domingo, 2 de agosto de 2015

La utopía andina como postmodernidad

Parafraseando a Toynbee, la historia del Perú fue configurada por dos fenómenos en oposición: la migración y el nacionalismo. La migración española originó al nacionalismo criollo y la migración del campo a la ciudad produjo la identidad andina. Estos dos fenómenos entraron en contradicción y en conflicto, porque competían por el mismo espacio. Flores compartía la idea de que el nacionalismo criollo había sido la forma política del ascenso de la burguesía y que había alcanzado su cúspide tras la Segunda Guerra Mundial. La descolonización y la lucha anti-imperialista, en cambio, configuraron la identidad andina. Flores se habría negado a calificar a la identidad andina como nacionalismo, ya que ella superaba las fronteras que habían trazado las burguesías nacionales después del fin del dominio español. 

Flores buscó el límite del racionalismo occidental en una forma de comprensión que se hallaba más allá, la racionalidad andina. Los hombres andinos se habían desarrollado independientemente del mundo de los europeos, Había creado una concepción del mundo autónoma. La confrontación con Occidente le impuso una jerarquía de valores traídos por los españoles, pero el país nacido de esta confrontación siguió quedando fuera de estos valores, marginal y extraño. El hombre andino no pertenecía simplemente al mundo creado por los conquistadores, el Nuevo Mundo, sino que desempeñaba una función propia, derivada de alguna forma de los valores anteriores a la Conquista. Los valores anteriores se fundamentaron en una racionalidad diferente e igualmente válida.
Del Busto había creído que la independencia había dado a luz a una Peruanidad sana, feliz y satisfactoria que viviría eternamente como un eterno presente. El siempre se resistió a aceptar que el triunfo de Occidente no se debió a sus valores superiores sino a su tecnología superior.
La nación peruana, de herencia occidental y moderna, se había desarrollado durante los siglo XIX y XX y había pretendido convertirse en un Estado sólido y una sociedad homogénea, obligando a todos los habitantes del país a aceptar un sistema de valores, Pero esta modernidad nacional peruana se fracturó durante el siglo XX. El proyecto nacional criollo se convirtió en una trampa, en suelo seco y muerto. Flores Galindo reclamaba cavar en el para encontrar nuevas raíces para nuestra identidad.
La labor del historiador tal como la entendía Flores Galindo era convertir a la verdad en un instrumento de la libertad. Las mentiras sobre la historia de Perú servían para jusificar la dominación de pocos sobre muchos. La opresión de los hombres andinos quedaba justificada por los beneficios que había traído la Conquista. Casi debíamos agradecer a Pizarro la existencia del país.   
Los flujos migratorios produjeron el caos en las ciudades criollas. Los migrantes generaron tensiones con la anterior población urbana y la amenazaron con su presencia. Ellos mismos vivían una condición conflictiva: ansiaban infiltrarse en la sociedad urbana y asimilarse a la modernidad a la vez que experimentaban su otredad y la discriminación. Los inmigrantes al final se convirtieron en mayoría a ahogaron a la Lima que se fue.
La alteridad que invade el centro mismo de la modernidad es la característica principal del Perú postmoderno. La modernidad que buscaba afirmarse en el país se vio rebasada por los extraños que bajaron de los Andes como una inundación. La postmodernidad significó el desarraigo para quienes vivían en las ciudades y para quienes se desplazaron a ellas.
La modernidad se presentó en Perú con la migración. Las poblaciones campesinas abandonaron sus pueblos y su organización tradicional para establecerse en las ciudades de la costa. Buscaban una mejor vida, escapaban de la miseria del campo pero tuvieron que adaptarse a las condiciones de vida de la ciudad y asimiliar valores extraños. El resultado de la modernización de estas poblaciones fueron las barriadas. La modernidad trajo la posibilidad de una vida diferente pero también inestabilidad, incertidumbre y pérdida de identidad.
La migración produjo zozobra en los migrantes, Ellos crecieron pero amputados de sus raíces y enfrentados a los habitantes anteriores de las ciudades, quienes sentían su seguridad amenazada por estas oleadas de desterrados. La modernidad se construyó sobre la alteridad, sobre el descubrimiento del otro y la discriminación del extraño. Para los españoles del siglo XVI los indios fueron los otros y para los limeños de 1950 los migrantes andinos fueron los extraños. Estos millones que bajaron de los Andes tuvieron que arrancar sus raíces y plantarlas nuevamente en el inestable terreno de nuestra modernidad: el arenal transformado en pueblo joven 
La modernidad ha existido entre dos horizontes: el reconocimiento de la condición maravillosa e irreductible de la diferencia y la separación y la proyección de nuestros miedos y angustias fuera de nosotros, tomando la forma de lo extraño, del extranjero y lo monstruoso. Sobre el extraño caen todas las culpas y los miedos.
El individuo conciente, este invento de occidente, se presentaba como el centro del mundo y su defensor, el garante del orden frente al salvajismo y la barbarie, existiendo orgulloso y angustiado. Pero cuando los otros se instalaron en el centro de su mundo, no pudo se pudo evitar el contagio de la angustia 
La migración a la ciudad y la asimilación a la sociedad urbana pusieron en crisis la nacionalidad peruana constituida. La migración había vuelto claro que el tiempo en que los limeños no podían construir una nación autosuficiente y de espaldas al interior. Mariátegui fue el primero en buscar un nuevo horizonte para la época.

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