Europa vivió en el siglo XV el Renacimiento y la formación de la modernidad. Los rasgos modernos estuvieron presentes en la España del siglo XVI. Los hombres del Renacimiento exaltaban el mundo clásico, condenaban a la Edad Media como una etapa ignorante y bárbara y proclamaban a su época como un tiempo de luz.
Sin embargo, el mundo del Renacimiento y de la Modernidad, el mundo de Moro, era un mundo donde los corderos se comían a los hombres. Moro no había ubicado su utopía en la región de las Ideas ni en la invisible y celestial Ciudad de Dios, sino en una Utopía real, verdadera y utópicamente cristiana. El pensamiento humanista cristiano era fundamentalmente utópico. Cuando ocurrió la crisis de Lutero, Erasmo buscó una mínima unidad doctrinal cristiana e hizo todo lo posible para que el Emperador obligara al Papa a convocar un concilio. Sin embargo, la dieta de Augsburgo dio la razón al fanatismo y preparó el camino para la Contrarreforma. La postura del humanismo cristiano fue un mesianismo imperial, secular y pacifista. Además de la Querella Pacisde Erasmo se publicaron el Concordia y Discordia de Vives, los Diálogos de Alonso de Valdés. Vives expuso su utopía pedagógica en el De corruptis Artibus y el De tradendis Discipliniis. Juan de Valdés expuso una utopía estrictamente religiosa.
Erasmo fue el campeón del humanismo cristiano. Pese a haber ingresado al seminario de los monjes agustinos y realizado los votos sacerdotales, nunca ejerció el sacerdocio. De hecho, a lo largo de su vida esgrimió múltiples argumentos para atacar a la vida monástica, a la que consideraba uno de los grandes males que sufría la Iglesia Católica. Después de su ordenación sacerdotal en 1490, estudió en la Universidad de París, donde definió su carácter tolerante y curioso. Ejerció como profesor titular de Teología en Cambrigde durante el reinado de Enrique VIII. Mantuvo amistad con Tomás Moro, John Colet, Thomas Linacre y William Grocyn. Entre 1508 y 1509 residió en Italia, trabajando casi siempre con la casa editorial de Aldus Manutius en Venecia.
A partir de su actividad universitaria y literaria, Erasmo formó una generación de humanistas. Sin embargo también se formó un grupo de personas hostiles a los principios que preconizaba Erasmo. El desarrolló un profundo rechazo contra la autoridad establecida, probablemente por los métodos de disciplina que se empleaba para quebrar la voluntad de los alumnos tanto en la escuela, como en el seminario y la universidad. Erasmo decidió revertir esta situación retornando al núcleo esencial de los textos clásicos y aplicándolos a la humanización y liberalización de las ideas.
La polémica de Erasmo contra la Iglesia no se originaba en el cuestionamiento de la doctrina ni en hostilidad contra la institución en sí. Erasmo no era ni anticatólico ni anticlerical. Esto se observa mediante la simple lectura de sus libros. Al contrario, Erasmo quería utilizar su formación y conocimiento para purificar la doctrina. Erasmo buscó liberar a la Iglesia de la rigidez del pensamiento y las instituciones medievales.
En 1503 Erasmo publica el Enchiridion Militiis Christiani, donde definió los principales aspectos de la vida cristiana. Para Erasmo, la vida cristiana debía basarse en la sinceridad. El Mal crecía en el formalismo, el respeto irracional por la tradición. Durante su estancia en Inglaterra comenzó el estudio sistemático del Nuevo Testamento, a fin de publicar una nueva versión latina, que fue publicada por la casa Froben en Basilea en 1516. La versión de Erasmo condujo a un mayor impulso a los estudios bíblicos e incluso fue empleada por Martín Lutero para el desarrollo de su teología posterior.
En 1515 Erasmo escribió para el Archiduque Carlos, gobernador de los Países Bajos, la Institutio Principis Christiani. Sin embargo, al cabo de medio siglo todas las obras de Erasmo fueron censuradas e incluidas en el Índice de Libros Prohibidos por el Concilio de Trento.
La tradición intelectual desarrollada en Europa occidental durante y después del Renacimiento no consideraba el desarrolló de la historia en base a ciclos. Las predicciones cristianas habían puesto énfasis en el cambio radical del pasado y en realidad de un futuro distinto, abandonando la idea de la repetición de los hechos pasados. Sin embargo, algunos pensadores del Renacimiento creyeron que las pautas concretas de los hechos sí podrían repetirse, y creían que podía utilizarse analogías históricas para tener una sugestión de lo que ocurriría en el futuro. Maquiavelo argumentó que un príncipe que se enfrentara con problemas en su dominio podía determinar su futuro si observaba las decisiones tomadas por otros príncipes romanos o italianos anteriores. El razonó que mientras más parecidas fueran las situaciones, las consecuencias de una determinada elección podrían ser previstas con mayor seguridad.
Uno de los objetivos del humanismo fue lograr que la Biblia llegara a la gente común en su propia lengua. La Inquisición se opuso siempre a este esfuerzo. La primera versión del Nuevo Testamento en castellano apareció en 1543, traducido del griego por Francisco de Enzinas, quien estudió en las universidades de Lovaina y Witennberg. La traducción del Nuevo Testamento de Enzinas se publicó dos años antes del inicio del Concilio de Trento pero veintiún años después que Martín Lutero hiciera su traducción al alemán y dieciocho años después que William Tyndale hubiera hecho la suya al inglés. Las versiones italiana y francesa de Bruccioli y Pierre Olivetan habían sido publicadas ocho años antes. Poco después de ser publicada la edición del Nuevo Testamento de Enzinas, fue prohibido, los libros recogidos y confiscados por las autoridades eclesiásticas y civiles.
Ya antes de Trento, la Inquisición española persiguió la proliferación de las ideas heterodoxas, restringiendo el ingreso de libros de autores protestantes. En 1522, en Sevilla, el Santo Oficio decomisó 450 biblias impresas en el extranjero. Sevilla era el sitio más propicio para escapar al control ideológico debido a su condición de puerto de comercio internacional. La prohibición de libros luteranos de 1521 fue ampliada por el Inquisidor general Valdés en 1551. El Índice de libros prohibidos de ese año contenía la censura de 16 autores, incluidos los reformadores más importantes. Además se decretaron regulaciones especiales para la impresión y circulación de biblias y libros en hebreo y árabe. Un decreto de 1558 dividió a los libros en categorías: todos los libros escritos por heresiarcas; todos los libros escritos por los condenados por la Inquisición; todos los libros sobre judíos y moros con tendencia anticatólica; todas las traducciones heréticas de la Biblia; todas las traducciones de la Biblia a lenguas vernáculas, aunque hubieran sido traducidas por católicos; todos los devocionarios en lengua vernácula; todas las obras de controversias entre católicos y herejes; todos los libros sobre magia; todos los versos que utilizaran citas de la Biblia en sentido profano; todos los libros impresos desde 1515 sin especificar el autor y el editor; todos los libros anticatólicos; todos los cuadros e imágenes irrespetuosos con la religión. Se impidió que la gente común tuviera acceso a la Biblia en su propio idioma. La Inquisición sostenía que los herejes se delataban por el uso indiscriminado de la Sagrada Escritura. Todos, incluyendo laicos y mujeres, reclamaban el derecho de leer la palabra revelada y tenían la presunción de entenderla sin necesidad de estudios superiores. Además buscaban traducir a una lengua vulgar lo que era sagrado. La mentalidad medieval estuvo marcada por cierto literalismo bíblico, que en las herejías asumía un carácter popular y laico. Los laicos querían leer las Sagradas Escrituras en su lengua vernácula, para poder aprenderla de memoria en traducciones y guiarse en sus vidas por las actitudes que éstas les sugerían. La jerarquía eclesiástica rechazó este evangelismo popular.
He visto con mis propios ojos a un joven campesino que ha pasado solamente un año en casa de un hereje valdense pero que a fuerza de escuchar atentamente y de repetir con cuidado lo que había escuchado, había memorizado en ese corto tiempo cuarenta trozos evangélicos dominicales. Todo esto lo había aprendido palabra por palabra, en su lengua materna... He visto también a laicos que eran capaces de recitar de memoria una buena parte de los evangelios según Mateo y Lucas, y especialmente todo lo concerniente a las palabras, y enseñanzas de nuestro Señor. En efecto, ellos saben repetirlo fielmente, con algunas faltas aquí y allá.
Pocos centros intelectuales pueden, en esa época, rivalizar con los valdenses en lo que concierne a su febril aplicación al estudio de la Biblia, a su ardiente entusiasmo por aprenderla en lengua materna. En un tiempo en el que los medios de instrucción eran pobres y rudimentarios, un florecimiento tal de energías intelectuales en las capas inferiores de la población, no puede menos que llenarnos de asombro. Leemos en un documento del siglo XII que los valdenses, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, se dedicaban sin reposo, día y noche, a aprender y a enseñar. Un obrero ocupado en su trabajo durante el día, se apresara apenas cae la tarde y corre a estudiar y a instruir a otros más ignorantes que él. Hasta un niño de siete años, habiendo aprendido de memoria un versículo de la Biblia, va a buscar a alguien con quien compartirlo... Sin duda, para los espíritus incultos, no habituados a la gimnasia mental, un trabajo intelectual de este tipo debía ser muy penoso, pero gracias a su obstinación, a su perseverancia cotidiana y al método del “disce quotidie unum verbum” a menudo obtenían resultados notables, a veces francamente extraordinarios. (Di Stefano A., Riformatori de eretici del Medievo, Palermo 1938, 313-314)
Para la Iglesia no era reprensible el deseo de conocer la Sagrada Escritura y querer predicarla a los demás, pero negaba que la Sagrada Escritura, profunda y difícil hasta para los sabios, debiese estar en manos de simples e indoctos. El papa Inocencio había sentenciado que el simple e indocto que presumiese allegarse a la sublimidad de la Sagrada Escritura debía ser tratado como la Bestia que tocaba el monte Sinaí: laico y bestia merecían morir. Nadie podía apropiarse libremente de la Orden de la Predicación.
Los herejes pretendían leer e interpretar la Biblia sin la mediación de los clérigos y teólogos. ElBularium Romano colocó el siguiente título-resumen a la Bula de Inocencio: Los laicos más rudos no deberán atreverse ni a juzgar las Escrituras Sagradas, ni a reunirse ni a predicar sin autorización, ni a despreciar a los sacerdotes de la Iglesia. El documento del magisterio era inequívoco:
Fue determinado correctamente en la Antigua Ley que la Bestia que tocase el monte debía ser lapidada. Del mismo modo decimos que ningún simple e indocto presuma allegarse a la sublimidad de la Sagrada Escritura, menos aún predicarla a los demás.
La Contrarreforma evitó la circulación de la Biblia e impidió el desarrollo de una mentalidad abierta y capaz de adaptarse a los cambios del mundo moderno.
Mientras en España, como consecuencia del temor a la herejía luterana, hubo un control cuidadoso de los impresos, en Alemania y otros países protestantes hubo una gran producción de libros. La imprenta fue un instrumento eficaz para difundir masivamente las ideas de Lutero. El reformador consideró que la imprenta era un regalo divino. Entre 1517 y 1520 se publicaron más de 300 mil ejemplares de una treintena de escritos de Martín Lutero.
La Inquisición mantuvo un estricto control de los impresos que llegaba o se producía en el Nuevo Mundo. La revisión de los libros que llegaban procedentes de España era exhaustiva. Si estaban en la lista de libros censurados en España, eran confiscados. Entre 1539 y 1585 se imprimieron en Nueva España catecismos en grandes cantidades. Los concilios provinciales de 1565 y 1585 prohibieron la publicación de sermones, epístolas, evangelios y otras partes de la Biblia traducidos a lenguas indígenas. Los franciscanos se opusieron a estas medidas, ya que deseaban traducir las Escrituras para favorecer la evangelización. Los franciscanos Alonso de Molina y Bernardino de Sahagún fueron partidarios de la traducción de la Biblia, al menos parcialmente, a las lenguas indígenas. Los dominicos Domingo de la Anunciación y Juan de la Cruz sostenían el punto de vista opuesto y afirmaban que no se debía entregar libros, de manuscritos o impresos a los indios.
La Inquisición mantuvo la prohibición de leer la Biblia en lenguas vulgares hasta 1782, cuando el Inquisidor Felipe Beltrán derogó la censura e hizo factible que la Biblia pudiera llegar al Nuevo Mundo. James Thomson viajó a Buenos Aires en 1818, con el objetivo de promover la venta de la Biblia. La Sociedad Bíblica Británica lo envió con este fin a Chile en 1822, a Perú en 1824, a Colombia en 1825 y a México en 1827. La Contrarreforma, al restringir la lectura de la Biblia y restringir la de muchos otros libros retrasó la alfabetización de las personas comunes. La alfabetización había sido uno de los objetivos fundamentales del protestantismo, ya que Lucero había entendido que todos los creyentes eran sacerdotes y que por ello todos debían saber leer. Las iglesias protestantes alentaron el aprendizaje de la lectura por las poblaciones urbanas y rurales. Así la Iglesia luterana de Suecia, apoyada por la Corona, logró alfabetizar un país masivamente rural en algunas generaciones. Entre 1680 y 1690 el 80 % de los niños aprendió a leer.
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