lunes, 27 de enero de 2014

La Guerra Silenciosa

El esfuerzo de Flores para imaginar al Perú no estuvo aislado. Al mismo tiempo que Flores estudiaba Manuel Scorza daba forma a su pentalogía La guerra silenciosa. Al igual que otros narradores indigenistas, Scorza dio a entender en todo momento que realizaba la crónica de acontecimientos reales. Para lograrlo, en la primera novela del ciclo resaltó el carácter testimonial de su trabajo, presentándolo como una noticia. Lo describió como la historia de la lucha desesperada de los campesinos de los Andes centrales durante la década de 1950. El campo que describió Scorza ya estaba penetrado por el capitalismo, representado por la Cerro de Pasco Corporation. Su historia narraba el expolio de las tierras de las comunidades. Sin embargo la historia que Scorza contaba no era lineal sino cíclica, ya que siempre concluía con la masacre de los comuneros. Los comuneros siempre terminaban derrotados por los gamonales y las autoridades pero siempre aparecía un líder en la comunidad que hacía que recuperara la rabia y comenzara otra rebelión.
Al hacer una crónica, recuperando el título de crónica, Scora remitía a las crónicas de la Conquista y colocaba al mismo nivel la historia que el contaba y la historia que contaron los españoles. Era una manera de dar validez a su versión al mismo tiempo que reducía la validez de la versión de los conquistadores. 
Para narrar las luchas campesinas Scorza escogió inicialmente el informe político, pero luego optó por realizar un texto de ficción, aunque enfatizó que los hechos narrados eran verídicos. El relato veraz e históricamente fiel que Scorza contaba era La guerra silenciosa, la lucha que los hombres andinos iniciaron contra sus opresores desde el momento mismo de la Conquista y que se seguía prolongando durante cinco siglos. El narró un episodio de esa lucha, ocurrido en las provincias mineras de la sierra central entre 1950 y 1962, pero Scorza recalcó que no había inventado la lucha. El intentó ser un cronista para estos héroes campesinos anónimos. Resaltó su condición de testigo y la calidad descriptiva de su narración. A diferencia de los cronistas de la Conquista o de los historiadores conservadores (como Riva Agüero, De la Puente o Del Busto) Scorza dejaba al lector la libertad de decidir el veracidad del relato. Su forma de narrar los acontecimientos era ambigua, por que declaraba la veracidad de su historia, pero empleaba una forma literaria, la novela (pero no la novela histórica). Era lo contrario a la actitud de Del Busto, quien había narrado sucesos fantásticos e inverosímiles pero exigía que los aceptemos como realmente verdaderos.   
La administración estatal desde la colonia a la República había buscado mantener sometida a la población andina. Pero existía una contradicción interna del orden colonial. Los españoles sometieron a las sociedades andinas, pero también les dieron las herramientas para imaginar un mundo diferente. La invasión occidental permitió la emergencia de factores de cohesión de los hombres andinos, que se identificaron entre sí frente a sus invasores. Toda la narrativa indigenista está entrecruzada por este esfuerzo por reconocerse, por rescatar la propia identidad. La narrativa indigenista había tomado un elemento de Occidente para reafirmar la identidad del mundo andino. Los esfuerzos del indigenismo produjeron mitos: el mito de Inkarri, la utopía andina y la guerra silenciosa. Flores debía tener presente las novelas de Scorza al escribir Buscando un inca, ya que el libro concluye en la guerra silenciosa.
El ciclo de La guerra silenciosa estaba formado por novelas de la rebelión campesina. Tenía precedentes notables en El mundo es ancho y ajenoTodas las sangres Los ríos profundos. Flores Galindo  sostenía que la rebelión campesina andina era un hecho que había atravesado todo el siglo XVIII y que continuaba.
Las novelas de Scorza constituyeron una renovación dentro de la tradición indigenista, ya que asimilaron las nuevas técnicas desarrolladas por los novelistas latinoamericanos del Boom pero que continuaron la intensa motivación social de la novela indigenista desarrollada por Ciro Alegría o José María Arguedas. Flores también emprendió una renovación en el estudio del mundo andino y el origen del Perú. El intentó resolver la crisis que agobiaba a la población peruana y propugnó un cambio radical. Respondió con originalidad a los problemas del país, a partir de la lectura de los Siete ensayos de Mariátegui y del drama personal de Arguedas, de la visión de la sociedad peruana dividida entre los Andes indios y la modernidad criolla de la costa. Los rasgos de libertad narrativa que desarrolló en Buscando un inca partían de la necesidad de no mostrar la historia andina como un hecho insular, localizado en las partes más atrasadas del país, limitado a la explotación de las clases subordinadas, sino un problema vinculado al desarrollo de la conciencia en todos hombres marginados en Perú.
Esta misma búsqueda era la indagación por la continuidad entre nuestra historia local y toda la historia. Desde la Conquista española ha existido una sola y misma historia, la historia de la continua rebelión andina. Esta continuidad fue enunciada por Benito Castro en El mundo es ancho y ajeno y también por Genaro Ledesma en La tumba del relámpago, la última balada del ciclo de la Guerra silenciosa. La rebelión andina, narrada en el mito de Inkarri, en la utopía andina de Flores Galindo, había durado ya cinco siglos. Nuestros rebeldes, los rebeldes de Perú, llegaban desde el fondo de la historia.
Scorza asumió el papel del narrador omnisciente del indigenismo. Su discurso se volvió profético, denunciando las masacres cometidas por las empresas transnacionales, los hacendados y el Estado criollo contra los campesinos andinos, y anunciando la continuación de la lucha de los hombres andinos. Esta narración no tomó en cuenta que el sistema de haciendas de la sierra central ya estaba en crisis y que no pudo defenderse de la presión campesina, sino que trató a las   compañías transnacionales y a las haciendas como entidades todopoderosas. No describió al mundo rural en cambio de la segunda mitad del siglo XX, sino a un mundo mítico, al que podía percibir como una totalidad continua desde la Conquista y una esencia andina más allá del tiempo. Por eso y pese a eso, Scorza presentaba su versión como la historia verdadera de las luchas rurales en los Andes centrales.
La ruptura de Scorza con la tradición indigenista se encontraba en el uso original del lenguaje, del humor, de la metáfora, en el empleo de las técnicas del realismo mágico. Scorza resumió esto en un sencillo postulado:
yo viajo del mito a la realidad.
Flores también empleó una nueva técnica de escritura para tratar el tema mítico propuesto. Por ello Buscando un inca excedía las características usuales de los libros de historia del Perú. Si lo que escribió Flores Galindo fue solamente una discusión intelectual o fue expresión de tendencias reales de la sociedad, entonces la justificación de su visión de la crisis quedaría aclarada al enfrentar el dilema de la identidad mestiza peruana.
En Buscando un inca existía un planteamiento central: el fracaso de la historia como quehacer intelectual para aprehender el papel de la imaginación en la historia; Buscando un inca fue un libro escrito en un momento de honda crisis nacional en que Flores Galindo presentía que se abrían oportunidades para imaginar un futuro distinto y, en cierto modo, el libro era la imaginación de ese futuro. Los hombres siempre habían estado interesados en imaginar el futuro. Todas las sociedades desarrollaron relatos sobre el futuro. Los hombres habían intentado conocer el futuro tomando contacto con lo sobrenatural. Ellos alcanzaban lo sobrenatural mediante sus mitos y la religión.
Sin embargo, había ocurrido un extraordinario declive de la creencia en la religión y en los mitos desde la Ilustración del siglo XVIII. Debido a ello, las sociedades tuvieron que desarrollar nuevas formas de pensar en el futuro, considerando ahora una relación con el tiempo histórico. Es decir, los hombres tomaron en cuenta que sus sociedades tenían un pasado e intentaron relacionarlos con el futuro.
Existen tres grandes formas de imaginar el futuro. La primera forma se basa en la repetición de los hechos históricos. La segunda forma se basa en la esperanza de que aparecerá una fuerza que cambiará radicalmente el curso de la historia. La tercera forma busca las tendencias del pasado que podrían continuar desarrollándose y construir el futuro. Flores exploró cada una de estas formas en Buscando un inca.
Lo que había sucedido antes, volvería a suceder nuevamente, los incas volverían. Los partidarios de la utopía andina adoptaron esta visión cíclica presente en la cosmovisión de las sociedades andinas prehispánicas. Los españoles se habían hecho con el poder tras la Conquista pero también llegarían su final. Los dioses antiguos retornarían y volvería a transformarse el mundo. Los hombres andinos creyeron absolutamente en el control de las huacas sobre el tiempo y sobre la actividad de los pueblos. Creyeron que el tiempo de las huacas volvería.
Flores-Galindo anotó que una característica peculiar de la utopía andina fue que
en los Andes, la imaginación colectiva terminó ubicando la sociedad ideal [...] en la etapa histórica anterior a la llegada de los europeos.
La utopía andina aparecía como una añoranza idealizada de una edad heroica de tipo histórico, tal como la había imaginado Homero.
Tanto Buscando un inca como La utopía arcaica realizaron un balance del relato indigenista desde un punto de vista disciplinario e ideológico. Tanto para el socialista como para el liberal existía una gran distancia respecto al pensamiento anterior al mundo moderno.
Vargas Llosa pensaba que era paradójico que el libro de Flores Galindo, concebido como una crítica de la utopía andina acabara postulando una fusión entre la mística milenarista y el socialismo moderno. Flores Galindo reconocía el carácter ficcional, es decir utópico, del indigenismo y el carácter arcaico y milenarista del contexto histórico premoderno en que surgió la narrativa indigenista, pero no se aferraba a él como un fundamentalista y un dogmático, sino que planteó la posibilidad de preservar ciertos signos del discurso indigenista y transferirlos a un nuevo contexto, para unirlos con un discurso racionalista y las esperanzas socialistas. La modernidad fue fundada trasladando la simbología de la antigüedad clásica a la Europa del siglo XV, denominado precisamente por eso Renacimiento.
Las limitaciones de las conjeturas de Flores no están en la pretensión de actualizar viejos mitos en el horizonte de las puras expectativas, sino en que su proyecto entiende erróneamente la narrativa arguediana, suponiendo que descansa en una construcción ideológica discursiva conceptual, de la misma manera que las antiguas utopías discursivas platónicas o aristotélicas de la antigua tradición cultural conceptualista griega, en la que se puede rastrear el origen de racionalidad conceptual moderna. El discurso arguediano basaba su verosimilitud narrativa en la esfera de la sensibilidad, previa a la racionalidad. Esta sensibilidad no es profana o subjetiva, sino sagrada y supraindividual. Este modo de percibir las sensaciones no permite una relación dialógica y no admite un interlocutor. Flores Galindo buscaba preservar ciertos signos recurrentes de la tradición discursiva indigenista, pero debía vaciarlos de su contenido fundamentalista.
También Flores imaginó el futuro a partir de las tendencias observadas en la historia. Flores entendió ciertas tendencias de la sociedad peruana del siglo XX como pervivencia de formas andinas de organización que luchaban por crear un futuro. Se podía decir que existía una versión ortodoxa de la historia nacional, basada en la creencia de que la cultura criolla era el tronco principal de la nación peruana, y una versión herética, que Flores había explorado en Buscando un inca. Vargas Llosa estuvo más cerca de la versión ortodoxa, mientras que Flores Galindo abrazó la versión herética. Las herejías habían sido desde la Baja Edad Media formas no conformistas de pensamiento. Para Vargas Llosa, este estudio herético de la historia nacional, del pasado nacional, era una elaboración de intelectuales influidos por Occidente, historiadores renacentistas como Garcilaso y cronistas misioneros como las Casas, que poco tenían en común con la visión que las masas campesinas habían tenido de su misma historia. Estos cronistas utópicos renacentistas condenaron los abusos de la Conquista y cuestionaron el derecho de España sobre América, para terminar creando una versión idílica de las sociedades prehispánicas. Esta versión idílica es la que han continuado los historiadores heréticos de la utopía andina.
El punto de vista de Vargas Llosa o de Del Busto partían del presupuesto de que el estudio de la herejía es inútil. Las versiones dominantes de la historia condenan a las herejías. Sin embargo, varios factores coincidieron durante el siglo pasado para desafiar a las versiones dominantes de la historia del Perú. La crisis de la República aristocrática y de la República oligárquica, la expansión urbana, las migraciones desde el campo, el indigenismo, el desborde popular, todo ello contribuyó a crear conciencia de un origen distinto del Perú, de su continuidad de su pasado andino. El quiebre en el modo como se explicaba el pasado ocurrió durante el gobierno militar de Velasco Alvarado. Los militares de la revolución de las Fuerzas Armadas de 1968 se decidieron a marcar el inicio de la emancipación definitiva del Perú. Por eso condenaron el injusto orden social y económico existente que permitía el usufructo de la riqueza nacional solamente a las clases privilegiadas, en tanto que las mayorías populares sufrían las consecuencias de la marginación. El discurso de los militares de 1968 estaba teñido de un fuerte tinte antiestadounidense y contenían una crítica clara al papel desempeñado por la oligarquía nativa, a la que se acusó de actuar como cómplice de la explotación y dependencia en que se hallaba sumido el país. El régimen de Velasco abrió las puertas para la difusión en la enseñanza pública de las versiones diferentes y heréticas de la historia del Perú. Un punto de inflexión es la publicación, por el Instituto de Estudios Peruanos de La Independencia en el Perú de Heraclio Bonilla y Karen Spalding. En esta versión el Perú nunca había sido libre, siempre se habían mantenido los mecanismos de sujeción y opresión. Finalmente la historia peruana se planteaba como un problema de sectas, de conversos de una u otra creencia. La creencia oficial enseñada en los colegios públicos por el Ministerio de Educación o equivalentes previos a la reforma educativa de Velasco era que no existía ningún problema del Perú como nación. La nación peruana ya se había constituido, como describía Víctor Andrés Belaúnde, que hablaba de la peruanidad. Sin embargo, ahora se buscaba dar una nueva definición de peruanidad.


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