos se ignoraron entre sí y vivieron en un espacio
extraordinariamente fragmentado, de manera que no ocurrió ningún intercambio de
conocimientos o técnicas entre las diferentes culturas originarias. Cada foco
de civilización en el Nuevo Mundo se desarrolló aislado, creó su propia
tecnología y la llevó hasta sus límites, sin nutrirse la experiencia e
inventiva aparecida en otros lugares, sin prestar sus éxitos o aprovechar los
de otros. Todos los valores, las ideas y los mitos tuvieron que ser inventados
una y otra vez. Las culturas americanas pudieron ser calificadas de quiméricas
y autárquicas, empeñadas en construir el mundo nuevamente una y otra vez.
La Conquista española de América fue veloz. La ausencia de comunicaciones entre los pueblos americanos hizo que los mayas y los aztecas no supieran nada de la Conquista española del Caribe. Esta campaña no involucró episodios militares espectaculares. Aunque los conquistadores emplearon la fuerza, probablemente su técnica más importante de dominio fue la captura de los caciques y el empleo de su autoridad para controlar a la población aborigen. Los españoles remplazaban a las jerarquías autóctonas. También aprovecharon la circunstancia de que los pueblos indígenas carecían de una identidad común, que no estaban unidos y solían colaborar con los invasores para obtener ventajas frente a sus enemigos locales. Aunque los conquistadores no estuvieron organizados en ejércitos permanentes eran profesionales, convocados para campañas definidas. El uso de armaduras, armas de hierro y caballos les confirió una ventaja técnica abrumadora frente a cualquier ejército indígena al que se enfrentaran. En campo abierto, doscientos españoles solían derrotar a fuerzas indígenas de varios miles, sufriendo pocas bajas, gracia a su técnica militar superior y a su condición de combatientes especializados.
La Conquista española de América fue veloz. La ausencia de comunicaciones entre los pueblos americanos hizo que los mayas y los aztecas no supieran nada de la Conquista española del Caribe. Esta campaña no involucró episodios militares espectaculares. Aunque los conquistadores emplearon la fuerza, probablemente su técnica más importante de dominio fue la captura de los caciques y el empleo de su autoridad para controlar a la población aborigen. Los españoles remplazaban a las jerarquías autóctonas. También aprovecharon la circunstancia de que los pueblos indígenas carecían de una identidad común, que no estaban unidos y solían colaborar con los invasores para obtener ventajas frente a sus enemigos locales. Aunque los conquistadores no estuvieron organizados en ejércitos permanentes eran profesionales, convocados para campañas definidas. El uso de armaduras, armas de hierro y caballos les confirió una ventaja técnica abrumadora frente a cualquier ejército indígena al que se enfrentaran. En campo abierto, doscientos españoles solían derrotar a fuerzas indígenas de varios miles, sufriendo pocas bajas, gracia a su técnica militar superior y a su condición de combatientes especializados.
Pero los occidentales dispusieron de otra ventaja, que
fue decisiva: las enfermedades. El Nuevo Mundo no solo se desarrolló aislado de
las ideas, sino también aislado de las enfermedades del Viejo Mundo. Los
descendientes de los americanos prehispánicos son los sobrevivientes de una
catástrofe que mató a más del 90% de la población.
Los incas no supieron nada de la Conquista de México.
El asalto de los conquistadores los tomó completamente desprevenidos. La
invasión de la región andina puso fin a un largo período de desarrollo autónomo
e inició un período devastador de presencia hispánica en los Andes. Las
consecuencias de este período las continúan viviendo las sociedades
latinoamericanas en la actualidad. La Conquista produjo un cambio radical de
las sociedades andinas, pero no causó su extinción. Las poblaciones indígenas
conquistadas fueron diezmadas pero no aniquiladas, y los colonizadores buscaron
integrarlas en la nueva organización social.
Las poblaciones originarias no resultaron
completamente aculturadas ni terminaron por disolverse en nuevas culturas
sincréticas, sino que respondieron de manera distinta ante la dominación
española. En la costa de Perú, los asentamientos indígenas desaparecieron y
población superviviente fue ampliamente integrada e incluso remplazada.
Abandonaron sus idiomas originales y con ellos perdieron una forma de
diferenciarse de los inmigrantes del Viejo Mundo, fuesen españoles o sus
esclavos. Debido a ello en el futuro la costa no fue escenario de
levantamientos indígenas. El sincretismo cultural entre Occidente y el mundo
andino ocurrió en las tierras altas, tanto en la cultura, como en la vida
cotidiana y en la religiosidad popular.
La relación que ellos [los españoles] entablaron con los indios fue una relación de imposición y asimétrica. (Flores Galindo, Buscando un Inca p. 41)
Los conquistadores trataron de crear una sociedad
jerarquizada donde ellos ocuparan el nivel superior, repitiendo el modelo de la
Reconquista. En lugar de eso, las autoridades coloniales fundaron una sociedad
estamental y separada, promoviendo una actitud tradicional y la ficción
jurídica de dos repúblicas viviendo bajo un mismo sistema, una república de
españoles y otra república de indios. Pese a los deseos de la administración
española, la sociedad colonial no logró conservarse completamente dual, sino
que produjo grupos intermedios, a la deriva.
A pesar de la estricta demarcación de fronteras jurídicas entre españoles e indios –quienes debían formar dos repúblicas separadas y autónomas- la relación entre vencedores y vencidos terminó produciendo una franja incierta dentro de la población colonial: los mestizos, hijos de unos y otros y a veces menospreciados por ambos. (Flores Galindo, Buscando un Inca p. 18)
Esta dualidad establecida jurídicamente no fue efectiva.
Para los españoles americanos carecía de sentido vivir aislados de las
poblaciones originarias, ya que era ellas las que daban viabilidad a la
colonización. La dualidad de Repúblicas fue desdibujándose por la aparición de
los mestizos, de los criollos, de los esclavos africanos y de las muchas castas
que nacieron de su mezcla, así como de la evolución económica del mundo andino.
En la metrópoli la separación rígida entre la nobleza y la gente llana era una
ilusión. En América la separación entre españoles e indios también lo fue.
En la sociedad colonial un hombre podía ocupar determinado lugar por su casta y otro, muy distinto por sus ingresos. Entender esto último exige considerar que a medida que transcurría el orden colonial se fue desdibujando la identificación inicial entre blanco-colono e indio-colonizado. (Flores Galindo, Buscando un Inca p. 262)
Sin embargo, pese a los absurdos de esta jerarquía
social rígida, la dualidad propuesta jurídicamente persistió, bajo otros
nombres, incluso después de la proclamación de la República.
Pocos han reparado en el contenido racista de una categoría tan usual en los recuentos censales como es la de “analfabeto”, para clasificar así –como un grupo inferior y menospreciado- a quienes ignoran el castellano. (Flores Galindo, Buscando un Inca p. 259)
José Antonio del Busto estaba interesado
en dar una versión de la integración de indios y españoles para la formación
del Perú. Definió al Perú como una realidad histórica de tres dimensiones
distintas: el Perú como patria, el Perú como nación y el Perú como Estado. La
patria nació en el tiempo antiguo, porque para él ya el Tahuantinsuyo era el
Perú. Según del Busto el Perú surgió del virreinato como independiente,
uninacional, pluricultural, multilingüe y mestizo. En Tres ensayos peruanistas expuso
sus convicciones en tres textos. En el primero, “Perú esencial” divide la
realidad histórica del Perú en tres dimensiones: la patria peruana, nacida hace
15000 años con el ingreso de los primeros cazadores nómadas en los Andes
centrales; la nación surgida en el siglo XVI con los primeros mestizos; y el
Estado, formado con la Independencia, a partir de la determinación popular por
conseguir un país independiente, uninacional, pluricultural, multilingüe y
mestizo. El segundo artículo, “El mestizaje en el Perú” describe el desarrollo
desde el mestizaje racial hasta el mestizaje cultural, un proceso que conduce a
la amalgama y homogenización de la población. El último texto, “En torno al
monumento a Pizarro”, discute el retiro de la estatua ecuestre del conquistador
de la Plaza de Armas de Lima. Allí afirma:
no nos
conquistó a nosotros, sino a los hombres del incario que son nuestros
antepasados cobrizos. Nosotros descendemos de los vencidos y de los vencedores,
pero no somos vencedores ni vencidos. Somos el resultado de ese encuentro.
Podemos ser indigenistas e hispanistas, pero por encima de todo debemos ser
peruanistas. El peruanismo nos une, cicatriza; el indigenismo y el hispanismo
mal entendidos dividen, descuartizan. Nuestra obligación es integrarnos, no
desintegrarnos.
Esta imagen es asombrosa, pues la nacionalidad
estaba asegurada desde un principio, desde la misma geografía del país. La
Independencia surgió como la consecuencia de esta identidad primordial y de una
determinación autónoma incuestionable. No tenía sentido debatir si este país
podía ser una nación, muchas o ninguna (no solo por las tensiones étnicas sino
también por la fragmentación política, a propósito del separatismo de Arequipa
y el sur andino). Debemos recordar que hasta hace un par de décadas no se reconocía
la diversidad cultural y ni su multiplicidad lingüística (de hecho se combatió
la existencia de otras lenguas y forzó la difusión del castellano) y el
mestizaje. Los oligarcas de hace un siglo se daban cuenta que el país era
mayoritariamente indio y querían forzar el mestizaje, dando primacía a la
herencia occidental e hispánica y rechazando los orígenes andinos y los aportes
de otros pueblos, africanos y orientales. Para lograr el mestizaje que
anhelaban promovieron la migración de colonos europeos. La República criolla estableció
al país sobre la discriminación por el color de piel, el idioma y las
costumbres.
Por racismo entendemos algo más que el menosprecio y la marginación: entendemos un discurso ideológico que fundamenta la dominación social teniendo como uno de sus ejes la supuesta existencia de razas y la relación jerárquica entre ellas. (Flores Galindo, Buscando un Inca p. 260)
Del
Busto siempre se negó a usar la palabra aculturación. Su negativa tiene
significado: no era solo por la palabra sino para rechazar los estudios
interdisciplinarios, a la antropología, a la etnohistórica. Del Busto quería
bloquear cualquier discurso que cuestionara el orden establecido. Quería ser recordado como el historiador de la peruanidad y
se negaba a aceptar las transformaciones por las que había pasado la
historiografía peruana durante la segunda mitad del siglo XX. La mayor
influencia provino de la antropología, que había resaltado la continuidad entre
los primitivos contemporáneos y las sociedades prehispánicas altamente
organizadas. Al hacer esto los antropólogos habían traspasado los límites de su
propia disciplina y cuestionado lo que tradicionalmente había sido el trabajo
del historiador, proponiendo una nueva forma de entender al país. Flores Galindo
comprendía y promovía un nuevo entendimiento del Perú conseguido mediante un
acercamiento novedoso al tema, los estudios interdisciplinarios. Del Busto, en
cambio, insistía en la separación de la historia y en lo particular de su
metodología, continuando con la tradición autoritaria que quería decir cómo era
nuestro país.
Las
naciones no surgen inmediatamente ni son eternas, sino que tienen un origen y
un término. Las naciones son productos de procesos culturales. La formación de
la nación no ocurrió en el más remoto pasado sino en la edad moderna después del
encuentro de dos culturas en un proceso que los antropólogos conocen como
aculturación. La aculturación es el proceso por el que una cultura cambia bajo
la influencia de otra, dando lugar una mayor similitud entre ambas. La
conquista generó una sociedad estratificada y forzó la aparición de
relacionados diseñadas culturalmente que permitían la acomodación de los grupos
a la nueva situación. Estos patrones son más notorios mientras menos
estratificada sea la sociedad sometida, por lo que la división del país entre
occidentales y andinos fue haciéndose más evidente a medida que la población
andina fue desarticulándose. Los blancos despreciaron más a los indios cuando
se convirtieron todos ellos en campesinos. Pero no pudieron dejarlos de lado,
ya que el desarrollo de cualquier sociedad estratificada requiere la formación
de una red de relaciones.
La población del Perú, puede dividirse, por razón de su cultura en cuatro grupos: habitantes de las punas y caseríos, poblaciones de la sierra que están en constante comunicación con las capitales de departamentos, población de estas capitales y población de Lima.
Respecto al primer grupo, puede decirse que carece de toda cultura, que no solo no la tiene, sino que le falta la condición primera para poseerla, el interés de saber. Sin noción del vínculo de nacionalidad; sin experimentar ninguna emoción que le haga comprender que esta patria, es su patria, que este suelo le pertenece, que la sociedad está constituida para su progreso, que las autoridades tienen la misión de protegerlo; sin poder calcular siquiera, que en medio de hostilidades que lo rodean por todas partes, pueda adquirir otra felicidad diferente del reposo, vive sin interés alguno bajo el imperio exclusivo de las necesidades materiales, que satisface como las bestias, que son sus únicos modelos, y peor que la bestias cuando las excitaciones del alcohol avivan la brutalidad de sus instintos sin disciplina.¿Qué influencia podrá tener sobre estos seres, que sólo poseen la forma humana, las escuelas primarias más elementales? ¿Para qué aprenderán a leer, escribir y contar, la geografía y la historia y tantas otras cosas, los que no son personas todavía, los que no saben vivir como personas, los que no han llegado a establecer una diferencia profunda con los animales, ni tener ese sentimiento de dignidad humana principio de toda cultura? ¿Por qué habrían de ser más felices, con esas ideas, que los más no podrán aplicar en su vida extraña a la civilización y de que algunos podrían hace uso contra sus semejantes? Sólo un concepto intelectualista de la civilización puede concebir la felicidad en esas condiciones. (Alejandro Deustua: El Problema Pedagógico Nacional)
No hay comentarios:
Publicar un comentario