viernes, 20 de diciembre de 2013

Alumbrados, conversos y apostatas

Del Busto presentó a los españoles del siglo XVI como católicos fervientes, temerosos de Dios, obedientes a Roma y fieles vasallos de su rey. Presentó al cristianismo español quinientista como un claro precursor del nacionalcatolicismo de la dictadura de Franco. Pero esa imagen es falsa. Aquella España sentía profundas inquietudes religiosas. La cristiandad del otoño de la Edad Media vivía insatisfecha con el papel cumplido por la jerarquía eclesiástica y muchos reclamaban retornar a la primitiva pureza apostólica. Tras varias revueltas y herejías la Reforma protestante dirigió este anhelo de cambio hacia la constitución de nuevas instituciones y una nueva vivencia de la fe, más allá de la ortodoxia. La Iglesia católica y papado terminaron perdiendo el monopolio de la fe, su poder y su condición de guía de los creyentes, tanto por la Reforma como por el fortalecimiento de las monarquías nacionales. En este escenario el descubrimiento de tierras y pueblos demandó un nuevo sentido para la historia y fortaleció la espera del fin de los tiempos. Durante la Baja Edad Media ya había aparecido una vivencia menos pública y más personal de la fe. Se denominó beguinos o beatos a las personas con inclinaciones ascéticas. Pero no fueron un grupo uniforme ni tuvieron una doctrina única. Los beguinos de España, aunque tenían el mismo nombre que los beguinos de otras partes de Europa evolucionaron de forma diferente. Su destino también fue diferente. Los beguinos y los franciscanos espirituales del norte de Italia fueron perseguidos y eliminados durante el papado de Juan XXIII. En cambio, los beguinos de Flandes continuaron dentro de ortodoxia y subsistieron. La palabra beguino tuvo un significado amplio y variable. No se debe confundir beguinos con begardos, fraticelli o los hermanos de la Penitencia de la Tercera Orden (terciarios franciscanos)
Sin embargo, esta denominación también tenía una connotación despectiva. A veces se daba a entender que los beguinos eran hipócritas, cucufatos, mojigatos y embusteros. El Arcipreste de Talavera relató las andanzas del ermitaño de Valencia, que convivía con muchas beguinas: solteras, casadas, viudas y monjas.
En El conde Lucanor Don Juan Manuel trató "De lo que le aconteció a una falsa beguina" y "De lo que aconteció al diablo con una falsa beguina". La condición de beguina tenía una connotación despectiva, no solo por la hipocresía sino por la maldad, caracterizada en una mujer despiadada, capaz de mentir hasta ocasionar la muerte de un hombre y de una mujer que vivían felices en armonía conyugal.
Los beguinos profesaban una espiritualidad que los llevaba a separarse del mundo para vivir en plenitud la verdadera vida apostólica. Desde el siglo XII el fervor religioso popular había aumentado, estimulado por el crecimiento demográfico y las transformaciones sociales. Frecuentemente el descontento social producido por el sistema feudal se hermanaba con una actitud herética de protesta, que exaltaba la santidad de la pobreza voluntaria. Los valdenses y los patarinos, con su devoción por la pobreza, la castidad y la mortificación, contrastaban con los excesos de la jerarquía eclesiástica. Los humillados de Lombardía, excomulgados en 1184 y reconciliados por Inocencio III en 1201, tuvieron mucho en común con los beguinos.
La gran herejía de la Baja Edad Media fue el catarismo, que se extendió por el sur de Francia: Fanjeaux, Mirepoix, Carcassonne, Albi. Los cátaros despreciaban la carne y ansiaban liberarse de ella; reprobaban el matrimonio, predicaban una ascesis severa y la espiritualización del culto, rechazando ceremonias exteriores, las imágenes y los sacramentos.
A los beguinos se los calificó como seguidores albigenses, albeguini. A partir del final del siglo XIII se denominó beguino a los laicos que vivían juntos en conventos y beaterios y a las personas que llevaban una vida ejemplar o que vivían aisladas del mundo o que recorrían el país mendigando y predicando. Cuando los franciscanos espirituales fueron acusados de herejía y perseguidos, Arnau de Vilanova defendió a los beguinos ante el rey Jaime II de Aragón y ante su hermano Federico III, rey de Sicilia. Estuvo contra quienes perseguían a las personas seglares que querían hacer penitencia y buscar la verdad evangélica.
La Conquista se realizó rápidamente animada por la conciencia apocalíptica. Después se exaltó la superioridad de la Iglesia y de la sociedad americana. Se representó al mundo americano como el sueño milenarista de la coronación de la historia humana. La relación de viaje de sir Humprey Gilbert, de 1583, afirmaba que:
Nuestra fe nació en Oriente, y ha luego hecho su camino hasta alcanzar el Occidente; es probable que este sea su último límite a menos que no haya un nuevo inicio en Oriente y tenga origen un nuevo mundo. Pero las profecías de Cristo nos confirman que esto es imposible, sabemos que cuando la palabra de Dios haya sido predicada a toda la humanidad vendrá el fin del mundo.
El descubrimiento de América coincidió con el establecimiento de una relación entre la predicación penitencial y las profecías apocalípticas y milenaristas. Este vínculo convirtió a un predicador penitencial como Girolamo Savonarola en un profeta del Apocalipsis y del milenio. La historia de Savonarola reflejaba el ambiente agitado por las transformaciones profundas de la sociedad europea durante el final de la Edad Media, producido por un presente llenó de ansiedad y un futuro lleno de inquietud. Este clima condujo a la búsqueda en las Sagradas Escritura de una narración del pasado que pudiera ser entendida como una profecía del futuro.
Muchos de los españoles que migraron a América vivían en inquietud espiritual. El milenarismo pasó a América con los franciscanos. Ellos fueron la orden religiosa más numerosa establecida en el Nuevo Mundo durante el siglo XVI. Le seguían en número sus severos rivales los dominicos y los jesuitas. Algunos de estos religiosos esperaron la realización del milenio tras el descubrimiento de América. La utopía apareció relacionada a las esperanzas milenaristas de los franciscanos tanto como referencia a los proyectos de una sociedad imaginaria. Pero también apareció en la lucha por la justicia y la dignidad humana que emprendieron frailes dominicos como Bartolomé de las Casas. La obra de More impresa en Lovaina en 1516 fue leída por el franciscano Juan de Zumarraga, primer obispo de México, y por el juez Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán.
Para la mentalidad milenarista, el mundo viajaba de Oriente a Occidente y cuando la palabra de Dios hubiera sido predicada a toda la humanidad, el mundo llegaría a su fin. La representación lineal del recorrido histórico, típico de la cultura cristiana, tenía un inicio y avanzaba hacia el final de los tiempos. El momento del fin de los tiempos, tradicionalmente envuelto en la oscuridad, pareció descifrable a partir del anuncio del Evangelio a los hombres de América planteó a los teólogos. Flores Galindo planteó que esta idea del milenarismo se vinculaba con la concepción cristiana de la historia dirigida a su glorioso y feliz final.
El descubrimiento puso en crisis las antiguas convicciones y condujo a una fase apostólica del cristianismo europeo. Las misiones a América buscaban completar aquello que los apóstoles no habían podido o recuperar la memoria de aquello que tal vez habían hecho pero se había olvidado. El milenarismo de los primeros misioneros franciscanos  enviados a México difundió el convencimiento de que el descubrimiento del Nuevo Mundo era el último acto de la historia antes de la Parusía. La aventura de los doce primeros misioneros franciscanos fue ideada como una empresa apostólica renacida. Así la describió en la carta enviada en 1523 por el general Fray Francisco de los Ángeles de Quiñones a los doce misioneros, planteaba la acción de los nuevos apóstoles como una manera de hacer frente al declinar del mundo. Las expectativas apocalípticas de Fray Martín de Valencia, el más conocido de estos misioneros, le llevaron a predicar el Evangelio a quienes sufrían necesidad en el final de los tiempos. En la historia de Fray Martín se confundían también los judíos y los indios, ya que la conversión de los judíos tanto como la misión en las tierras descubiertas se vieron como la señal del próximo fin de los tiempos, pero contrastaban la oposición de los judíos al bautismo ante la facilidad de la conquista espiritual del Nuevo Mundo. 
Los misioneros franciscanos predicaron rápidamente el Evangelio para abreviar el tiempo del Apocalipsis. Se predicó muy simplemente a poblaciones más o menos forzados y se realizó bautismos en masa. Los primeros misioneros tuvieron la convicción de participar en el proyecto divino de salvación del mundo. Los misioneros jesuitas entendieron su labor como la aspiración por volver a la perfección de la edad apostólica.

Los alumbrados o iluminados fueron un conjunto de sectas heterodoxas que florecieron en Castilla y Andalucía desde el final de la Reconquista. Hubo alumbrados en Toledo, Guadlajara, Llerena y Durango. El movimiento evolucionó a partir ciertas formas de espiritualidad franciscana, acogidas por los conversos, protagonizadas por monjas que caían en éxtasis místicos (como fue el caso de Francisca Hernández), y que eran toleradas por la jerarquía eclesiástica. La aparición de la Reforma cambió la actitud de la Inquisición, que procesó a los alumbrados por herejía. Ellos no tuvieron una unidad doctrinal, pero los distintos grupos de iluminados compartían el menosprecio por las formas externas del culto, a las que consideraban innecesarias, y la creencia en que por medio de la contemplación se podía alcanzar estados perfectos, caracterizados por una exacerbación extática. Negaban la necesidad de las prácticas exteriores y creían que los actos carnales y otros considerados pecaminosos eran adecuados para conseguir la pureza y que por ello eran lícitos. Se consideró alumbrados a místicos como Ignacio de Loyola, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Luis de Granada y Juan de la Cruz. Hacia 1620 la Inquisición logró su erradicación.
El caso de los herejes de Durango fue el mejor documentado sobre la supervivencia del rigorismo franciscano durante la baja Edad Media. Esta herejía fue desarrollada por franciscano Alonso de Mella.El y sus adeptos combatían la devoción a la Cruz y a los sacramentos, especialmente al matrimonio y la eucaristía; practicaban la comunión de bienes y de mujeres; proponían una relectura de la Biblia, que incluía la teoría joaquinista de las Tres Edades. Los herejes de Durango creían estar viviendo en la Edad del Espíritu y ponían énfasis en el valor de la libertad personal.herejía de caracterizó por la abundancia de mujeres entre sus devotas, al igual que el fraticellismo y el beguinismo heterodoxos. Ya un siglo antes, los begardos y beguinas alemanes habían afirmado la perfección radical de la naturaleza humana, libre de falta, dotada de libertad corporal, incluyendo la libertad sexual y espiritual, junto a la capacidad para desobedecer a las autoridades eclesiásticas. Estos herejes no creían en la autoridad del Papa ni en la necesidad de obras piadosas, propias de los imperfectos. También menospreciaban la Eucaristía. Los herejes de Durango intentaron crear un reino para llevar a la práctica su credo, de forma similar a otros movimientos socio-religiosos de la Baja Edad Media.
Entre 1523 y 1529, Pedro Ruiz de Alcaraz predicó una secta mística, los dejados, caracterizada por su quietismo, que reclutó una cantidad grande de conversos judíos. Los precedentes de estos alumbrados se encontrarían en Ibn Arabi y en los maestros espirituales andaluces. Este movimiento despertó las sospechas de las autoridades eclesiásticas porque desarrollaban sus actividades fuera de los ambientes religiosos establecidos, alejados de la comunidad y del culto público. La posición oficial de la Iglesia recomendaba huir de las cosas extraordinarias y evitar abrir las puertas a las ilusiones del demonio. En algunos casos, los alumbrados se dejaron dominar por los sentidos y se volvieron sensuales. Elaboraron doctrinas a partir del amor de Dios que llegaron a prácticas amorosas más humanas, incluso carnales. Sus prácticas sexuales iban desde repetir las orgías que pudieron unir a los begardos, rodeados de mujeres obedientes a sus deseos y mantener relaciones sensuales y equívocas entre directores de conciencia y sus devotas. Buscaban la fama de santos y congregaban fieles ansiosos de participar de su santidad. A través de la lectura de El banquete de Platón se había replanteado la relación entre la espiritualidad y la carnalidad del amor. Las obras platónicas fueron difundidas por Marsilio Ficino, quien realizó su primera traducción completa al latín entre 1463 y 1469. Influido por Platón, León Hebreo escribió entre 1501 y 1502 susDiálogos de amor, donde planteó que el amor era el principio universal que dominaba a todos los seres, la idea de las ideas, originada en Dios y finalidad de toda forma de movimiento. A finales del siglo XVI, en 1592, fray Cristóbal de Fonseca publicó su Tratado del Amor de Dios, donde condenó como locura herética la concepción del amor como entrega mística. La Iglesia buscaba siempre administrar la piedad y consideraba que la mística sólo podía desarrollarse dentro del estado eclesiástico regular. Los tratados de mística, como los de San Juan de la Cruz, debían reservarse para un reducido número de monjes y monjas. San Juan de la Cruz desarrolló una universo espiritual de aniquilamiento y pasividad sensorial, cuyo simbolismo esotérico sólo podía ser comprendido por unos pocos iniciados.
Durante los siglos XVI y XVII España vivió un florecimiento místico. La espiritualidad de la Edad Media fue principalmente monástica, pero el crecimiento de la burguesía al final de ella, extendió la mística al mundo de los laicos. La mística monástica, sin embargo, conoció una edad de oro luego de las grandes conquistas ultramarinas. La mística española surgió de las influencias islámicas, judías y humanistas y formó un catolicismo tenebroso. Este misticismo despertó las sospechas de la Inquisición y se desarrolló en un ambiente de ortodoxia rígida y esoterismo efervescente.
La Contrarreforma buscó que el cristianismo que pasaba a América fuera distinto del que vivió la Edad Media. La España de la Edad Media vivió dentro de una gran senda mística, el camino de Santiago. Sin embargo, no se ha observado vestigios del culto jacobeo en América. Durante la Edad Moderna, el culto al Apóstol decayó y quedó eclipsado por el culto de Santa Teresa de Jesús. Teresa de Avila mantuvo un asombroso equilibrio entre la mística más alejada del mundo y la labor reformadora de la vida monástica. Su espiritualidad siguió las formas ya consagradas: práctica constante de la oración, meditación de los misterios y de la vida de Cristo.
La Iglesia condenó las tendencias místicas libres de reglas, que podían conducir a excesos de sensualidad y al cultivo de la vida interior sin apoyo en el mundo externo. A estos extremos llegaron los alumbrados de Llerena, cultivadores del erotismo, en 1570. Los alumbrados de Llerena rechazaban la oración a voz y preferían la contemplación, negaban el beneficio de las bulas y de los jubileos. Sus prácticas se relacionaban con el sexo.
En estos tiempos y algunos años antes hubo unos falsos alumbrados clérigos en el distrito de la Inquisición de Llerena, que querían que los tuviesen por santos; más no lo eran, sino lobos rapaces hambrientos de femenil carne humana. (Las formas complejas de la vida religiosa, p. 494)
Estas herejías alcanzaron al Perú. El dominico Francisco de la Cruz fue uno de los primeros herejes aparecidos en el país. Profetizó la destrucción de España y la realización del milenio en las Indias. Propuso la poligamia para los fieles, la entrega de encomiendas a perpetuidad para los criollos y el matrimonio del clero. Francisco de la Cruz tenía la esperanza de construir en América una cristiandad nueva, una sociedad humana sin defectos, nacida de la raíz apocalíptica de la profecía. Fue procesado por la Inquisición y condenado a la hoguera en 1578. El proceso contra Francisco de la Cruz resaltó la influencia que habrían ejercido las profecías del Apocalipsis aplicadas al Nuevo Mundo, identificando la aparición del Nuevo Mundo con el fin del mundo. Marcel Bataillon destacó las esperanzas utópicas ligadas al descubrimiento de América y la construcción de la nueva sociedad cristiana allende el océano en el caso de Francisco de la Cruz.
También algunos franciscanos creyeron en el recorrido providencial que realizó la fe a través del mundo: desde Oriente a Occidente, la palabra de Dios debía ser predicada a toda la humanidad, por lo que la historia del mundo según la concepción cristiana terminaría en el Nuevo Mundo. La representación lineal del recorrido histórico, típico de la cultura cristiana, estuvo presente en el franciscano Gonzalo Tenorio. El anotaba que Cristo al morir había vuelto la cabeza hacia Occidente, dando la espalda a Roma y a España. Esperaba una refundación de la ciudad de Dios en el Nuevo Mundo. El culto de Santa Rosa de Lima buscaba la realización de la tierra prometida en América.
Sin embargo, la pretendida unidad religiosa era un equívoco. Los esfuerzos de la Inquisición durante el reinado de Felipe II se debieron a la conciencia, por parte de las autoridades eclesiásticas, de que España era un terreno adecuado para la Reforma. Durante el siglo XVI aparecieron muchos reformadores, no solo en los países germánicos sino también en los latinos. Los excesos del Papa y de la curia romana fueron tan conocidos en Alemania como en España y provocaron el mismo rechazo. Así un cardador de Huete, Juan Capacho, afirmaba que las imágenes de los santos eran ídolos. Gabriel Sotomayor, de Aillón, declaró su incredulidad en la confesión. Las noticias de la Reforma llegaron a América. Gonzalo Fernández de Oviedo conoció Roma en su juventud y se escandalizó con los vicios de Alejandro VI. Ya anciano, escribiendo desde Santo Domingo, execraba de Lucero y de los protestantes en Las quinquagenas de la nobleza de España.
La prédica a pueblos fuera del cristianismo se inició con San Pablo, apóstol de los gentiles. Todos los pueblos debían ser conducidos al seno de la Iglesia; por ello, desde fines de la Edad Media se realizaron en España conversiones forzadas y colectivas de musulmanes y judíos. Estas conversiones despertaron tempranamente muchas sospechas y controversias y terminaron por atraer la atención de la Inquisición. Los cristianos nuevos, los bautizados de origen musulmán o judío que persistían en las creencias de sus padres se convertían en apóstatas, en hombres que desamparaban la fe. Estos hombres, los cristianos nuevos, fueron vistos como sospechosos, debido a la impureza e infección de su sangre. Muchos de ellos migraron al Nuevo Mundo en busca de un lugar en la sociedad. Migraron a América los judíos expulsados de la península. Desde 1518 se intentó limitar el pasaje de extranjeros a América, aunque estas medidas no fueron muy eficaces. Hasta la consolidación del virreinato por Toledo habitaron el Perú entre 4000 y 6000 europeos, un décimo de los cuales no eran españoles. Los más numerosos eran los portugueses, italianos y griegos. Entre los portugueses se encontraban un número de judíos conversos. No debiera extrañar la presencia de italianos o griegos si se recuerda la tradición mediterránea catalana, la vocación mediterránea del conde de Barcelona. Los catalanes, los almogáraves, pelearon como mercenarios al servicio de Federico II de Sicilia, hijo de Pedro III de Aragón. Ellos mantuvieron a Sicilia bajo control catalán como un reino independiente hasta el ascenso al trono siciliano del rey aragonés Martín I. Durante el reinado de Federico II tuvieron lugar las expediciones almogáraves a oriente, que terminaron con la conquista de los ducados de Atenas y Neopatria. Barcelona se debilitó con los brotes de peste en el siglo XIV, más aún cuando Nápoles se convirtió en la capital de la corona catalano-aragonesa en 1442. El advenimiento de la monarquía de los Austria, el ascenso del poder turco en Oriente y el descubrimiento de América aceleraron más su ocaso. Los catalanes pelearon contra los turcos liderados por Roger de Flor, al servicio del emperador de Bizancio. La corona aragonesa creo un extenso reino mediterráneo, que incluían los territorios originales del reino de Aragón y el condado de Barcelona, a los que se fueron sumando territorios ganados a los musulmanes de al-Andalus, como Valencia y Mallorca, posesiones italianas como Sicilia y Cerdeña e incluso posesiones ubicadas en el Mediterráneo oriental, como los ducados de Atenas y Neopatria. Cataluña vivía mirando al Mediterráneo, al sur al mundo musulmán y al norte a Occitania. Tampoco se ha investigado que tan heréticos podían ser estos hombres mediterráneos que vinieron a América.
No todos los pasajeros de Indias fueron cristianos o lo que entendía como españoles. Algunos personajes de origen musulmán alcanzaron posiciones importantes, aunque debieron ocultar para ello su origen. El capitán Gregorio Zapata hizo fortuna en Potosí y regresó a su país, donde asumió su verdadera identidad: era un turco, Emir Cigala. También fueron moros Cristóbal de Burgos, regidor de Lima y rico encomendero; Francisco de Talavera, concejal limeño y amigo de Francisco Pizarro; Lorenzo Farfán de los Godos, primer alcalde de San Miguel de Piura, y Nicolás de Ribera el Viejo, primer alcalde de Lima. Ellos ocultaron su identidad debido a que la presencia de musulmanes en las Indias era ilegal. La Santa Inquisición castigaba del mismo modo la apostasía, fuera esta judía o musulmana, y todos los conversos eran tenidos por sospechosos. Los musulmanes debían tomar un nombre español y pretender pasar por cristianos. Pese a ello, siempre se sospechaba de aquellos cuyo aspecto físico resultara morisco. El mismo Diego de Almagro fue tachado de moro, ya que corría el rumor que su madre era morisca. Juan José Vega narró que Hernando Pizarro, tras ejecutar a Diego de Almagro, ordenó que se desnudara su cadáver para comprobar si había sido circuncidado.
Era una idea difundida que las ideas religiosas se mamaban en la leche materna, por lo que no podía tener seguridad de la fe de los hijos de padres indios, judíos o moros. El jesuita Pablo José de Arriaga puso énfasis en el significado de la leche mamada y de la herencia en la Extirpación de la idolatría del Piru de 1621
Ni se maravillará que mal tan antiguo y tan arraigado y connaturalizado con los indios no se haya del todo desarraigado, quien hubiere leído las historias eclesiásticas del principio y discurso de la Iglesia y entendiere lo que ha pasado en nuestra España, donde aún siendo advenedizos los judíos, pues entraron en ella de más de mil quinientos años, en tiempo del emperador Claudio, apenas se ha podido extirpar tan mala semilla en tierra tan limpia y donde está tan cultivada y pura y continua la sementera del Evangelio, y tan vigilante sobre ella el cuidado y solicitud del Santo Oficio. Y donde más se echa de ver la dificultad que hay en que errores en la fe, mamados con la leche y heredados de padres a hijos se olviden y desengañen, es en el ejemplo que tenemos de nuevo delante de los ojos en la expulsión de los moriscos de España. (Las formas complejas de la vida religiosa, p. 508)
Otra característica que determinaba la mala fe de los recientemente bautizados era la noción del fermento, sacada de las epístolas de San Pablo. Una pequeña mancha corrompía a todo el organismo: un hereje, un apóstata o un idólatra comprometía a todo un pueblo, al igual que un indio, un judío o un moro manchaban a toda la estirpe. Esta era la razón de los estatutos de limpieza de sangre de Toledo y el argumento de sus defensores, Diego de Simancas y Juan de Escobar de Corro. La limpieza de la sangre se heredaba por los cuatro costados. La impureza de la sangre inhabilitaba para el ejercicio de cargos públicos y un cuarto de mala raza obligaba a pagar una culpa hereditariamente. Por este motivo los neófitos no podían ser admitidos en las órdenes sagradas. Para la Corona, la sangre primaba sobre cualquier otro criterio espiritual.

Las Ordenes religiosas en los Andes

El descubrimiento de América significó para las órdenes religiosas la oportunidad para la construcción de una nueva Iglesia cristiana, libre de las deficiencias de la vieja iglesia europea que se debatía en el cisma en esos momentos. En 1511, tras comprender que el entusiasmo inicial por las tierras descubiertas por Colón había terminado, la Corona decidió eliminar las restricciones para el pasaje a las Indias. Después de 1511 las órdenes religiosas se convirtieron en organizaciones principales en la incorporación de las nuevas tierras a Occidente. 
Fueron cuatro las órdenes que participaron en la evangelización: franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas. La Corona Española emprendió la misión en el Nuevo Mundo con los privilegios otorgados por la bula Universalis Ecclesiae de 1508, por la que el papa Julio II concedió a los monarcas hispanos el Patronato de la Iglesia en América. La Corona encomendó a las órdenes religiosas la evangelización del nuevo territorio, legitimada mediante las bulas Alias Felicis dada por León X en 1521 y la Exponis Nobis Nuper Fecisti dada por Adriano VI en 1522. Estas bulas otorgaban a las órdenes mendicantes autoridad apostólica en cualquier territorio donde faltaran obispos o se encontraran a más de dos jornadas de viaje. Estas bulas determinaron el monopolio de las órdenes religiosas en la evangelización de América. Después de la desastrosa experiencia de la colonización caribeña, con la destrucción de la sociedad indígena y el exterminio de la población autóctona, la incorporación en 1521 del imperio azteca se convirtió en la prueba de un nuevo modelo de dominio donde se priorizó la labor evangélica, en contraste con la colonización caribeña, en la que apenas hubo preocupación oficial por la misión. La construcción de la Iglesia en el Nuevo Mundo fue realizada por las órdenes religiosas que predicaban el retorno a la pobreza del cristianismo primitivo y basan sus reglas en la vida comunitaria, la oración y la predicación. Sin embargo, la actitud de las órdenes religiosas en la evangelización de América no fue pareja. 
El poblamiento de América fue hecho por hombres que no querían o no podían regresar a España. La mayoría de los colonizadores buscaban conseguir una posición honrosa. Muchos de ellos fueron conversos, de origen judío o musulmán. Una parte significativa de los clérigos que viajaron al Nuevo Mundo fueron vocaciones espontáneas. Se denominaban vocaciones espontáneas a aquellas en las que la familia tuvo que pagar para mantener a un  muchacho como oblato. 
Las órdenes religiosas que desempeñaron un papel principal en la evangelización de América fueron las de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, a las que se sumaría luego la Compañía de Jesús. El rol principal en la evangelización de América fue desempeñado por las órdenes mendicantes, liberadas de los beneficios eclesiásticos, financiadas mediante las limosnas voluntarias de benefactores. Sólo los jesuitas desarrollaron una labor misional comparable a la de las órdenes mendicantes.
La evangelización indiana requería de misioneros con una sólida formación moral y una adecuada preparación teológica, los “varones probos y temerosos de Dios, doctos, instruidos y experimentados”, que el papa Alejandro VI había pedido en la bula Inter caetera de 1493.
Los sacerdotes de estas órdenes constituían una élite intelectual en la España del siglo XVI, tenían una alta capacitación y un alto nivel de compromiso con la misión. Por eso las órdenes mendicantes pudieron tomar la causa de la defensa de los indios, consiguiendo tanto bulas y breves papales como mandatos de la Corona.
La condición de los naturales como hombres libres y capaces de recibir la doctrina cristiana fue establecida por las bulas Veritas Ipsa y Sublimis Deus dadas por Pablo III en 1537:
aquellos indios, como verdaderos hombres que son, no solamente son capaces de la fe cristiana, sino que se acercan a ella con muchísimo deseo, ... con autoridad apostólica por las presentes letras determinamos y declaramos, ... que los dichos indios y todas las otras naciones que en lo futuro vendrán a conocimiento de los cristianos, aún cuando estén fuera de la fe, no están sin embargo privados ni hábiles para ser privados de su libertad ni del dominio de sus cosas.
La preparación intelectual que recibían los dominicos, franciscanos y jesuitas les permitió emplear métodos misionales adecuados a los problemas que planteaba la evangelización de los pueblos americanos, que tenían una visión totalmente distinta a la cristiana y occidental.
La evangelización americana comenzó en el Virreinato de Nueva España, en 1524 con la llegada de los doce primeros franciscanos. Posteriormente arribaron los dominicos en 1526 y los agustinos en 1533. La Corona esperaba que la evangelización avanzase a la par que la conquista militar. Aunque las tres órdenes mendicantes fueron privilegiadas en la actividad pionera en México, se les sumaron mercedarios y jesuitas. También pasaron a América otras órdenes religiosas, como los carmelitas descalzos, los trinitarios o los mínimos de San Francisco de Paula, aunque no se dedicaron a la evangelización sino a la labor pastoral, la administración de sacramentos y la celebración del culto.
Las órdenes mendicantes aparecieron en el siglo XIII buscando la renovación de la vida religiosa. Estas órdenes continuaron la tradición monástica de estudio y contemplación, pero también desarrollaron actividades pastorales y asistenciales en la comunidad, al igual que los clérigos seculares y las ordenes militares y hospitalarias.
Las órdenes mendicantes se desarrollaban entre la vida contemplativa y la vida activa. Se dedicaban a la oración, daban importancia a la Eucaristía y al Oficio divino, pero también se entregaban a la prédica y la evangelización. Al contrario que las órdenes monacales, encerradas en conventos bajo la autoridad vitalicia de un abad, los frailes eran dirigidos por un prior, que volvía a ser un hermano más al terminar su periodo. Los frailes tampoco estaban sometidos al voto de estabilidad, que determinaba la permanencia perpetua del monje en el monasterio al cual había ingresado.  Los frailes debían predicar el Evangelio allí a donde la providencia los enviase. No esperaban a los fieles sino que iban en su búsqueda.
A diferencia de los monjes y del clero secular, que empleaban vestimentas distintas para las actividades cotidianas y para el servicio divino, los frailes poseían un solo hábito tanto para las labores domésticas, la prédica y la oración. Por esta vocación de servicio a la comunidad ocurría que mientras los monasterios se ubicaban en lugares solitarios e inaccesibles, los conventos de frailes se hallaban en medio de las ciudades, como signo visible de la labor que cumplían dentro de la sociedad.
Las órdenes mendicantes recibieron privilegios especiales, incluyendo la exoneración de la obediencia al obispo de la diócesis.
San Francisco de Asís fue el símbolo de la renovación religiosa del otoño de la Edad Media. Estableció un nuevo modelo de santidad, en el que la renuncia a los bienes materiales era un condición necesaria para consagra la propia vida a Dios. Francisco y once seguidores peregrinaron a Roma para solicitar al Papa la aprobación de su regla de vida. Fue aprobada por el papa Inocencio III en 1209. En 1223, el papa Honorio III emitió una bula por la que estableció a los Frailes Menores como una orden formal católica. La Orden franciscana estaba formada, en gran parte, por hermanos legos, pero, un siglo después de su muerte era una Orden docta y clerical, con miles de miembros que servían a la Iglesia en actividades pastorales, misioneras, diplomáticas, ecuménicas y universitarias.  Los franciscanos ocuparon cátedras episcopales, cardenalicias e incluso papales, entre ellos Nicolás IV (Jeronimo Masci, 1288-1292), Alejandro V (Pitros Philargis, 1409-1410), Sixto IV (Francisco della Rovere1471-1484), Sixto V (Félix Peretti de Montalto, 1585-1590) y Clemente XIV (Lorenzo Ganganelli, 1769-1774). Los franciscanos conventuales constituyeron el tronco original de la Orden, del que brotaron las distintas ramas reformadas. En 1250, el papa Inocencio IV buscó tutelar la labor pastoral de los Hermanos Menores, declarando conventuales sus iglesias, es decir, dándoles la misma prerrogativa que las colegiatas. Los frailes, sin embargo, no recibieron tal denominación hasta la segunda mitad del siglo XIV, para distinguirlos de aquellos que se retiraban a ermitas, en busca de una observancia más fiel de la Regla. En 1517 León X  dividió la orden en dos grupos: conventuales, autorizados a poseer bienes comunales, y observantes, quienes seguían los preceptos de Francisco lo más literalmente posible, que se convirtieron en la rama principal de la Orden. En España, los frailes Conventuales o Claustrales fueron suprimidos, a instancias de los Observantes, por los Reyes Católicos a principios del siglo XVI, y por Felipe II en 1568. A comienzos del siglo XVI se formó una tercera comunidad franciscana, los capuchinos.
Los franciscanos pasaron a América en el primer viaje de Colón. Se establecieron en la isla de La Española en 1500. Los franciscanos fueron también los primeros en llegar al continente, a Tierra Firme, en 1524, y se extendieron por el virreinato de Nueva España y el virreinato del Perú a partir de 1541. La orden franciscana llegó a Perú poco después de la muerte de Atahualpa. El primer franciscano en arribar fue Marcos de Niza, y poco después Jodoco Ricke, Pedro Gosseal y Pedro RodeñasEl primer convento de la orden en los Andes se fundó en Quito en 1533, el segundo convento se creó en Lima. Para 1548, los franciscanos también se habían establecido en Trujillo y Cuzco. En 1542 llegó una misión conformada por doce franciscanos, originando la provincia peruana de los Doce Apóstoles. Los miembros de la orden franciscana se dedicaron a misiones populares, conviviendo con los indios y buscando enseñar con el ejemplo. Fray Luis Jerónimo de Oré escribió el Símbolo católico indiano en 1588, que incluye una gramática en quechua y aimara, una descripción geográfica del Perú y un estudio sobre las costumbres antiguas, en un intento de acercarse a las poblaciones autóctonas. Oré también escribió un ritual de oraciones en lenguas nativas.
La orden franciscana había producido en el siglo XIII el movimiento de los fraticelli. Estos grupos terminaron por separarse de los franciscanos durante los siglos XIV y XV, manteniendo opiniones extremas respecto a la pobreza. Uno de los primeros grupos divergentes, denominados franciscanos celestinos, celantes o espirituales, practicaban un ascetismo riguroso. Fueron partidarios de una pobreza radical, sin interpretaciones pontificias, hasta el extremo de acusar a la Orden de relajación en el Concilio de Vienne (1311-1312) y de negar al Papa el derecho a interpretar la Regla. Fue por ese motivo que el grupo fue acusado de herejía y la orden fue suprimida por el Juan XXII en 1317. Como respuesta, los espirituales declararon que eran la única católica verdadera, dando a entender que el resto de la Iglesia era hereje y que las bulas papales no tenían valor. Los fraticelli continuaron sus actividades durante todo el siglo XIV, a pesar de las medidas dictadas contra de ellos. En el siglo XV el movimiento desapareció. En el siglo XVI, el milenarismo habría pasado a América con los misioneros franciscanos.
La orden dominica se formó para hacer frente a la herejía cátara. Domingo de Guzmán fue encargado por Diego de Acevedo para tratar la conversión de los herejes en el sur de Francia. En 1206 organizó un grupo de predicadores que vivía en la pobreza, sin criados ni posesiones, para intentar la conversión de los cátaros aunque finalmente fracasaron. Domingo de Guzmán, decidido a persistir, se estableció en Toulouse, donde fundó un monasterio femenino en Prohuille. En 1215 organizó la primera comunidad con 16 hermanos predicadores, sometidos a la regla de san Agustín, dispuestos a vivir una espiritualidad monástica y apostólica al mismo tiempo. Este fue un rasgo novedoso: los monjes no predicaban sino que se recluían en monasterios. La instrucción en la fe era desarrollada por los obispos, pero ellos eran antes señores de sus siervos que pastores de su grey. Los dominicos se dedicaron al estudio y la prédica, desarrollados dentro la pobreza mendicante. Su objetivo fue luchar contra las herejías de aquel tiempo, por medio de la predica, la enseñanza y el ejemplo de austeridad. De acuerdo con el propósito de su fundación, los dominicos desarrollaron una labor intensa como predicadores y se enfrentaron a cualquier variación en las enseñanzas de la Iglesia católica. 
La nueva orden fue aprobada por el papa Honorio III en 1216. Pocos años después, santo Domingo envió a los predicadores a París y Bolonia, donde se encontraban las dos principales universidades de la cristiandad. Los más renombrados teólogos cristianos fueron dominicos: Tomás de Aquino, Alberto Magno, Meister Eckart y Vicente FerrerLos dominicos llegaron a ser la segunda comunidad masculina en números, después de los franciscanos.
Los padres dominicos vivían de la limosna, rechazaban las rentas fijas y los bienes raíces. La Orden de Predicadores buscaba estar en medio de la gente, para enseñar y guiar. Solían establecer sus casas en las ciudades universitarias, las sedes episcopales y los centros comerciales principales. Santo Domingo deseaba que los miembros de la Orden tuvieran una formación teológica sólida y adecuada para la enseñanza universitaria, la controversia y el convencimiento. La devoción dominicana era una devoción por la palabra, no solo dicha sino también escuchada. Los predicadores sabían para aprender era necesario entender, y para entender era necesario escuchar. A consecuencia de los desmanes cometidos durante la represión de la herejía albigense, el concilio de Toulouse (1229) creó el Tribunal de la Inquisición. La Inquisición se encomendó a la orden dominicana, conformándose un tribunal permanente que actuaba en concordancia con el obispo de la región infectada por la herejía, por ello se la denominaba Inquisición Pontificia. La notable preparación teológica de los dominicos hizo que se les encargara la organización de la Inquisición, en 1231. Los más famosos inquisidores, Bernardo Gui y Tomás de Torquemada fueron dominicos.
Tras el periodo de decadencia que afectó a todas las órdenes religiosas en el siglo XIV, los dominicos se reformaron en el siglo XV, y tuvieron su edad de oro intelectual en el siglo XVI, en el Convento de San Esteban de Salamanca, donde se forjó la Escuela de Salamanca.
España en el siglo XVI fue la cabeza del pensamiento europeo. España guiaba a la cristiandad con las reflexiones de los teólogos de la Escuela de Salamanca: Francisco de Victoria, Melchor Cano, Domingo de Soto, Pedro de Sotomayor, Mancio de Corpore Christi, Bartolomé de Medina, Juan Gil de Nava, Juan de la Peña, Juan de Guevara y Domingo Báñez.
Santo Domingo había organizado a la Orden de Predicadores en provincias, cinco originalmente: España, Provenza, Francia, Lombardía y Roma. Al frente de cada provincia estaba un prior provincial y a este se le subordinaban los priores conventuales. El jefe máximo de la Orden era el Maestro General, que fijó su residencia en Roma. La Orden de Predicadores fue la primera que contó con un gobierno centralizado y desde su fundación apoyó a la monarquía papal. Domingo de Guzmán exaltó el amor a la autoridad de la Iglesia, maestra y guía del pueblo cristiano. La Orden se puso al servicio del Papa y el Papa les encargó la lucha contra la herejía a través de la Inquisición.
Al comenzar el siglo XVI existían en la península ibérica tres provincias dominicas: España, Aragón y Portugal. En España la Orden había establecido conventos en las principales ciudades universitarias: San Esteban en Salamanca y San Pablo en Valladolid. Este esta última ciudad se había inaugurado el colegio de San Gregorio, de gran prestigio, aunque la Orden seguía mandando a sus mejores alumnos a la universidad de París. Sin embargo, tras el cisma religioso de 1517, Salamanca e convirtió en el principal centro católico de formación teológica. El colegio de San Gregorio tomó la posta del convento dominico de Saint Jacques de París. Los mejores iban a estudiar a San Gregorio para luego enseñar en Salamanca.
El cisma religioso se desarrolló en una cristiandad desorientada doctrinalmente. Lutero anotaba correctamente que la Iglesia católica no estaba en condiciones de enseñar la verdadera doctrina a los fieles, no solo por la inmoralidad de la vida del común de los sacerdotes sino por la ignorancia en temas de fe de la mayoría de los religiosos. No bastaba con que el Papa y los obispos dejaran de llevar una vida licenciosa porque ya hace mucho tiempo que la Iglesia había perdido la verdadera doctrina y había caído en la herejía. Los protestantes no se separaron de los católicos por un tema de costumbres sino de doctrina.
La Iglesia católica definió su doctrina en el concilio de Trento. Los teólogos españoles de Salamanca tuvieron una participación principal en él. A diferencia de los luteranos, la Iglesia no pretendía que los fieles supieran toda la Sagrada Escritura, sino lo fundamental de ella, aquello que le permite a uno reconocerse como cristiano. La Iglesia nos señalaba cual era ese núcleo fundamental de enseñanzas. La Iglesia no era simplemente una institución humana sino que había sido establecida por el mismo Salvador como una vía de transmisión de la verdad, de la doctrina cristiana. No cabía entonces la oposición entre la enseñanza bíblica y la enseñanza eclesiástica, porque ambas remitían a la misma verdad salvífica. 
La sociedad española del siglo XVI estaba formada por santos y pecadores, nobles y villanos, ricos y pobres. Pero todos compartían cierta visión del hombre y de la sociedad, del reino. La relación del rey y el reino no podía ser arbitraria, el rey no podía gobernar a su capricho, sino con justicia. El rey debía administrar el reino sabiamente, distribuyendo los cargos y las cargas buscando el beneficio público. El humanismo español, las enseñanzas de la escuela salmantina, exaltaba la dignidad humana, entendida dentro del derecho de las gentes y del respeto a la autoridad, no a la arbitrariedad de la autoridad sino a su justicia, modelada a imagen del gobierno divino. El estudio de la divinidad era la teología, que se desarrollaba bajo la luz de la revelación pero con la guía de la razón. La revelación se había presentado tanto en las Sagradas Escrituras como en la Tradición de la Iglesia. De ambas fuentes debía nutrirse la teología para comprender el mensaje divino. Debía aplicarse la razón para entender la palabra divina que resonaba en la Iglesia.
Pese a que la razón era una herramienta indispensable para la teología, la razón debe quedar sometida a la revelación divina. La orden dominica en general y la escuela salmantina en especial basaban su enseñanza en la comprensión de las posibilidades y los límites de la razón. Para ellas el entendimiento del mensaje divino requería una constante y laboriosa indagación de su sentido.
La orden se encargó de la Evangelización de América, destacando en la defensa de los derechos de los naturales Bartolomé de las CasasAntonio de MontesinosPedro de CórdobaLuis BeltránEn el siglo XVI la orden dominica era la congregación más poderosa e influyente en Europa.
La Compañía de Jesús fue fundada por san Ignacio de Loyola en 1534 y confirmada oficialmente por el papa Pablo III en 1540. Su objetivo fue  difundir la fe católica por medio de la predicación y la educación. La Compañía creció rápidamente y tuvo un papel decisivo durante la Contrarreforma, fundando escuelas y centros de estudios superiores en toda Europa. La educación jesuítica se enfocó a fortalecer la fe católica frente a la expansión del protestantismo.
La Compañía llegó al Nuevo Mundo en 1566, a La Florida y Perú, y en 1572 llegó a Nueva España. Emprendieron la evangelización del continente. La actividad misionera de los jesuitas fue muy exitosa. En todo el Nuevo Mundo fundaron reducciones, siendo las más famosas las de Paraguay y las misiones de Sonora y Sinaloa en el norte de México. Eran comunidades de indígenas, gobernadas por los jesuitas. Por 200 años los jesuitas controlaron una población de 160.000 personas.
Los franciscanos fueron la orden religiosa más nutrida establecida en los nuevos territorios durante el siglo XVI, con un total de 2782. Claramente el cristianismo americano empezó siendo franciscano. La segunda orden religiosa en número fue la Orden dominica, con 1579. Los jesuitas fueron una minoría, apenas 133. Entre estos religiosos había quienes tenían esperanzas en la realización del milenio tras el descubrimiento de América.
Se ha planteado la existencia de movimientos inconformistas que sostenían la nulidad de la Conquista. Se ha sugerido que había divergencias en el interior de las órdenes religiosas. Habría existido un grupo de religiosos rigurosos que respetaban a la Inquisición, obedecían a la jerarquía española y buscaban la evangelización imponiéndose a las culturas indias; y otro grupo, como los celantes, que anhelaban reconstruir la iglesia primitiva en el Nuevo Mundo.
El Virrey Francisco de Toledo habría ejercido presión sobre la acción evangelizadora de las órdenes religiosas, en particular sobre la Compañía de Jesús. En el asentamiento minero de Potosí, los indios mineros habían logrado hacerse de cantidades considerables de plata para venderla en el mercado de Potosí. Sin embargo los jesuitas, llegados en 1576, protestaron declarando que los indios vendían metal robado, y cuestionaron el sistema económico implantado por Toledo. Por esto fueron expulsados de Potosí el 1578. En 1576 el Padre Luis López fue acusado de herejía, apostasía y crimen de lesa majestad, al haber redactado un manuscrito en el cual atacaba duramente al Rey y a su administración y cuestionaba los justos títulos del monarca a poseer el Perú.  Se ha atribuido a jesuitas como Blas Valera, Martin de Funes, el Padre Torres y Luis López el proyecto de fundar un reino indígena, libre del control de los conquistadores. Las Reducciones de Paraguay fueron el resultado de estos intentos autonomistas.
La introducción del cristianismo produjo un sincretismo religioso y cultural, manifestado ya desde el apostolado franciscano en México. Los franciscanos entendían que solo el conocimiento del mundo prehispánico podía brindar los parámetros necesarios para la evangelización. El punto de partida obligatorio fue el empleo de las lenguas vernáculas para triunfar en la labor misionera. Los misioneros no se limitaron al aprendizaje de los idiomas nativos, sino que registraron sus experiencias lingüísticas en obras escritas, gramáticas y vocabularios. También confeccionaron obras en lenguas nativas para la divulgación de los preceptos religiosos cristianos y como método para la conversión de los naturales, tales como catecismos, confesionarios y sermonarios. Desarrollaron un sistema de culto cristiano que asimiló formas autóctonas. Los religiosos intentaron abarcar a todos los aspectos de la vida indígena: relaciones familiares y sociales, métodos de trabajo, actividades, vida privada y comunitaria. Sacralizaron el calendario indígena con fiestas cristianas, con procesiones, teatro y música. Todos estos instrumentos servían para transmitir el mensaje evangélico, que al hacer partícipes a los propios indios les permitía apropiarse de las creencias cristianos. Durante el siglo XVI las formas prehispánicas fueron dotadas de un contenido cristiano, originando un sincretismo religioso, que asimilaba a la Pachamama, la madre tierra, con la Virgen María y Cristo Crucificado con Pachacamac, el dios de los temblores. Este cristianismo enmascaraba prácticas idolátricas y hacía posible la supervivencia de la religión prehispánica. La separación entre la idolatría y el cristianismo sincrético era muy tenue, provocando un debate entre los propios religiosos sobre la metodología empleada. Al final la jerarquía eclesiástica americana empleó esta falta de definición para promover la secularización de las doctrinas de las órdenes religiosas. Este proceso comenzó a finales del siglo XVI y se intensificó durante los siglos XVII y XVIII.
La población indígena vivía en asentamientos rurales dispersos, en un modelo de ocupación espacial que ha sido denominado “archipiélago”. En este modelo un núcleo establecía relaciones a distancia, articuladas política, administrativa, económica y religiosamente. Este modelo disperso fue remplazado por los colonizadores por las reducciones de indios. Los religiosos tomar parte activa en la organización de las reducciones indígenas, convencidos de que solamente a través de la concentración de la población era posible su evangelización.
Los pueblos de indios, preexistentes o resultado de las reducciones, tuvieron su centro en la plaza en cuyos lados se establecieron las instituciones de poder colonia: la iglesia, el cabildo (controlado por la élite colonizadora local) y la casa del corregidor o la cárcel. El espacio público, constituido por la plaza, se articulaba con el espacio sagrado, representado por el templo, estableciendo un centro simbólico, funcional y ceremonial, para la comunidad nativa. Los templos. Construidos con atrios amplios y abiertos debían ser espacios ideales para la evangelización. Los atrios permitían las diferentes actividades que requería la cristianización de la población, cumpliendo funciones litúrgicas, educativas, comunales y recreativas. En los conventos levantados por las órdenes mendicantes en Nueva España se dio forma a una arquitectura de la evangelización que se difundió por todo el continente.
El convento misional estaba formado por tres sectores en los que relacionan concepciones litúrgicas occidentales y culturales americanas. En el atrio persistió el centro ceremonial indígena, noción reforzada aun más cuando el templo se levantaba sobre una estructura prehispánica. En el centro del atrio se encuentra una cruz de piedra que marca el espacio sagrado. En la liturgia, el atrio constituía las naves y la capilla, como una gran iglesia a cielo abierto, dedicada a los naturales. Las capillas posas, localizadas en las esquinas de la barda atrial, se integran al uso sagrado del espacio, funcionado como estaciones en las procesiones que se celebraban en su interior. En este recinto se educaba a los indios en la doctrina cristiana, distribuidos en las parcialidades o barrios en los que se dividían las poblaciones nativas, usualmente cuatro. Al asimilar las nociones espaciales autóctonas los sacerdotes intentaban arraigar el cristianismo en la mente de los indígenas.
Mientras que el atrio era el resultado del sincretismo religioso, el convento reproducía un modelo espacial y funcional europeos. El templo de las órdenes mendicante característicamente posee una sola nave con contrafuertes exteriores, orientado de Este a Oeste, sin crucero. El presbiterio podía ser poligonal o rectangular, resaltado mediante arcos triunfales y una pavimentación elevada por escalinatas al nivel de la nave. A los pies se sitúa el coro, que puede elevarse sobre estructuras lignarias o sobre una bóveda de crucería. La tercera sección conventual estaba formada por la portería, el claustro, las celdas, el refectorio, la sala de profundis, oficinas, biblioteca, noviciado y caballerizas. Destacaban los claustros, normalmente doblados, con arcos de medio punto, techos tramados de madera y amplios muros, cubiertos por pintura. En las pinturas murales se encontraban elementos que revelaban la participación de artesanos indígenas, formados en los talleres y escuelas fundados por los mismos frailes. Los escultores que decoraron las fachadas de las iglesias mendicantes seguían profesando una tradición prehispánica, mientras que los pintores emplearon una gama cromática autóctona. Las técnicas artísticas autóctonas se mezclaron con las europeas constituyendo un estilo propiamente americano, el barroco de Indias. Las capillas abiertas no se quedaron en los atrios de las iglesias, sino que se extendieron a las plazas públicas. Los Niños Jesús cuzqueños y la Virgen del Rosario de Pomata se revistieron de atributos incas.
Las órdenes religiosas misioneras se adaptaron a la cosmovisión y adoptaron la iconografía indígena como una estrategia en el proceso evangelizador. Fue su sincretismo religioso y cultural el que dio una identidad propia a la iglesia americana.
La Orden de la Santísima Virgen María de la Merced de la Redención de los Cautivos, fundada oficialmente el 10 de agosto de 1218 y confirmada por el papa Gregorio IX en 1235, se formó a partir de una asociación creada en 1203 por san Pedro Nolasco, con la ayuda de san Raimundo de Peñafort, para socorrer y rescatar a los cristianos cautivos de los infieles. Originalmente no había sacerdotes dentro de la orden, a partir del siglo XIV se clericalizó. Los mercedarios pasaron a América desde el segundo viaje de Colón.
No se ha descrito el derrotero de los místicos y los herejes para llegar a Perú. En el caso de España, la mística se desarrolló por influencia de los árabes. Los más destacados de estos místicos fueron Ibn Arabi e Ibn al Farid. Ibn Arabi fue el primer filósofo musulmán que trató el sufismo. Los españoles aprendieron de la mística árabe durante largo tiempo. Los ejemplos más destacados fueron Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz. En el caso de Perú no se ha establecido cuál fue el tiempo de aprendizaje de la mística.

El futuro y el fin de los tiempos

Flores imaginó el futuro como una discontinuidad con la historia vigente, creyendo que si ciertas condiciones habían prevalecido por un tiempo tan prolongado, la fuerza de la cultura andina podría desviar el curso de la historia hacia un rumbo completamente distinto. El tiempo de dominación española que los hombres andinos habían vivido no podía ser la guía para su futuro. El pasado andino ofrecía una medida de lo dramático que podía ser el cambio. En la historia del Viejo Mundo, el judaísmo adoptó este enfoque dramático y asumió que en algún momento ocurriría la venida del Mesías. El cristianismo heredó la escatología judía y desarrolló un interés desmedido por la historia en el convencimiento de que el futuro sería alterado por un cambio dramático. El cristianismo creía en el final catastrófico de la historia humana. En el Evangelio según san Marcos, Jesús profetizó:
Pero en estos días... el sol se oscurecerá, y la luna no dará su luz... Y entonces verán al Hijo del Hombre viniendo entre las nubes con gran poder y gloria (Mc. 13,24-26).
El Apocalipsis anunció un reino de Cristo que duraría 1.000 años, seguido de un retorno de Satán y un período de pruebas terribles para los cristianos. El reino del Anticristo culminaría con la segunda venida de Cristo y resurrección de quienes finalmente se salvarían (Ap. 21,4-10). El cristianismo creía tanto en el fin de la historia como en el futuro apocalíptico o milenarista. Durante la Baja Edad Media, los escritores cristianos recopilaron anales de sus tiempos sin presagiar los hechos futuros. Sin embargo, esta actitud comenzó a cambiar en los siglos XII y XIII. Desde entonces se ha desarrollado un pensamiento cristiano dramático acerca del futuro. Surgió una escuela apocalíptica cristiana de gran vitalidad. Se aceptó que la intervención divina interrumpiría el curso normal de la historia. La intervención divina marcaría el futuro. Varios teólogos del siglo XII especularon sobre el reino del Anticristo. Según el Evangelio según san Mateo el reino del Anticristo antecedería al Día del Juicio Final. Joaquín de Fiore, el primer profeta apocalíptico cristiano de la Edad Media, desarrolló una teoría de las edades históricas basada en la revelación progresiva de las personas de la Santísima Trinidad.
La búsqueda de analogías históricas también se aplicó para la comprensión del Nuevo Mundo. Nuevo mundo y fin del mundo: se formó una idea apocalíptica de América, donde la realidad del continente fue interpretada a través del texto de las Revelaciones. La tendencia para encontrar en el pasado la anticipación del descubrimiento yacía profundamente en la mentalidad europea. Así el tema de la edad de Oro­ fue el punto de partida para la tradición utópica que se desarrolló al tomar contacto los conquistadores y los misioneros con las poblaciones americanas.
Cristóbal Colón en la carta al preceptor del príncipe don Juan realizó una lectura figurativa de la historia, de acuerdo al método exegético propio del cristianismo medieval. Allí nació el vínculo entre la Conquista de América y el advenimiento de los últimos tiempos. Nada de esto había aparecido con la expansión colonial en África y en India. La importante tradición franciscana, incluso heterodoxa, de Castilla en el tiempo de Colón favoreció las interpretaciones apocalípticas de la empresa ultramarina. La tradición franciscana, propensa a las profecías, cumplió un rol principal en la elaboración de las crónicas de la Conquista, especialmente de México, interpretando el Apocalipsis a partir de una visión milenarista. Marcel Bataillon resaltó los temas y esperanzas utópicas relacionadas al descubrimiento de América y la construcción de la nueva sociedad cristiana en el Nuevo Mundo.
La tradición de profecías apocalípticas produjo en el siglo XVI al profeta más ambiguo de la edad moderna, Nostradamus. El anunció guerras, asesinatos y grandes batallas. Las profecías apocalípticas estuvieron presentes en el pensamiento del reformador Martín Lutero y en el ideario de la Guerra Civil inglesa del siglo XVII. Muchos milenaristas emigraron a Estados Unidos en búsqueda de tolerancia religiosa. Norteamérica se convirtió en el centro de acogida para el pensamiento apocalíptico. Las principales corrientes del protestantismo norteamericano se hicieron más conservadoras en el siglo XIX, pero las profecías religiosas siguieron siendo una parte importante de ellas. Los adventistas trajeron a los Andes estas versiones apocalípticas desarrolladas en Norteamérica.

Los Andes y el Renacimiento

Europa vivió en el siglo XV el Renacimiento y la formación de la modernidad. Los rasgos modernos estuvieron presentes en la España del siglo XVI. Los hombres del Renacimiento exaltaban el mundo clásico, condenaban a la Edad Media como una etapa ignorante y bárbara y proclamaban a su época como un tiempo de luz.
Sin embargo, el mundo del Renacimiento y de la Modernidad, el mundo de Moro, era un mundo donde los corderos se comían a los hombres. Moro no había ubicado su utopía en la región de las Ideas ni en la invisible y celestial Ciudad de Dios, sino en una Utopía real, verdadera y utópicamente cristiana. El pensamiento humanista cristiano era fundamentalmente utópico. Cuando ocurrió la crisis de Lutero, Erasmo buscó una mínima unidad doctrinal cristiana e hizo todo lo posible para que el Emperador obligara al Papa a convocar un concilio. Sin embargo, la dieta de Augsburgo dio la razón al fanatismo y preparó el camino para la Contrarreforma. La postura del humanismo cristiano fue un mesianismo imperial, secular y pacifista. Además de la Querella Pacisde Erasmo se publicaron el Concordia y Discordia de Vives, los Diálogos de Alonso de Valdés. Vives expuso su utopía pedagógica en el De corruptis Artibus y el De tradendis Discipliniis. Juan de Valdés expuso una utopía estrictamente religiosa.
Erasmo fue el campeón del humanismo cristiano. Pese a haber ingresado al seminario de los monjes agustinos y realizado los votos sacerdotales, nunca ejerció el sacerdocio. De hecho, a lo largo de su vida esgrimió múltiples argumentos para atacar a la vida monástica, a la que consideraba uno de los grandes males que sufría la Iglesia Católica. Después de su ordenación sacerdotal en 1490, estudió en la Universidad de París, donde definió su carácter tolerante y curioso. Ejerció como profesor titular de Teología en Cambrigde durante el reinado de Enrique VIII. Mantuvo amistad con Tomás Moro, John Colet, Thomas Linacre y William Grocyn. Entre 1508 y 1509 residió en Italia, trabajando casi siempre con la casa editorial de Aldus Manutius en Venecia.
A partir de su actividad universitaria y literaria, Erasmo formó una generación de humanistas. Sin embargo también se formó un grupo de personas hostiles a los principios que preconizaba Erasmo. El desarrolló un profundo rechazo contra la autoridad establecida, probablemente por los métodos de disciplina que se empleaba para quebrar la voluntad de los alumnos tanto en la escuela, como en el seminario y la universidad. Erasmo decidió revertir esta situación retornando al núcleo esencial de los textos clásicos y aplicándolos a la humanización y liberalización de las ideas.
La polémica de Erasmo contra la Iglesia no se originaba en el cuestionamiento de la doctrina ni en hostilidad contra la institución en sí. Erasmo no era ni anticatólico ni anticlerical. Esto se observa mediante la simple lectura de sus libros. Al contrario, Erasmo quería utilizar su formación y conocimiento para purificar la doctrina. Erasmo buscó liberar a la Iglesia de la rigidez del pensamiento y las instituciones medievales.
En 1503 Erasmo publica el Enchiridion Militiis Christiani, donde definió los principales aspectos de la vida cristiana. Para Erasmo, la vida cristiana debía basarse en la sinceridad. El Mal crecía en el formalismo, el respeto irracional por la tradición. Durante su estancia en Inglaterra comenzó el estudio sistemático del Nuevo Testamento, a fin de publicar una nueva versión latina, que fue publicada por la casa Froben en Basilea en 1516. La versión de Erasmo condujo a un mayor impulso a los estudios bíblicos  e incluso fue empleada por Martín Lutero para el desarrollo de su teología posterior.
En 1515 Erasmo escribió para el Archiduque Carlos, gobernador de los Países Bajos, la Institutio Principis Christiani. Sin embargo, al cabo de medio siglo todas las obras de Erasmo fueron censuradas e incluidas en el Índice de Libros Prohibidos por el Concilio de Trento.
La tradición intelectual desarrollada en Europa occidental durante y después del Renacimiento no consideraba el desarrolló de la historia en base a ciclos. Las predicciones cristianas habían puesto énfasis en el cambio radical del pasado y en realidad de un futuro distinto, abandonando la idea de la repetición de los hechos pasados. Sin embargo, algunos pensadores del Renacimiento creyeron que las pautas concretas de los hechos sí podrían repetirse, y creían que podía utilizarse analogías históricas para tener una sugestión de lo que ocurriría en el futuro. Maquiavelo argumentó que un príncipe que se enfrentara con problemas en su dominio podía determinar su futuro si observaba las decisiones tomadas por otros príncipes romanos o italianos anteriores. El razonó que mientras más parecidas fueran las situaciones, las consecuencias de una determinada elección podrían ser previstas con mayor seguridad.
Uno de los objetivos del humanismo fue lograr que la Biblia llegara a la gente común en su propia lengua. La Inquisición se opuso siempre a este esfuerzo. La primera versión del Nuevo Testamento en castellano apareció en 1543, traducido del griego por Francisco de Enzinas, quien estudió en las universidades de Lovaina y Witennberg. La traducción del Nuevo Testamento de Enzinas se publicó dos años antes del inicio del Concilio de Trento pero veintiún años después que Martín Lutero hiciera su traducción al alemán y dieciocho años después que William Tyndale hubiera hecho la suya al inglés. Las versiones italiana y francesa de Bruccioli y Pierre Olivetan habían sido publicadas ocho años antes. Poco después de ser publicada la edición del Nuevo Testamento de Enzinas, fue prohibido, los libros recogidos y confiscados por las autoridades eclesiásticas y civiles.
Ya antes de Trento, la Inquisición española persiguió la proliferación de las ideas heterodoxas, restringiendo el ingreso de libros de autores protestantes. En 1522, en Sevilla, el Santo Oficio decomisó 450 biblias impresas en el extranjero. Sevilla era el sitio más propicio para escapar al control ideológico debido a su condición de puerto de comercio internacional. La prohibición de libros luteranos de 1521 fue ampliada por el Inquisidor general Valdés en 1551. El Índice de libros prohibidos de ese año contenía la censura de 16 autores, incluidos los reformadores más importantes. Además se decretaron regulaciones especiales para la impresión y circulación de biblias y libros en hebreo y árabe. Un decreto de 1558 dividió a los libros en categorías: todos los libros escritos por heresiarcas; todos los libros escritos por los condenados por la Inquisición; todos los libros sobre judíos y moros con tendencia anticatólica; todas las traducciones heréticas de la Biblia; todas las traducciones de la Biblia a lenguas vernáculas, aunque hubieran sido traducidas por católicos; todos los devocionarios en lengua vernácula; todas las obras de controversias entre católicos y herejes; todos los libros sobre magia; todos los versos que utilizaran citas de la Biblia en sentido profano; todos los libros impresos desde 1515 sin especificar el autor y el editor; todos los libros anticatólicos; todos los cuadros e imágenes irrespetuosos con la religión. Se impidió que la gente común tuviera acceso a la Biblia en su propio idioma. La Inquisición sostenía que los herejes se delataban por el uso indiscriminado de la Sagrada Escritura. Todos, incluyendo laicos y mujeres, reclamaban el derecho de leer la palabra revelada y tenían la presunción de entenderla sin necesidad de estudios superiores. Además buscaban traducir a una lengua vulgar lo que era sagrado. La mentalidad medieval estuvo marcada por cierto literalismo bíblico, que en las herejías asumía un carácter popular y laico. Los laicos querían leer las Sagradas Escrituras en su lengua vernácula, para poder aprenderla de memoria en traducciones y guiarse en sus vidas por las actitudes que éstas les sugerían. La jerarquía eclesiástica rechazó este evangelismo popular.
He visto con mis propios ojos a un joven campesino que ha pasado solamente un año en casa de un hereje valdense pero que a fuerza de escuchar atentamente y de repetir con cuidado lo que había escuchado, había memorizado en ese corto tiempo cuarenta trozos evangélicos dominicales. Todo esto lo había aprendido palabra por palabra, en su lengua materna... He visto también a laicos que eran capaces de recitar de memoria una buena parte de los evangelios según Mateo y Lucas, y especialmente todo lo concerniente a las palabras, y enseñanzas de nuestro Señor. En efecto, ellos saben repetirlo fielmente, con algunas faltas aquí y allá.
Pocos centros intelectuales pueden, en esa época, rivalizar con los valdenses en lo que concierne a su febril aplicación al estudio de la Biblia, a su ardiente entusiasmo por aprenderla en lengua materna. En un tiempo en el que los medios de instrucción eran pobres y rudimentarios, un florecimiento tal de energías intelectuales en las capas inferiores de la población, no puede menos que llenarnos de asombro. Leemos en un documento del siglo XII que los valdenses, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, se dedicaban sin reposo, día y noche, a aprender y a enseñar. Un obrero ocupado en su trabajo durante el día, se apresara apenas cae la tarde y corre a estudiar y a instruir a otros más ignorantes que él. Hasta un niño de siete años, habiendo aprendido de memoria un versículo de la Biblia, va a buscar a alguien con quien compartirlo... Sin duda, para los espíritus incultos, no habituados a la gimnasia mental, un trabajo intelectual de este tipo debía ser muy penoso, pero gracias a su obstinación, a su perseverancia cotidiana y al método del “disce quotidie unum verbum” a menudo obtenían resultados notables, a veces francamente extraordinarios. (Di Stefano A., Riformatori de eretici del Medievo, Palermo 1938, 313-314)
Para la Iglesia no era reprensible el deseo de conocer la Sagrada Escritura y querer predicarla a los demás, pero negaba que la Sagrada Escritura, profunda y difícil hasta para los sabios, debiese estar en manos de simples e indoctos. El papa Inocencio había sentenciado que el simple e indocto que presumiese allegarse a la sublimidad de la Sagrada Escritura debía ser tratado como la Bestia que tocaba el monte Sinaí: laico y bestia merecían morir. Nadie podía apropiarse libremente de la Orden de la Predicación.
Los herejes pretendían leer e interpretar la Biblia sin la mediación de los clérigos y teólogos. ElBularium Romano colocó el siguiente título-resumen a la Bula de Inocencio: Los laicos más rudos no deberán atreverse ni a juzgar las Escrituras Sagradas, ni a reunirse ni a predicar sin autorización, ni a despreciar a los sacerdotes de la Iglesia. El documento del magisterio era inequívoco:
Fue determinado correctamente en la Antigua Ley que la Bestia que tocase el monte debía ser lapidada. Del mismo modo decimos que ningún simple e indocto presuma allegarse a la sublimidad de la Sagrada Escritura, menos aún predicarla a los demás.
La Contrarreforma evitó la circulación de la Biblia e impidió el desarrollo de una mentalidad abierta y capaz de adaptarse a los cambios del mundo moderno.
Mientras en España, como consecuencia del temor a la herejía luterana, hubo un control cuidadoso de los impresos, en Alemania y otros países protestantes hubo una gran producción de libros. La imprenta fue un instrumento eficaz para difundir masivamente las ideas de Lutero. El reformador consideró que la imprenta era un regalo divino. Entre 1517 y 1520 se publicaron más de 300 mil ejemplares de una treintena de escritos de Martín Lutero.
La Inquisición mantuvo un estricto control de los impresos que llegaba o se producía en el Nuevo Mundo. La revisión de los libros que llegaban procedentes de España era exhaustiva. Si estaban en la lista de libros censurados en España, eran confiscados. Entre 1539 y 1585 se imprimieron en Nueva España catecismos en grandes cantidades. Los concilios provinciales de 1565 y 1585 prohibieron la publicación de sermones, epístolas, evangelios y otras partes de la Biblia traducidos a lenguas indígenas. Los franciscanos se opusieron a estas medidas, ya que deseaban traducir las Escrituras para favorecer la evangelización. Los franciscanos Alonso de Molina y Bernardino de Sahagún fueron partidarios de la traducción de la Biblia, al menos parcialmente, a las lenguas indígenas. Los dominicos Domingo de la Anunciación y Juan de la Cruz sostenían el punto de vista opuesto y afirmaban que no se debía entregar libros, de manuscritos o impresos a los indios.
La Inquisición mantuvo la prohibición de leer la Biblia en lenguas vulgares hasta 1782, cuando el Inquisidor Felipe Beltrán derogó la censura e hizo factible que la Biblia pudiera llegar al Nuevo Mundo. James Thomson viajó a Buenos Aires en 1818, con el objetivo de promover la venta de la Biblia. La Sociedad Bíblica Británica lo envió con este fin a Chile en 1822, a Perú en 1824, a Colombia en 1825 y a México en 1827. La Contrarreforma, al restringir la lectura de la Biblia y restringir la de muchos otros libros retrasó la alfabetización de las personas comunes. La alfabetización había sido uno de los objetivos fundamentales del protestantismo, ya que Lucero había entendido que todos los creyentes eran sacerdotes y que por ello todos debían saber leer. Las iglesias protestantes alentaron el aprendizaje de la lectura por las poblaciones urbanas y rurales. Así la Iglesia luterana de Suecia, apoyada por la Corona, logró alfabetizar un país masivamente rural en algunas generaciones. Entre 1680 y 1690 el 80 % de los niños aprendió a leer.