“quería
verlo todo con frialdad científica” (Del Busto)
“Mi
Dios, más que el Dios de la razón es el Dios de la revelación” (Del Busto)
Aquellos
historiadores que se proclaman poseedores de la verdad, de los hechos puros y
duros, se creen en la obligación de imponernos el reconocimiento de esa verdad,
y hacen imposible la construcción de una sociedad inclusiva y democrática. La
historiografía en Perú se encuentra prisionera de esta obligación de declarar
una verdad fundamental. Se proclama fundamental en el sentido de dar una
justificación de la patria, de la peruanidad. Se dice fundamental porque define
la esencia del ser peruano, que supera cualquier diferencia de clase, origen o
cultura.
Proclamar una única
narración histórica verdadera es negar la posibilidad de integrar a toda la
gente que vive en este país. Del Busto
imaginaba una historia que era el espejo de las cosas pasadas, o mejor dicho, una
historia era una pantalla donde se proyectaba el pasado como una película, que
era un documental que reproducía exactamente los hechos tal como había
ocurrido. La verdad de los hechos quedaba fijada en la narración, como una
revelación. Esto es a lo que se refiere Nietzsche en el Crepúsculo de los Idolos, en el capítulo “Cómo el “mundo verdadero”
acabó convirtiéndose en una fábula”, Del Busto sentía antipatía por el filósofo
alemán y pretendía poner la verdad de los hechos en una narración inmutable de
la historia, la que él había confeccionado.
Del Busto quería ser recordado como el historiador de la
peruanidad. A este objetivo dedicó un pequeño libro, Tres ensayos peruanistas. Comprende tres textos. En el primero,
“Perú esencial” divide la realidad histórica del Perú en tres dimensiones: la
patria peruana, nacida hace 15000 años con el ingreso de los primeros cazadores
nómadas en los Andes centrales; la nación surgida en el siglo XVI con los
primeros mestizos; y el Estado, formado con la Independencia, a partir de la
determinación popular por conseguir un país independiente, uninacional,
pluricultural, multilingüe y mestizo. El segundo artículo, “El mestizaje en el
Perú” describe el desarrollo desde el mestizaje racial hasta el mestizaje
cultural, un proceso que conduce a la amalgama y homogenización de la población.
El último texto, “En torno al monumento a Pizarro”, discute el retiro de la
estatua ecuestre del conquistador de la Plaza de Armas de Lima. Allí afirma:
“no nos conquistó a nosotros, sino a los hombres del incario que son nuestros
antepasados cobrizos. Nosotros descendemos de los vencidos y de los vencedores,
pero no somos vencedores ni vencidos. Somos el resultado de ese encuentro.
Podemos ser indigenistas e hispanistas, pero por encima de todo debemos ser
peruanistas. El peruanismo nos une, cicatriza; el indigenismo y el hispanismo
mal entendidos dividen, descuartizan. Nuestra obligación es integrarnos, no
desintegrarnos”.
De manera evidente y deliberada Del Busto ignora el
significado de indígena. Indígena no es el indio, indígena es el nacido acá. En
el sentido más literal del término todos los naturales del país son indígenas.
El indigenismo se refiere a la gente propia del país, mientras que el
hispanismo obviamente alude a otro país, España. Lo que del Busto rechazaba era
la identidad descrita por los escritores indigenistas, una identidad vuelta
hacia el mundo andino. El no tenía interés en esta identidad andina, sino en la
identidad creada a partir de la invasión española.
El objetivo que traza para la historia es forzar la
integración, obligarnos a tomar parte en un proyecto de ingeniería social que
él llama peruanidad. A pesar de su retórica sobre la continuidad el desarrollo
humano en este país, niega la identidad entre nosotros y los hombres del incario.
Para él ellos son otros. Su mirada del pasado anterior a la Conquista es alienante,
enajenante: los hombres de ese tiempo nos son extraños, no somos nosotros, los
peruanos solo existen después de la Conquista, tanto como que Perú solo existe
después de Pizarro. Su descripción de la peruanidad parte de un mestizaje
racial que ya ha terminado y ha sido superado por el mestizaje cultural:
primero deja a los hombres de origen andino atrás y luego deja atrás a la
cultura andina.
Para del Busto la figura del caudillo es central: se puede
hablar de Pizarro sin el Perú pero no se puede hablar del Perú sin Pizarro. Es
el héroe fundador del país y a él le debemos nuestra existencia.
Del Busto insistía en la convicción ingenua o interesada
de que es posible lograr un reflejo objetivo de los hechos (creencia ya en
crisis desde tiempos de Kant y Hegel). Pero el conocimiento del pasado es una
suposición teórica. La meta de la historia no es la posesión de su verdad, sino
la herencia del pasado como horizonte de posibilidades que podemos explorar y
que nos permiten explorar.
Hay dos formas de relacionarnos con la situación en la que
nos encontramos: concibiéndola como un conjunto de datos que deben conocerse
objetivamente, o leyéndola como un mensaje que debemos interpretar y entender. Del
Busto escogió la primera opción sin ninguna duda, permaneciendo en la ilusión
metafísica, cientificista, creyente en la posibilidad de enunciar una verdad
objetiva y descriptiva de la historia. El ya la había formulado y quiere
obligarnos a aceptar el pasado como algo cerrado, respecto del cual no tenemos
ninguna libertad para decidir.
Del Busto rehúsa despedirse de la verdad como reflejo
objetivo de un dato que para poder ser descrito adecuadamente debe fijarse,
estabilizarse, aceptarse como un hecho ante el cual no tenemos alternativa.
Este autor nunca se detiene a considerar el horizonte dentro del cual el mismo se
mueve, ya sea porque ignore o porque quiera ignorar las relaciones que lo
condicionan a él y a la sociedad en la que vive. El valor de su relato se justifica
por su fin, integrarnos a todos en una nación. Esto realmente podía ser
valioso: resolver nuestros desencuentros, pero del Busto nunca dio el paso más
liberal y democrático de reconocer que todos podíamos elaborar un relato de la
nación. El reclamó la historia como propiedad, la verdad de nuestro pasado la
había proclamado él y la había dejado ya establecida en sus libros. Repite la función
histórica de la escritura en Perú: el ejercicio del poder. Con la Conquista la
escritura se mostró como un signo de dominación social y no como un medio de
comunicación. El discurso historiográfico en Perú ha estado sometido a la
violencia de las relaciones de poder. Históricamente la escritura ha estado
asociada a la autoridad, al control social y a la exclusión cultural. La
escritura sirvió para imponer el orden y la ley de los conquistadores, de la
Corona y de la burocracia colonial. La República reiteró esta función social
dominante y discriminatoria.
Del
Busto proclamaba la existencia de una verdad última, una noción metafísica cuya
intuición solo es posible a una persona especial, el historiador, que se
diferencia de la colectividad general. No comprendía que la verdad no es una
correspondencia objetiva sino el horizonte donde podemos verificar las
correspondencias que establecemos.
Toda
verdad resulta de explicar y construir. Debemos comprender el engaño de
cualquier narración que intenta establecer su hegemonía proclamándose como único
y perenne saber, incluso cuando se presenta bajo el título de ciencia. No
existe ninguna ciencia natural, todas las ciencias son fabricadas.
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