Tras el establecimiento del dominio españoles en los Andes, las élites y la población andinas buscaron o tuvieron que adaptarse a los nuevos modelos culturales y jurídicos impuestos por los conquistadores. Entre estos nuevos modelos estuvo la organización de la sociedad en jerarquías, la constitución de una nobleza nativa. Los descendientes de los Incas presentaron a la Corona memoriales y probanzas para conseguir el reconocimiento de su estado noble tanto por su origen real como en recompensa por los servicios prestados durante la Conquista. Pese a que los nobles cusqueños no consiguieron ninguna autonomía política, pudieron obtener privilegios que les permitieron alcanzar un estado social y económico elevado.
Más de 200 personas reclamaron ser hijos de Huayna Cápac con distintas mujeres de las panacas reales y de linajes regionales que habían sido incorporados al Tawantinsuyu. Muchos reclamaron ser descendientes de los anteriores gobernantes. Tan pronto como acabó la Conquista, a partir de 1540, varios descendientes de los Incas realizaron probanzas de nobleza o de servicios y consiguieron en muchos casos reconocimiento de mercedes y beneficios. Fue el caso de Paullu Inca, hijo de Huayna Cápac, su hijo Carlos Inca y su nieto Melchor Carlos Inca. Paullu Inca prefirió aliarse con los invasores, negociar ciertos privilegios y adaptarse a la nueva situación.
También buscó adaptarse a la situación Sayri Túpac, hermano de Titu Cusi y de Túpac Amaru I. El abandonó el reducto de Vilcabamba para jurar obediencia al virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Fue recibido en la ciudad de los Reyes con honores y luego ingresó triunfalmente al Cusco, reconocido como rey y señor de la tierra. Sayri Túpac no cumplió ningún papel en el gobierno español, pero fue reconocido y honrado como monarca no coronado de Perú. Se le concedió el título de adelantado y rentas de 150000 pesos anuales. Sayri Túpac murió tempranamente, antes de cumplir 30 años y tuvo una sola hija con su esposa Cayllas Cusi Huarque, cristianizada como María Manrique, aunque más conocida como María Cusi Huarcay Coya. Ella nunca estuvo de acuerdo con la conducta de su esposo y en su larga viudez se resistió a ser asimilada y dio cobijo a los sobrevivientes de Vilcabamba. Su hija Beatriz Clara Sayri Tupac casó con el capitán Martín García de Loyola, caballero de Calatrava, sobrino nieto de Ignacio de Loyola, quien capturó a Túpac Amaru y sometió el último reducto inca. La hija de la pareja, Ana María Lorenza García Sayri Túpac Oñez de Loyola, fue enviada a España. Allí casó con Juan Enríquez de Borja y Almansa, marqués de los Alcañices, de la casa de los duques de Gandia, nieto de Francisco de Borja y Aragón. Ella consiguió en 1614 el marquesado Santiago de Oropesa, que mantuvo la familia hasta 1740.
La Conquista cortó el desarrollo autónomo del mundo andino y produjo una crisis de identidad en la población originaria. La población se vio obligada a adaptarse o desaparecer. Las élites vencidas adoptaron los valores nobiliarios españoles en un intento de persistir y adaptarse a la nueva situación. Decidieron aceptar la hegemonía española y acomodarse al nuevo mundo.
Las panacas fueron los grupos familiares de los soberanos cusqueños. El heredero del Inca reinante, el Auqui era excluido de su propia panaca para formar otra. Las panacas mantenían al mallqui del inca fallecido, realizaban ceremonias en su honor y cuidaban de sus bienes (los bienes de la panaca). Las panacas competían entre sí por el nombramiento del sucesor al trono Inca.
Zuidema describió una organización basada en 10 ayllus de la nobleza inca: un Capac Ayllu y nueve panacas. Una lista tentativa de las panacas es la siguiente:
Chima Panaca (Manco Capac)
Rawrawa Panaca (Sinchi Roca)
Hawaynin Panaca (Lloque Yupanqui)
Usca Mayta Panaca (Mayta Capaq)
Apumayta Panaca (Capac Yupanqui)
Wicaquirao Panaca (Inca Roca)
Awqaylli Panaca (Yawar Huaca)
Suqsu Panaca (Wiracocha)
Hatun Ayllu (Pachacutec)
Capac Ayllu (Tupac Yupanqui)
Tumipampa Panaca (Huayna Capac)
Los españoles dividieron a la población andina siguiendo a partir de criterios patrimoniales y estamentales. Estos criterios los guiaron para identificar y reconocer a señores de los naturales. Los miembros de las panacas cusqueñas fueron catalogados como nobles. Los descendentes de los grandes emperadores recibieron el trato más privilegiado. Durante la Colonia ellos formaron familias ricas e influyentes y fueron adscritos a las parroquias de San Blas y San Cristóbal. Los miembros de las panacas más antiguas fueron menos favorecidos y quedaron registrados en las parroquias de Belén, San Sebastián y San Gerónimo, al sudeste de la ciudad. La Corona organizó el Cabildo inca como una institución honorífica representativa de la nobleza cusqueña. El Cabildo inca tenía la misión de elegir al alférez real de los incas, que junto al alférez real de los españoles, portaba el estandarte real durante la fiesta de Santiago Apostol, cada 25 de julio. El alférez real era tenido por descendiente legítimo de los incas y, ataviado como soberano, usando la mascapaicha, encabezaba el desfile de las panacas reales, los curacas principales y sus segundas personas, los alcaldes y los regidores de las ocho parroquias cusqueñas.
En verdad, el cargo de alférez real había precedido al establecimiento del cabildo inca por casi 50 años. Había sido instituido por real cédula del 9 de mayo de 1545 como premio para los nobles cusqueños que tomaron partido por la Corona en la Conquista y en la pacificación del país. Los primeros honrados con el puesto fueron miembros de la panaca de Huayna Cápac: Paullu Inca, Cayo Topa, Felipe Cari Topa, Ynga Paccap y Ualpa Roca. Posteriormente, durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo, las panacas fueron reorganizadas de acuerdo al listado de 12 incas soberanos elaborado por Sarmiento de Gamboa; la elección del alférez real se amplió a todos los descendientes de los incas y se realizó con la participación de los miembros de las parcialidades Hanan y Hurin. Sin embargo, otros grupos étnicos presentes en la ciudad también tomaron parte en las disputas por el alferazgo real. Es posible que el mismo virrey Toledo favoreciera la elección de alféreces no incaico, en concordancia con su campaña anticusqueña. Los nobles incas presentaron quejas debido a esta situación y las elecciones solían ocurrir en un ambiente de contienda y conflicto. Por ello las autoridades coloniales intervinieron y reglamentaron la elección. En 1595 Agustín Jara de la Cerda, juez de naturales, dispuso la creación de un cabildo inca, formado por 12 diputados de cada una de las parcialidades Hanan y Hurin. La elección del alférez real se realizó entre los venticuatro electores, por votación secreta. La victoria se alcanzaba por mayoría simple y en caso de empate quedaba a decisión del juez de naturales. A partir de esa fecha los procesos electorales quedaron registrados en un libro de actas. Los venticuatro electores eran representantes de los nobles incas residentes en las ocho parroquias cusqueñas y velaban por el cumplimiento y defensa de sus privilegios, además de solicitar mercedes, libertades y exoneraciones. Se sabe por el poder otorgado al Inca Garcilaso de la Vega, a Don Melchor Carlos Inca, a Don Alonso Fernández de Mesa y a Don Alonso Marques de Figueroa, que en 1603 los venticuatro representaban a 567 nobles incas. A lo largo del siglo XVII se refirió la existencia de diez a trece panacas, pero después de la epidemia de 1720 el cabildo inca fue reorganizado en doce casas reales.
El alferazgo real y el cabildo inca solo desempeñaban funciones honorarias y no ejercían ningún poder autónomo, aunque es remarcable la libertad de que disfrutó para establecer las jerarquías dentro de la nobleza cusqueña. Es cierto que el cabildo no tuvo verdadera autonomía, pro del alguna forma hizo posible la persistencia del prestigio la "monarquía indiana". Tras la Gran Rebelión, el juez Mata Linares intentó eliminar el alferazgo real de los incas porque comprendía que esta institución, creada para honrar a la Corona, había propiciado la formación de una identidad propia, opuesta a la de los colonizadores, exaltando el pasado prehispánico y fomentando al anhelo de autonomía a través de las elecciones libres de los representantes.
Sin embargo no debemos engañarnos. La nobleza andina cumplió un papel muy diferente al de la nobleza europea. Los nobles europeos compartían convicciones que sobrepasaban las barreras nacionales. Ellos eran una minoría que había dominado la sociedad europea desde el inicio de la Edad Media y poseían riqueza, autoridad política y estima. Los nobles europeos se consideraban un grupo racialmente diferente al resto de la población. Los hidalgos se consideraban descendientes de los godos, el pueblo germánico que conquistó la Hispania romana y que dio los reyes de la monarquía española. La preeminencia de los nobles se basaba en el derecho de conquista. La pureza racial se había mantenido a lo largo de los siglos gracias a los matrimonio concertados dentro de la nobleza. Los hidalgos se percibían a si mismos como valientes, audaces y reacios a soportar la tiranía.
En Cusco durante los siglos XVII y XVIII se vivió bajo la gloria del pasado incaico. Durante este mismo siglo XVIII ocurrieron más de un centenar de levantamientos previos a la rebelión de Túpac Amaru. Estos fueron principalmente levantamientos rurales contra el régimen colonial y han sido interpretados como una toma de conciencia nacional india. Esta conciencia nacional india andina era diferente de la conciencia nacional criolla que daría origen a la Independencia de 1821. Flores afirmó que las divisiones étnicas que existían previamente a la llegada de los españoles y que hicieron posible la Conquista fueron disolviéndose durante el Virreinato. Así la fragmentación regional fue dejando su lugar a un sentimiento de solidaridad entre los pueblos andinos, que empezaron a idealizar el pasado, exaltando al imperio incaico en oposición a la opresión en que vivían bajo el dominio hispánico. Sin embargo, las poblaciones andinas no llegaron a identificarse completamente. El régimen colonial mismo buscó mantener las divisiones para perpetuar su control, de manera que los conflictos entre las etnias andinas estaban presentes al momento de la Gran rebelión. Pero la definición general que hacían los españoles de los hombres andinos, la definición común de indios, fue creando las bases de una unidad andina. Los hombres andinos empezaron a soñar con el regreso de un Inca que los liberase del yugo español.
Esta añoranza del Tahuantinsuyo produjo relatos y mitos relacionados al regreso del Inca. Produjo la aparición de profetas de esta nueva mitología mesiánica, de personas que se proclamaron incas y restauradores. No existe una historia precisa sobre como se desarrolló el mito de Inkarrí. El pensamiento andino se alimentó del milenarismo y del mesianismo traído por los mismos españoles y produjo el mito de Inkarrí y el pachacuti. Se relataba que Inkarrí fue martirizado y muerto por los españoles, decapitado. Los españoles enterraron su cabeza en Cusco, pero el Inca seguía vivió y su cuerpo volvería a crecer desde su cabeza. Cuando el Inca hubiese regenerado su cuerpo volvería al mundo para acabar con los españoles.
La nobleza indígena asumió la reivindicación y glorificación del pasado incaico, a pesar que había tomado parte en el pacto colonial y de que se había beneficiado de él. Luego de la desaparición de las elites andinas, otros grupos continuaron la veneración del pasado imperial y reclamaron cambios en la situación de los habitantes del país a partir del mismo imaginario: el regreso del inca.
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