domingo, 29 de junio de 2014

Conquista y Descubrimiento

Flores Galindo exageró al afirmar que la cuna marcaba todo el derrotero de la vida en la España del siglo XVI. Fue injusto al creer que todos los conquistadores eran marginales. Sí acertaba, pensando igual que esos aventureros quinientistas, que en las Indias, los actos, la práctica podían permitirles conseguir aquello que sus padres no les habían legado.
Antes del establecimiento del virreinato llegaron a Perú  unos 5000 a 10000 españoles, de los cuales casi 500 consiguieron una encomienda. La colonización de América siguió el modelo de la Reconquista: los conquistadores victoriosos se establecían en las ciudades recien fundadas y esperaban recibir una encomienda para convertirse en una nobleza con base territorial, como eran la nobleza en España. Por ello rechazaron la autoridad de los funcionarios reales en cuanto esta quiso frenar sus ansías de honra. Este rechazo fue el fundamento de la rebelión de Gonzalo Pizarro, quien con su deseo de convertirse en un rey del Perú se volvió abiertamente subversivo, considerando que la realeza era una condición otorgada por gracia divina, no por sus ascendientes sino por sus méritos.
El sistema colonial español trasladó tanto instituciones como poblaciones. Los migrantes españoles se establecieron no sólo en las ciudades de las costas, sino en el interior de los antiguos imperios americanos, en los centros mineros, en las ciudades mercantiles de provincias y en explotaciones agrícolas. Muchos de ellos no consiguieron una situación estable en los Andes y terminaron conviviendo con los indígenas. Guaman Poma menciona a españoles bribones y vagabundos, que vivían extorsionando a los indios. Tal vez dos a cuatro mil de los españoles cayeron en esta condición marginal, empujados a vivir junto y como los indios que querían dominar.
Los españoles que migraron a América buscaban una oportunidad en el Nuevo Mundo, no solamente como hidalgos. Llegaron también gentes llanas, que venían simplemente a “hacer la América”. Algunos terminaron viviendo en los pueblos indígenas, como pequeños propietarios o pequeños comerciantes, a quienes los indios apodaron pucacuncas (cuellos rojos).
Al mismo tiempo que la colonización de América, la sociedad peninsular fue forzada a homogenizarse mediante los estatutos de limpieza de sangre y la acción de la Inquisición, fundada por los Reyes Católicos en 1478. La Inquisición española persiguió a los marranos, judíos que por coerción o presión social se habían convertido al cristianismo; a los conversos del mismo tipo del Islam, y a los sospechosos de herejía. Pocos años después de su fundación, el Papa dejó de supervisarla, de manera que la Corona española se hizo cargo de ella y la convirtió en un instrumento del Estado, aunque los inquisidores continuaron siendo dominicos. El modelo de evangelización de los Andes fue el de la Contrarreforma, vigilado por la Inquisición. La evangelización tuvo como meta erradicar las costumbres andinas, reemplazar el modo de vida andino y pagano por el cristiano y español:
… a comienzos del siglo XVII, se imponían prácticas absolutistas y excluyentes, que buscaban integrar a los países eliminando y suprimiendo lo extraño y diferente. (p. 84)
Hasta la locura quedó sometida a las nuevas leyes absolutistas. Gregorio Tenorio, quien pudo tener más de demente que de hereje, fue juzgado por la Inquisición. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, el milenarismo medieval europeo pasó a América, principalmente con los franciscanos, quienes ya habían mostrado tendencias heréticas. El milenarismo como ideología impregnó todos los proyectos sociales y políticos en los Andes.
El milenarismo introdujo variantes de contenido herético: la salvación era un hecho terrenal, ocurría aquí mismo y hasta tenía un año preciso. (p. 28)
Pese a las restricciones, también migraron a América muchos judíos expulsados de la península. Desde 1518 se había intentado limitar el pasaje de extranjeros a América, aunque estas medidas no fueron muy eficaces. Cuando Toledo consolidó el virreinato, habitaban en Perú entre 4000 y 6000 europeos, un décimo de los cuales no eran españoles. Los extranjeros más numerosos eran los portugueses, seguidos por gentes del Mediterráneo, sobretodo italianos y griegos. Sin embargo, entre los portugueses se podía contar un número significativo de judíos conversos. La Inquisición siempre sospecho de estos extranjeros, como protestantes, herejes o judaizantes. El descubrimiento del Nuevo Mundo y las reformas religiosas europeas ocurrieron al mismo tiempo. Hacia 1536, quince anos después de la Conquista de México aparecieron indicios de presencia protestante en América. Hubo protestantes en la Nueva España pero no protestantismo, debido al control de las ideas ejercido por Corona española. España intentó por todos los medios que las ideas y prácticas luteranas, calvinistas y anabaptistas no pasaran a América y por eso estableció la Inquisición. El tribunal del Santo Oficio fue instaurado en Lima en 1568, en México hacia 1571 y en Cartagena de Indias en 1610. En 1537 el Papa Pablo III prohibió la entrada de los apóstatas a las Indias. Después del Concilio de Trento (1545-1563) se consolidó la Contrarreforma y se intensificó el aislamiento preventivo de las posesiones españolas, buscando mantener al Nuevo Mundo libre de la contaminación luterana.

viernes, 20 de junio de 2014

La crueldad de los españoles

Los conquistadores justificaron sus acciones en América remitiéndose a la idea de Cruzada, la obligación de extender la verdadera religión y luchar contra los no cristianos. España había visto una Cruzada durante la Reconquista. Según este ideal, el exterminio de los infieles no era contrario al espíritu cristiano sino que incluso era un mandato la expansión de la Cristiandad. La muerte y la violencia física contra los infieles quedaban justificadas.
Durante la Reconquista, la Cruzada significaba el exterminio de todos los no cristianos, musulmanes y judíos, quienes debían aniquilados, eliminados violentamente. Sin embargo, pese a haber declarado oficialmente la Cruzada la Corona castellana no siempre cumplió sus preceptos. Muchas veces prefirió alcanzar soluciones de compromiso con sus enemigos. Las fronteras entre los reinos cristianos y al-Andalus vieron luchas continuas desde el siglo XII hasta el XV, pero solo por momentos tomaron el carácter de guerra santa. Hubo poblaciones masacradas y reducidas a la esclavitud, pero lo más frecuente fue la capitulación a cambio de unas condiciones más benignas o menos duras.
Debemos recordar que desde el punto de vista de la Cruzada los derrotados no eran solamente los guerreros sino toda la población musulmana. La mayoría de los derrotados fueron los no combatientes, la gente común, ajena a la lucha directa pero que sufría igualmente las consecuencias de las acciones militares. Para los guerreros españoles de la Reconquista los vencidos eran todos los musulmanes de las comunidades que resultaban sometidas jurisdiccionalmente a ellos por su victoria militar o la capitulación.
Los guerreros de la Reconquista muchas veces continuaron la persecución y exterminio de los musulmanes cuando ya habían sido derrotados o incluso apresados. A veces ocurrían matanzas indiscriminadas luego de la victoria, como hizo Fernando III luego de la toma de Priego o Alhama. A veces la matanza ocurría cuando no había esperanza de victoria, como en el sangriento episodio del río Víboras. En 1224, en campaña en Jaén, Don Lope Díaz había tomado gran número de cautivos que dejó bajo guardia en el río Víboras. La cuadrilla de custodia castellana fue sorprendida y cercada por una tropa morisca. Teniendo certeza de su derrota, degollaron a todos los prisioneros, antes de ser muertos ellos mismos por sus enemigos. Incluso alguna vez la masacre ocurrió porque los guerreros no habían visto combate, como en Baeza. Los musulmanes abandonaron esta plaza antes de que los guerreros cristianos entraran en ella. Quedaron algunos que no pudieron huir, tal vez ancianos, enfermos, mujeres con niños pequeños. Los cruzados los encerraron en la mezquita y los quemaron vivos. Asesinar a sangre fría a los enemigos podía ser justificado como una necesidad de la guerra: Alvar Pérez de Castro, antes de enfrentar a Ibn Hud en Jerez, mandó matar a todos los prisioneros que había tomado en su cabalgada por el valle del Guadalquivir. De esa manera no tuvo que preocuparse por custodiar prisioneros.
El trato dado por los guerreros españoles a sus enemigos musulmanes no se había suavizado siguiendo las normas desarrolladas por la cultura feudal, en la que el rescate, la clemencia e incluso el perdón habían desplazado a la ejecución. La lucha entre la Cristiandad y el Islam no era un enfrentamiento de caballeros, sino que se asemejaba más a las guerras contra los vikingos, los guerreros de la estepa (hunos, magyares o mongoles) o los celtas (galeses, irlandeses o escoceses), a quienes se consideraba gente bárbara y sin civilizar. A estos enemigos no se les mostraba consideración, debían ser tratados cruel y brutalmente. Su destino debía ser el exterminio, la mutilación o la esclavitud. La extrema violencia física cumplió un rol fundamental: aterrorizar al enemigo, quebrar su resistencia y demostrarle que la mejor decisión era huir. Fernando III se dedicó a aterrorizar a los moros durante su conquista de Andalucía. La mayoría de sus víctimas fueron campesinos, masacrados mientras trabajaban en sus campos, muertes sin otro objetivo militar que el espanto.

jueves, 12 de junio de 2014

Del Busto y Flores Galindo

Un historiador tradicional se considera autorizado, provisto de autoridad, para enunciar (anunciar) la Historia. Esta es la postura de Del Busto.
Flores Galindo creía que, como todos los historiadores marxistas, que la historia era el relato de la liberación de la humanidad, del ascenso del hombre desde organizaciones sociales opresivas y alienantes hasta un orden racional y equitativo, que permitiera el desarrollo pleno de las potencialidades humanas. La meta de la historia es una sociedad de respeto y comunidad. Del Busto pensaba que ya se había conseguido esa sociedad nacional donde todos pudieran vivir plenamente. Para Flores Galindo eso era un engaño. La sociedad peruana actual seguía siendo extraña y ajena a las grandes mayorías, que debían aceptar pasivamente sus órdenes y resignarse al rol que se les asignaba. La gente de a pie no podía organizar, estructurar o valorar esta sociedad. La gente de a pie no podía crear esta sociedad, crear su orden social. Solamente podía aceptarlo. La historia de Del Busto es una  verdad absoluta, autónoma, libre de los intereses de los hombres y de necesidad universal. Su autenticidad es comparable al de la Verdad Revelada. Su historia garantiza la eternidad del Perú. Del Busto se olvida de las diferencias de los hombres que habitan este país para obligarnos a aepter los rasgos generales y permanentes que el poclama.
Del Busto proclamaba la verdad de su narración y al hacerlo quería someternos a todos al imperio de su discurso. Flores Galindo, al contarnos los sucesos del pasado vistos desde el presente, nos daba a entender que no existe una verdad absoluta, sino que cada narración responde a los intereses del historiador y de su tiempo.

Darnos cuenta que la historia no se encuentra sobre nuestras cabezas, sino que está sometida a nuestras pasiones y a nuestras necesidades, nos permite recuperar el control sobre la historia, recobrar la libertad para contarla, para imaginarla. La historia se convierte en un espacio para experimentar y para fabricar nuestra identidad. Ya no tenemos por qué doblegarnos ante la tiranía del pasado y resignarnos a nuestro destino, sino que podemos emplear al pasado como una herramienta para construir una comunidad, una patria. Ya no nos obsesionarían con la idea de volvernos mejores peruanos, sino que nos interesaría hacer un mejor Perú donde vivir. Ya no estaríamos obligados a honrar a los proclamados próceres y los héroes de la patria, sino que guardaríamos la memoria de aquellos hombres que nos permitieran un país que nos sirva.