Un historiador tradicional se considera autorizado, provisto
de autoridad, para enunciar (anunciar) la Historia. Esta es la postura de Del
Busto.
Flores Galindo creía que, como todos los historiadores
marxistas, que la historia era el relato de la liberación de la humanidad, del
ascenso del hombre desde organizaciones sociales opresivas y alienantes hasta
un orden racional y equitativo, que permitiera el desarrollo pleno de las
potencialidades humanas. La meta de la historia es una sociedad de respeto y
comunidad. Del Busto pensaba que ya se había conseguido esa sociedad nacional
donde todos pudieran vivir plenamente. Para Flores Galindo eso era un engaño.
La sociedad peruana actual seguía siendo extraña y ajena a las grandes
mayorías, que debían aceptar pasivamente sus órdenes y resignarse al rol que se
les asignaba. La gente de a pie no podía organizar, estructurar o valorar esta
sociedad. La gente de a pie no podía crear esta sociedad, crear su orden
social. Solamente podía aceptarlo. La historia de Del Busto es una verdad absoluta, autónoma, libre de los
intereses de los hombres y de necesidad universal. Su autenticidad es
comparable al de la Verdad Revelada. Su historia garantiza la eternidad del
Perú. Del Busto se olvida de las diferencias de los hombres que habitan este
país para obligarnos a aepter los rasgos generales y permanentes que el
poclama.
Del Busto proclamaba la verdad de su narración y al hacerlo
quería someternos a todos al imperio de su discurso. Flores Galindo, al
contarnos los sucesos del pasado vistos desde el presente, nos daba a entender
que no existe una verdad absoluta, sino que cada narración responde a los
intereses del historiador y de su tiempo.
Darnos cuenta que la historia no se encuentra sobre nuestras
cabezas, sino que está sometida a nuestras pasiones y a nuestras necesidades,
nos permite recuperar el control sobre la historia, recobrar la libertad para
contarla, para imaginarla. La historia se convierte en un espacio para
experimentar y para fabricar nuestra identidad. Ya no tenemos por qué
doblegarnos ante la tiranía del pasado y resignarnos a nuestro destino, sino
que podemos emplear al pasado como una herramienta para construir una
comunidad, una patria. Ya no nos obsesionarían con la idea de volvernos mejores
peruanos, sino que nos interesaría hacer un mejor Perú donde vivir. Ya no
estaríamos obligados a honrar a los proclamados próceres y los héroes de la
patria, sino que guardaríamos la memoria de aquellos hombres que nos
permitieran un país que nos sirva.
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