domingo, 13 de enero de 2013

Del Busto como historiador


“quería verlo todo con frialdad científica” (Del Busto)
“Mi Dios, más que el Dios de la razón es el Dios de la revelación” (Del Busto)
Aquellos historiadores que se proclaman poseedores de la verdad, de los hechos puros y duros, se creen en la obligación de imponernos el reconocimiento de esa verdad, y hacen imposible la construcción de una sociedad inclusiva y democrática. La historiografía en Perú se encuentra prisionera de esta obligación de declarar una verdad fundamental. Se proclama fundamental en el sentido de dar una justificación de la patria, de la peruanidad. Se dice fundamental porque define la esencia del ser peruano, que supera cualquier diferencia de clase, origen o cultura.
Proclamar una única narración histórica verdadera es negar la posibilidad de integrar a toda la gente que vive en este país. Del Busto imaginaba una historia que era el espejo de las cosas pasadas, o mejor dicho, una historia era una pantalla donde se proyectaba el pasado como una película, que era un documental que reproducía exactamente los hechos tal como había ocurrido. La verdad de los hechos quedaba fijada en la narración, como una revelación. Esto es a lo que se refiere Nietzsche en el Crepúsculo de los Idolos, en el capítulo “Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en una fábula”, Del Busto sentía antipatía por el filósofo alemán y pretendía poner la verdad de los hechos en una narración inmutable de la historia, la que él había confeccionado.
Del Busto quería ser recordado como el historiador de la peruanidad. A este objetivo dedicó un pequeño libro, Tres ensayos peruanistas. Comprende tres textos. En el primero, “Perú esencial” divide la realidad histórica del Perú en tres dimensiones: la patria peruana, nacida hace 15000 años con el ingreso de los primeros cazadores nómadas en los Andes centrales; la nación surgida en el siglo XVI con los primeros mestizos; y el Estado, formado con la Independencia, a partir de la determinación popular por conseguir un país independiente, uninacional, pluricultural, multilingüe y mestizo. El segundo artículo, “El mestizaje en el Perú” describe el desarrollo desde el mestizaje racial hasta el mestizaje cultural, un proceso que conduce a la amalgama y homogenización de la población. El último texto, “En torno al monumento a Pizarro”, discute el retiro de la estatua ecuestre del conquistador de la Plaza de Armas de Lima. Allí afirma: “no nos conquistó a nosotros, sino a los hombres del incario que son nuestros antepasados cobrizos. Nosotros descendemos de los vencidos y de los vencedores, pero no somos vencedores ni vencidos. Somos el resultado de ese encuentro. Podemos ser indigenistas e hispanistas, pero por encima de todo debemos ser peruanistas. El peruanismo nos une, cicatriza; el indigenismo y el hispanismo mal entendidos dividen, descuartizan. Nuestra obligación es integrarnos, no desintegrarnos”.
De manera evidente y deliberada Del Busto ignora el significado de indígena. Indígena no es el indio, indígena es el nacido acá. En el sentido más literal del término todos los naturales del país son indígenas. El indigenismo se refiere a la gente propia del país, mientras que el hispanismo obviamente alude a otro país, España. Lo que del Busto rechazaba era la identidad descrita por los escritores indigenistas, una identidad vuelta hacia el mundo andino. El no tenía interés en esta identidad andina, sino en la identidad creada a partir de la invasión española.
El objetivo que traza para la historia es forzar la integración, obligarnos a tomar parte en un proyecto de ingeniería social que él llama peruanidad. A pesar de su retórica sobre la continuidad el desarrollo humano en este país, niega la identidad entre nosotros y los hombres del incario. Para él ellos son otros. Su mirada del pasado anterior a la Conquista es alienante, enajenante: los hombres de ese tiempo nos son extraños, no somos nosotros, los peruanos solo existen después de la Conquista, tanto como que Perú solo existe después de Pizarro. Su descripción de la peruanidad parte de un mestizaje racial que ya ha terminado y ha sido superado por el mestizaje cultural: primero deja a los hombres de origen andino atrás y luego deja atrás a la cultura andina.
Para del Busto la figura del caudillo es central: se puede hablar de Pizarro sin el Perú pero no se puede hablar del Perú sin Pizarro. Es el héroe fundador del país y a él le debemos nuestra existencia.
Del Busto insistía en la convicción ingenua o interesada de que es posible lograr un reflejo objetivo de los hechos (creencia ya en crisis desde tiempos de Kant y Hegel). Pero el conocimiento del pasado es una suposición teórica. La meta de la historia no es la posesión de su verdad, sino la herencia del pasado como horizonte de posibilidades que podemos explorar y que nos permiten explorar.
Hay dos formas de relacionarnos con la situación en la que nos encontramos: concibiéndola como un conjunto de datos que deben conocerse objetivamente, o leyéndola como un mensaje que debemos interpretar y entender. Del Busto escogió la primera opción sin ninguna duda, permaneciendo en la ilusión metafísica, cientificista, creyente en la posibilidad de enunciar una verdad objetiva y descriptiva de la historia. El ya la había formulado y quiere obligarnos a aceptar el pasado como algo cerrado, respecto del cual no tenemos ninguna libertad para decidir.
Del Busto rehúsa despedirse de la verdad como reflejo objetivo de un dato que para poder ser descrito adecuadamente debe fijarse, estabilizarse, aceptarse como un hecho ante el cual no tenemos alternativa. Este autor nunca se detiene a considerar el horizonte dentro del cual el mismo se mueve, ya sea porque ignore o porque quiera ignorar las relaciones que lo condicionan a él y a la sociedad en la que vive. El valor de su relato se justifica por su fin, integrarnos a todos en una nación. Esto realmente podía ser valioso: resolver nuestros desencuentros, pero del Busto nunca dio el paso más liberal y democrático de reconocer que todos podíamos elaborar un relato de la nación. El reclamó la historia como propiedad, la verdad de nuestro pasado la había proclamado él y la había dejado ya establecida en sus libros. Repite la función histórica de la escritura en Perú: el ejercicio del poder. Con la Conquista la escritura se mostró como un signo de dominación social y no como un medio de comunicación. El discurso historiográfico en Perú ha estado sometido a la violencia de las relaciones de poder. Históricamente la escritura ha estado asociada a la autoridad, al control social y a la exclusión cultural. La escritura sirvió para imponer el orden y la ley de los conquistadores, de la Corona y de la burocracia colonial. La República reiteró esta función social dominante y discriminatoria.
Del Busto proclamaba la existencia de una verdad última, una noción metafísica cuya intuición solo es posible a una persona especial, el historiador, que se diferencia de la colectividad general. No comprendía que la verdad no es una correspondencia objetiva sino el horizonte donde podemos verificar las correspondencias que establecemos.
Toda verdad resulta de explicar y construir. Debemos comprender el engaño de cualquier narración que intenta establecer su hegemonía proclamándose como único y perenne saber, incluso cuando se presenta bajo el título de ciencia. No existe ninguna ciencia natural, todas las ciencias son fabricadas.

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