jueves, 12 de junio de 2014

Del Busto y Flores Galindo

Un historiador tradicional se considera autorizado, provisto de autoridad, para enunciar (anunciar) la Historia. Esta es la postura de Del Busto.
Flores Galindo creía que, como todos los historiadores marxistas, que la historia era el relato de la liberación de la humanidad, del ascenso del hombre desde organizaciones sociales opresivas y alienantes hasta un orden racional y equitativo, que permitiera el desarrollo pleno de las potencialidades humanas. La meta de la historia es una sociedad de respeto y comunidad. Del Busto pensaba que ya se había conseguido esa sociedad nacional donde todos pudieran vivir plenamente. Para Flores Galindo eso era un engaño. La sociedad peruana actual seguía siendo extraña y ajena a las grandes mayorías, que debían aceptar pasivamente sus órdenes y resignarse al rol que se les asignaba. La gente de a pie no podía organizar, estructurar o valorar esta sociedad. La gente de a pie no podía crear esta sociedad, crear su orden social. Solamente podía aceptarlo. La historia de Del Busto es una  verdad absoluta, autónoma, libre de los intereses de los hombres y de necesidad universal. Su autenticidad es comparable al de la Verdad Revelada. Su historia garantiza la eternidad del Perú. Del Busto se olvida de las diferencias de los hombres que habitan este país para obligarnos a aepter los rasgos generales y permanentes que el poclama.
Del Busto proclamaba la verdad de su narración y al hacerlo quería someternos a todos al imperio de su discurso. Flores Galindo, al contarnos los sucesos del pasado vistos desde el presente, nos daba a entender que no existe una verdad absoluta, sino que cada narración responde a los intereses del historiador y de su tiempo.

Darnos cuenta que la historia no se encuentra sobre nuestras cabezas, sino que está sometida a nuestras pasiones y a nuestras necesidades, nos permite recuperar el control sobre la historia, recobrar la libertad para contarla, para imaginarla. La historia se convierte en un espacio para experimentar y para fabricar nuestra identidad. Ya no tenemos por qué doblegarnos ante la tiranía del pasado y resignarnos a nuestro destino, sino que podemos emplear al pasado como una herramienta para construir una comunidad, una patria. Ya no nos obsesionarían con la idea de volvernos mejores peruanos, sino que nos interesaría hacer un mejor Perú donde vivir. Ya no estaríamos obligados a honrar a los proclamados próceres y los héroes de la patria, sino que guardaríamos la memoria de aquellos hombres que nos permitieran un país que nos sirva.

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