lunes, 6 de enero de 2014

América y las herejías

En el siglo XVI tanto Europa como América eran mundos por evangelizar. El clero católico estaba muy alejado de la vida de su feligresía, y en la mayoría de los casos no tenía una formación adecuada. Los laicos vivían entre opiniones diferentes y la misma Iglesia veía como se enfrentaban en su interior posiciones doctrinarias contrarias. La Cristiandad medieval estaba llena de ansiedad y de esperanza. Distintas disputas teológicas habían tenido lugar desde el siglo XIII y se siguieron discutiendo hasta finales del siglo XVII, cuando quedaron definidas una ortodoxia católica y las heterodoxias protestantes. Estas controversias viajaron a los reinos hispanoamericanos. Muchas disputas teológicas pasaron con facilidad del viejo mundo a los reinos de Ultramar. Las órdenes religiosas, el ejército de la Iglesia, cumplieron tal labor. 
La Reforma religiosa se desarrolló en una cristiandad desorientada doctrinalmente. Lutero había resaltado correctamente que la Iglesia romana no estaba en condiciones de enseñar la verdadera doctrina a los fieles, no solo por la inmoralidad de la vida de los príncipes de la Iglesia sino por la ignorancia en temas de fe de la mayoría de los religiosos. No bastaba con que el Papa y los obispos dejaran de llevar una vida licenciosa ya que la Iglesia había olvidado la verdadera doctrina y había caído en la herejía. La Reforma no ocurrió por un tema de costumbres sino de doctrina.
La Iglesia católica recién definió oficialmente la doctrina en el concilio de Trento. Los teólogos españoles de Salamanca tuvieron una participación principal en él. A diferencia de los luteranos, la Iglesia no pretendía que los fieles supieran toda la Sagrada Escritura, sino lo fundamental de ella, aquello que le permite a uno reconocerse como cristiano. La Iglesia nos señalaba cual era ese núcleo fundamental de enseñanzas. La Iglesia no era simplemente una institución humana sino que había sido establecida por el mismo Salvador como una vía de transmisión de la verdad, de la doctrina cristiana. No cabía entonces la oposición entre la enseñanza bíblica y la enseñanza eclesiástica, porque ambas remitían a la misma verdad salvífica.
La difusión del cristianismo durante la Edad de los Descubrimientos ocurrió en medio de una profunda división doctrinal y un ansia de renovación de la Iglesia. Muchos religiosos sintieron el descubrimiento del Nuevo mundo como el anuncio fin del mundo. Una larga tradición cristiana buscaba en las Sagradas Escrituras pistas sobre el desarrollo de la historia. Existía la tendencia a buscar en la Biblia la anticipación de toda novedad, esta. La misma cultura de la Antigüedad ofreció conceptos fundamentales en el proceso de conocimiento de la realidad americana. Las tierras recién descubiertas fueron bautizadas como Nuevo Mundo en una referencia apocalíptica y se ubicó en ellas al tema de la "edad de Oro"­.
El descubrimiento de América sirvió de puente entre las prédicas penitenciales, las profecías apocalípticas y el milenarismo. Dio nuevas fuerzas a las especulaciones que buscaban entender el plan divino desarrollado en la historia. En Venecia, el franciscano Francesco Zorzi, en el convento de la Vigna Nuova, mantuvo una relación con la beata Chiara Bugni, una visionaria iletrada, explicando y difundiendo su mensaje. La orden franciscana interpretó el descubrimiento de América como el cumplimiento de una profecía. La empresa de los doce primeros misioneros franciscanos a México tuvo una gran resonancia utópica y milenarista en Europa. El canónico regular lateranense Serafino da Fermo anotó en su Breve declaración sobre el Apocalipsis de 1538 que el hecho del descubrimiento de América era uno de los signos de la próxima vendida del anticristo y del fin del mundo.
El sueño del fin de la discordia y de la pacificación religiosa fue elaborado en círculos dedicados a la adivinación del futuro, atentos a la prédica de personas dotadas de carismas espirituales. Angelica Paola Antonia Negri y Lucrecia de León exploraron el futuro a través de visiones y revelaciones. En Venecia entre 1539 y 1540, en el Hospital de San Giovanni e Paolo, se encontraron dos santas mujeres con poderes carismáticos, la Madre Zuana y la divina madre de los barnabitas, Paola Antonia Negri, alrededor de las cuales se formaron círculos de seguidores e intérpretes de sus mensajes. Ambas mujeres gozaron de fama de santidad. Angelica Paola Antonia Negri, antes de llegar a Venecia, había descubierto la oculta condición de hereje del predicador Bernardino Ochino en Verona. Luego se formó alrededor suyo un círculo de devotos cuyos pecados absolvían y que le revelaban sus pensamientos más secretos. Por su parte, el exégeta y orientalista francés Guillaume Postel, se dedicó a comentar las revelaciones extraordinarias de la Madre Zuana. El núcleo de su mensaje era alcanzar el fin de los conflictos, y conseguir el retorno de la humanidad a una sola guía, un solo rebaño y un solo pastor. Venecia se hallaba cercana a los príncipes luteranos alemanes. Según Postel, el mundo se dirigía a la cuarta época de la historia, luego de la de la naturaleza, la de la ley y la de la gracia. Esta época alcanzaría la restitutio universal, cuando todo el mundo se transformaría en un pacífico rebaño de ovejas obedientes a un solo pastor. En De orbis terrae concordia recordó el origen común del judaísmo, la Cristiandad y el Islam. El reclamaba la unificación de todas las confesiones cristianas. Las visiones de la Madre Zuana anunciaban la venida de un Pastor Angelico, mientras que el propio Postel se creía llamado a ser un nuevo Juan Bautista o nuevo Elías. 
Postel distinguía entre la ecclesia specialis y la ecclesia generalis: a la primera pertenecían los elegidos por Dios para difundir la verdad y a la otra pertenecían todos los hombres comunes. El distinguió entre elegidos y réprobos. Los elegidos poseían toda la vida y toda la inteligencia para transmitirla a los otros miembros de la iglesia, mientras los miembros comunes solo podían recibir sin trasmitir la gracia divina. En la ecclesia generalis tenían sitio todas las distintas iglesias y religiones del mundo que disputaban entre sí. Los elegidos de la ecclesia specialis tenían una posición preeminente en la revelación divina. 
En el contexto de los conflictos religiosos, la restitutio significaba lo mismo que la reformatio, el retorno a la pureza original de la doctrina y de la paz del cristianismo. El proyecto elaborado por Postel, milenarista y joaquinita, respondía al anhelo de los cristianos que, manteniéndose fieles a Roma, comprendían la fuerza del movimiento reformador y temían sus efectos. La acción del Papa Angélico, según el esquema joaquinita, debía lograr la presencia divina en la cima de la Iglesia romana.
En la evangelización de América jugaron un rol principal las órdenes franciscana, dominica, agustina y jesuita. Estas órdenes habían renunciado a los beneficios eclesiásticos y se financiaban mediante las limosnas voluntarias de benefactores.
La evangelización indiana requería de misioneros con una sólida formación moral y una adecuada preparación teológica, los “varones probos y temerosos de Dios, doctos, instruidos y experimentados”, que el papa Alejandro VI había pedido en la bula Inter caetera de 1493.
Los sacerdotes de estas órdenes constituían una élite intelectual en la España del siglo XVI, tenían una alta capacitación y un alto nivel de compromiso con la misión. Las órdenes mendicantes habían vivido un periodo de decadencia en el siglo XIV, pero recobraron su poderío en el siglo XVI. Los franciscanos se habían salvado de la condena por herejía pero seguían esperando el reino milenario. Los dominicos ya se habían reformado en el siglo XV y alcanzaron su edad de oro intelectual en el siguiente. Los jesuitas recién aparecerían ese siglo.
Las órdenes diferían en temas doctrinales y pastorales. Dentro de ellas había quienes creían en una conversión en términos perfectos mientras que otros aceptaban los defectos de toda empresa humana. Todos los religiosos aceptaban que la inclusión en la vía de la salvación ocurría a través del sacramento. Sin embargo algunos ellos creían que el sacramento solo conseguían su efecto redentor cuando el fiel amaba verdaderamente a Dios, ya que el temor a Dios o a la condenación eterna no tenía sentido sin el amor verdadero. Otros católicos, en cambio, planteaban que la conversión no podía ser perfecta porque el hombre no lo era. Los hombres comunes vivían continuamente en el pecado y era necesario someterlos al sacramento mediante el miedo al infierno y a los castigos eternos. Los dominicos eran partidarios de una fe perfecta mientras que los jesuitas creían que la verdadera fe empezaba con las imperfecciones humanas. Por eso los jesuitas aceptaban que el sacramento sacerdotal se impartiera a neófitos, mientras que los dominicos y los franciscanos declaraban que solo podía ordenarse sacerdotes en poblaciones plenamente cristianizadas. 
Más allá de los incesantes debates sobre el concepto y los alcances de los sacramentos, la evangelización de América y la lucha contra el cisma protestante planteó problemas de difícil solución. En todo momento la Iglesia se negó a compartir con los fieles la capacidad de administrar sacramentos. La acción de los laicos en la difusión del Evangelio fue vista con suspicacia e incluso como un ataque directo contra la jerarquía eclesiástica y sus preceptos. 
La administración de los sacramento fue reglamentada rápidamente por la jerarquía clerical virreinal. La evangelización americana fue llevada a cabo por las órdenes religiosas sin participación significativa de las poblaciones aborígenes. Los nativos recibían pasivamente los sacramentos y a través de ellos quedaban incorporados al nuevo orden social. Los sacramentos fueron introducidos como ejercicio coactivo dentro del sometimiento al orden colonial civil y religioso.

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