viernes, 11 de octubre de 2013

Limpieza de sangre

A partir del siglo XIII Europa pasó por profundas transformaciones que condujeron de la Edad Media a la Moderna. El mundo medieval, basado en una economía agraria y establecido sobre la posesión de la tierra, empezó a dejar su lugar a un mundo organizado alrededor de las ciudades. Las burguesía urbanas se enriquecieron y la situación social dependió más de la condición económica que del origen familiar. Se produjo un proceso paulatino de decadencia de la caballería feudal como fuerza de combate, remplazada por nuevos combatientes armados con las innovaciones técnicas de la guerra durante la Baja Edad Media. La expansión y especialización de la infantería y el desarrollo de las armas de fuego habían puesto en evidencia el ocaso de la caballería feudal. Este final quedó manifestado claramente en la transformación funcional de los torneos ocurrida entre los siglos XII al XV, cuando dejaron de ser un ejercicio de entrenamiento militar de la nobleza y se convirtieron en un espectáculo cortesano de recreo, un ritual de autoafirmación aristocrático, sin verdadero valor militar. Habiendo perdido su poderío militar, la nobleza ya no se fundó sobre los hechos de armas sino sobre los blasones.
Vencedora en la guerra de Reconquista, España se convirtió en la gran potencia europea. La Corona se había impuesto a la nobleza y consolidó su predominio con el oro de las Indias, que le permitió pagar sus guerras hegemónicas. Sin embargo, hacia el final del siglo España perdió terreno ante los demás países europeos y ante Francia e Inglaterra, que le disputaron la hegemonía y a la larga desarrollarían las potencialidades de la modernidad.
Al inicio de la Edad Moderna España tuvo el reto de desarrollar las potencialidades inclusivas e integradoras de una sociedad democrática. Pero la convivencia con otras culturas resultó sr más obligada que deseada o al menos tolerada. La comunidad judía española había vivido un periodo de prosperidad entre los siglos XII a XIV. Fue una época de bonanza económica, cumpliendo un rol mediador entre la comunidad cristiana y la musulmana. 
La aparición de la Peste Negra, la crisis económica y la inestabilidad política que le siguieron terminaron empujando a la comunidad judía a una etapa de dificultades. La cristiandad triunfante decidió enfrentar a las otras religiones para extirparlas. La agresividad de los cristianos frente a los judíos se exacerbó a finales del siglo XIV. El odio popular contra los judíos fue especialmente intenso en España debido a la condición favorecida que habían conseguido los judíos. El odio contra los judíos se manifestó repetidas veces hasta llegar a su clímax en la gran matanza de 1391.
Los orígenes de los estatutos de limpieza de sangre están vinculados a las presiones sociales surgidas por la necesidad de asimilar a las poblaciones judías y musulmanas. Antes los cristianos (cristianos viejos como se llamaban ellos mismos) estos conversos resultaban siempre sospechosos, falsos y fingidos. Los estatutos nacieron con el de frenar el acceso de los conversos a los puestos públicos. Generalizados buscaron excluir a cualquier persona que no mostraba el patrón étnico, el sistema de valores o los hábitos sancionados socialmente. Todas los hombres que alcanzaran una posición de privilegio debían exhibir los rasgos consagrados y compartir la ideología triunfante: ortodoxia religiosa, sometimiento a la Corona, filiación legítima, propiedad sancionada. Fue una revolución conservadora.
La profusión  de los Estatutos de Limpieza de Sangre obligó a las familias nobles y a las que pretendían serlo a realizar continuas probanzas genealógicas para justificar sus prerrogativas y hacer valer sus derechos. La Limpieza de Sangre era exigida para desempeñar puestos públicos y eclesiásticos. Las probanzas de hidalguía adquirieron una importancia desmedida desde principio del siglo XVI. Los cabildos y las cofradías también pedían Limpieza de Sangre e incluso nobleza. Las universidades eran aún más meticulosas en la demostración de la Limpieza. Las probanzas más exigentes eran las que demandaban las Ordenes militares. Los estatutos terminaron por dirigir de forma uniforme y rígida la vida de la sociedad española, especialmente de los miembros de los estratos superiores y de quienes ascendían socialmente.
La sociedad española del siglo XVI fue extraordinariamente permeable, la inmovilidad solo era ilusoria. El sistema estamentario elaborado durante la Edad Media ya había sido corroído por la riqueza de las élites urbanas, La población española comprendía dos grupos privilegiados, la nobleza y el clero, y un grupo sin privilegios, la gente común, villanos o pecheros. Los grupos privilegiados poseían un status jurídico especial, una situación económica favorecida y ejercían una influencia determinante en la sociedad. Estas tres características estaban presentes en la nobleza. La nobleza era un grupo oficialmente cerrado, mientras que el clero permitía el ascenso de los plebeyos. Pero estas definiciones se volvieron ficticias desde el inicio de la modernidad.
La nobleza fue el estamento dominante de la sociedad de la Edad Media. El Código de las Siete Partidas sostenía que “Defensores son uno de los tres estados porque Dios quiso que se mantuviese el mundo”. Los nobles eran guerreros, que combatían con armadura y a caballo,  por lo que identificaron los términos nobleza y caballería. Solo nominalmente la nobleza era un grupo cerrado. En la práctica la nobleza iba asimilando paulatinamente a los elementos más emprendedores del pueblo llano. El orden social se vio fortalecido por la incorporación de nuevas y prósperas familias, dispuestas a apoyar al Antiguo Régimen. La transformación de la nobleza española ocurrió in que los recién llegados cuestionaran la ideología dominante, ya que existía un mecanismo que sancionaba el ascenso social enmascarándolo cual si se tratara de la más rancia nobleza.
El origen de la nobleza española es oscuro. La nobleza como grupo privilegiado estaba exenta del pago de impuestos directos. Esta excepción fiscal diferenciaba a los nobles de villanos. A diferencia de otros países europeos, la condición noble fue más frecuente en España. El único país comparable era Polonia. En el censo de 1591 se registraron más de 600,000 nobles españoles, una décima parte de la población. En otros países europeos, los nobles fueron escasos: 2 a 3% en Rusia, 1 a 2% en Francia, 1% en Inglaterra
La distribución de la nobleza no fue pareja en todo el reino. En las provincias del norte, en Asturias y en Merindad de Transmiera, los hidalgos fueron el 75% y el 85% de la población, mientras que en Burgos, León, Soria o Valladolid fueron de 8% a 25%, disminuyendo en Andalucía de 6% y reduciéndose a 3% de Extremadura, comparable ya al promedio europeo. Esta distribución desigual las explicaban los mismos hidalgos refiriéndose a su origen: después de la derrota del rey Rodrigo en Guadalete, gran número de guerreros godos huyeron hacia el norte. Se refugiaron en las sierras de Asturias y León. Estos godos refugiados se regían por una legislación distintas que los íberos romanizados y estaban libres de las contribuciones personales. Esta población formó el grueso de la nobleza, la hidalguía, Numerosos y celosos de sus prerrogativas jurídicas y fiscales, los hidalgos siempre intentaron diferenciarse del resto de la población. Los hidalgos siempre reclamaban venir de los godos, de aquellos godos escapados del desastre de Guadalete.
Desde sus refugios montañosos, los hidalgos regresaron al sur durante la Reconquista. Esa es la explicación de los altos números de hidalgos en cornisa cantábrica, donde casi la mitad de la población era noble, mientras que al sur del Duero eran claramente una minoría.  
La Reconquista determinó las diferencias en la distribución de los hidalgos al norte y al sur del Duero. En el norte vivían dispersos, en los valles y las sierras, en el campo, y por lo general eran hidalgos pobres. En el sur, los nobles eran fundamentalmente un grupo urbano. Se habían agrupado en las cabezas de las provincia y en los pueblos principales. Esto se debía a los repartimientos hechos durante la Reconquista. Las familias nobles establecieron sus residencias en las ciudades, en fuertes casas torreadas. y disfrutaban de la mitad de los oficios municipales siempre que fueran más de tres familias. Eran los Benavente en Valladolid; los Velasco, condestables de Castilla, en Burgos; los Enríquez, almirantes de Castilla, en Medina de Rioseco; los duques del Infantado en Guadalajara; o los duques de Alba en Alba de Tormes. Las casas debían dar muestras de la condición social de sus ocupantes. Debían ser casas principales, muy apartadas y aderezadas, con mucha gente y tener una sala con lanzas, adargas, partesanas y escudos con que armar hombres de guerra, y tener perros de caza, galgos, azores, halcones y caballos, y tener muchos criados, mozos, pajes, escuderos y esclavos, y debían usar atavíos de hidalgos. A esto se llamaba vivir noblemente, en ocio, fasto y riqueza.  
La hidalguía quedaba definida por la libertad del hombre, entendida como la exoneración fiscal. El empadronamiento en el listado de tributarios reducía al hombre a la condición de villano pechero. En esto la hidalguía seguía la noción de libertad que podía verse entre los pueblos nómadas, tanto los godos como los beduinos y bereberes que conquistaron Iberia o al-Andalus. La hidalguía podía ganarse lo mismo que heredarse. Sin embargo, la hidalguía hereditaria, aquella de la que no había memoria de su principio, era tenida por más honrosa. La mejor prueba de la nobleza era la fama inmemorial. Se la llamaba nobleza notoria. Más estimada aún era la hidalguía solariega, arraigada geográficamente, poseedora de un solar y una casa solariega, adornada con el escudo familiar, Los hidalgos notorios y solariegos constituían las dos terceras partes del estamento. La nobleza que debía probarse judicialmente era denominada nobleza de ejecutoria, La ejecutoria era un documento emitido por una de las Chancillerías del Reino, Valladolid o Granada, redactado en nombre del rey, que aceptaba la nobleza que no era evidente. Este fue el recurso empleado por los hijos ilegítimos para hacer valer su condición de hidalgos. Las probanzas de hidalguía se fueron volviendo más importantes a partir del siglo XVI, cuando las élites de la sociedad española decidieron separarse jurídicamente del pueblo llano. Hay que recordar que la hidalguía en incluso las condiciones de caballero y titulado podían ser manchadas: la limpieza de sangre de una familia noble podía ser impugnada por el matrimonio con conversos judíos o musulmanes.
Frente a la nobleza hereditaria existió una de privilegio, a la que se accedía por el servicio al príncipe. Existían tres vías para alcanzar la nobleza: el valor, la  virtud y la riqueza. La mejor vía para llegar a la hidalguía era la del valor demostrado en combate, en la Reconquista, en las guerras del rey en Italia y Flandes o, en menor medida, en la Conquista de América. La segunda vía era la virtud o mérito personal demostrado mediante los servicios civiles. Este era el caso de quienes habían conseguido la hidalguía por el estudio, al doctorarse en las universidades de Salamanca, Valladolid o Alcalá de Henares y que se extendería a todos los letrados como grupo. La última vía, la de la riqueza, era la forma menos predecible y menos honorable de alcanzar la hidalguía, ya que era necesario que la riqueza no proviniese de una fuente vil. Por definición, los hidalgos no podían dedicarse a las artes mecánicas sino que debían sostenerse con el producto de sus tierras. Por ello, muchos burgueses que habían prosperados con los trabajos de las ciudades, tales como la producción de lanas en Cuenca o Segovia o la de seda en Valencia o Granada, tan pronto pudieron renunciaron a sus anteriores oficios y compraron tierras para poder vivir honrosamente de las rentas que ellas les dieran. Algunos incluso, para abandonar los estigmas de sus anteriores vidas, se mudaron a otras ciudades y pueblos y empezaron nuevas vidas. Por ejemplo, Juan Sánchez, abuelo de Santa Teresa de Jesús, abandonó Toledo tras haber sido condenado por la Inquisición en 1485 y se estableció en Avila, donde compró tierras y se dedicó a cultivarlas. Cuando veinte años después se intentó empadronar a su hijo Alonso Sánchez de Cepeda, padre de la santa, él denunció este abuso a la Chancillería de Valladolid, la que admitió su condición de hidalgo en 1523.
La hidalguía era un anhelo general y su principal razón era el deseo de honor, el ansia de ganar la consideración social. Debido a esto se veía mal que alguien comprara su hidalguía y por ello fracasaron los repetidos intentos de la Corona de vender hidalguías. Que alguien pagara sobornos para conquistar un ejecutoria podía dar lugar a habladurías, pero pagar por una hidalguía era dar por sentado que no se era hidalgo. Mejor era tener paciencia e invertir la riqueza en pagar un mayorazgo, comprar tierras y otros arbitrios para intentar ganar la hidalguía.
Los nobles eran un grupo privilegiado. No pagaban tributos, no cumplían prestaciones reales, no podían ser sometidos a tormento ni penas afrentosas, estaban libres de ser embargados o de sufrir prisión por deudas. Eran juzgados por un fueron diferente de la gente llana. En los pueblos y villas tenían derecho a la mitad de los cargos públicos, especialmente los mejor remunerados. No podían ejercer artes mecánicas  ni servicios viles, pero ciertos oficios les estaban reservados. Debían ser hidalgos los monteros, guardianes de la casa real; los alcaides de las fortaleza y presidios; o los mandos de los ejércitos. Aunque los nobles no podían ser obligados a prestar servicio militar, esta fue una elección natural para muchos de ellos. 
Los nobles no fueron un grupo homogéneo, sino un marcadamente jerarquizado. La nobleza comprendía tres categorías: grandes y títulos, caballeros e hidalgos. Los hidalgos constituían el nivel inferior y más numeroso, casi el 90%. 
Los grandes de España eran unas pocas familias: Enríquez, Velasco, Mendoza, Pimentel, Alvarez de Toledo. El número de grandes y títulos fue aumentado con la centuria. A principios de siglo hubo 25 familias de grandes y 35 de títulos, a finales de siglo eran 41 y 99 respectivamente. Los grandes gozaban de privilegios reales: se podían mantener con la cabeza cubierta y sentados en presencia del rey, la reina se levantaba para recibirlos a ellos y a sus mujeres, podían escuchar misa a caballo. Los grandes fueron el principal grupo privilegiado, poseían ingentes riquezas, por la que antes se los había llamado ricos hombres, y tenían un enorme poder político. Los grandes señores laicos y eclesiásticos administraban más de la tercera parte del territorio español. Estos señores desempeñaban funciones judiciales, administrativas y económicas en sus dominios. Los señores ejercían en sus dominios las funciones de la Corona. Los nobles no ejercían ningún oficio vil ni realizaban trabajos manuales, llevaban una vida ociosa y desocupada, dedicados a las fiestas, los banquetes, los paseos o la caza, manteniendo a un séquito de criados y sirvientes. Los criados no eran sirvientes en sentido actual de la palabra, sino que comprendían a todos aquellos que se acogían en la casa de un señor, bajo su protección, y eran literalmente criados por él. Incluso podían ser criados los jóvenes nobles que completaban su educación al servicio de un rico señor, que podía ser pariente suyo.
Se denominaba caballeros a los integrantes de las Ordenes militares de Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa; a los señores de vasallos que percibían, tributos, rentas y derechos, y a los mismos miembros de las oligarquías municipales. Las Ordenes militares habían sido creadas durante la baja Edad Media y tomaron parte en las cruzadas y, en el caso de las Ordenes españolas, en las guerras de la Reconquista. La Orden de Santiago fue fundada en 1161 para proteger a los romeros que peregrinaban al santuario de Compostela y adoptó la regla de San Agustín, aunque no tomaron el voto de castidad. La Orden de Alcántara fue fundada en 1156 y adoptó la regla del Cister, hasta que en el siglo XVI abandonaron el voto de castidad por la defensa de la Inmaculada Concepción. La Orden de Calatrava fue fundada en 1158 y adoptó la regla de San Benito. La Orden de Nuestra Señora de Montesa fue fundada por Jaime II de Aragón y aprobada por el Papa en 1317;  su objetivo fue luchar contra los piratas berberiscos que asolaban las costas de Valencia. Los maestrazgos de Santiago, de Calatrava y de Alcántara fueron sometidos a la Corona por los Reyes Católicos en 1492, cuando Fernando de Aragón consiguió la concesión del título de Gran Maestre de estas tres Ordenes en forma vitalicia por el papa Alejandro VI. Tras la muerte de Fernando II, el Emperador Carlos incorporó definitivamente a la Corona los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara en 1523. El maestrazgo de Montesa fue incorporado a la Corona por Felipe II en 1587. Después de la incorporación de los maestrazgos, los hábitos de las Ordenes militares fueron empleados para recompensar méritos o servicios realizados a la Corona, aunque en la segunda mitad del siglo XVI empezaron a ser adjudicados a solicitud.
Los hidalgos eran el nivel inferior del estamento nobiliario. Existía hidalguía notoria, de solar conocido, e hidalguía de privilegio. Los hidalgos notorios eran de sangre noble, mientras que los hidalgos de privilegio habían obtenido la hidalguía por merced real o la habían comprado.
La distinción entre caballeros e hidalgos no fue siempre clara. Durante la Edad Media, la condición de hidalgo tenía más prestigio que la de caballero, ya que implicaba un origen más antiguo, mientras que la caballería se había formado a partir del ejercicio militar como jinete y con caballo en las guerras de la Reconquista, dando cabida a todos los hombres. Incluso había existido una caballería de origen villano, la caballería de cuantía, a partir de la cual se formó una nueva nobleza en Andalucía. Sin embargo, ya en el siglo XVI los caballeros habían superado en prestigio a los hidalgos. En general se entendía que los caballeros gozaban de una buena posición económica, mientras que los hidalgos eran una nobleza empobrecida. Pese a la pobreza, los hidalgos se resistían a ejercer oficio mecánicos, ya que el hecho de trabajar les habría significado la pérdida de su honra.

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