domingo, 15 de diciembre de 2013

Los encomenderos

Los cuarenta años transcurridos entre las ejecuciones de Atahualpa, agarrotado en Cajamarca en 1533, y la de Túpac Amaru, decapitado en Cusco en 1572, están marcados por las guerras civiles y la resistencia en Vilcabamba. Son estas décadas las que se han proyectado sobre la historia del país definiendo las relaciones entre gobernantes y gobernados a partir de la violencia y dirigidas al sometimiento.  El establecimiento de las encomiendas, los corregimientos y las campañas de extirpación de idolatrías cimentaron el sentimiento de impotencia de la población andina ante el poder dominante. La autoridad se volvió sinónimo de imposición. Los conquistadores llegaron al Nuevo Mundo bajo la sombra de la Reconquista, pero fracasaron en convertirse en un equivalente de la nobleza medieval.
Las órdenes de caballería cumplieron funciones sociales, políticas y morales necesarias en el desarrollo de Occidente. Si se eliminara la caballería se perdería el sustento de valores fundamentales  para Occidente. El ideal caballeresco exaltó la lealtad, la galantería, el ansia de aventura y el honor, pero también rasgos intolerantes como la cruzada, la lucha contra la herejía o la asignación rígida de roles según el sexo. Los caballeros no eran soldados, ya que los soldados (como su nombre lo indica) peleaban por una paga. Los soldados no acudían al llamado del deber sino del interés y podían convertirse en una masa descontrolada  dedicada a arrasar, saquear y violar. El problema de los soldados era que no eran caballeros y no habían interiorizado los valores de La caballería. En Europa, la caballería transformó la violencia desordenada de los señores feudales en un conjunto de valores cívicos que hicieron posible una sociedad pacificada. Es cierto que en el problema del orden público medieval los caballeros jugaron un rol ambivalente y conflictivo, ya ellos fracasaban en cumplir con los preceptos caballerescos. Los caballeros solían fallar en el cumplimiento de los altos ideales de la caballería y en el respeto al código de honor. 
En la “Relación de la Conquista del Perú”, Titu Cusi Yupanqui, el penúltimo inca, relata la terca resistencia de su padre Manco Inca y elabora una historia donde Occidente no es el centro del mundo.
La sociedad que la Conquista creó fue una sociedad estamental, basada en dos repúblicas separadas. Las repúblicas de españoles y de indios no eran clases sociales sino órdenes, construidos a partir de los límites que los hombres debían darse a sí mismos. Cada hombre debía permanecer en su estado, de manera que la división de las repúblicas no correspondía a una descripción sino a una topología de la sociedad, que fija límites a los individuos y fronteras a los grupos. Cada república señalaba qué estaba fuera de posibilidades de sus integrantes, a diferencia de las clases sociales  que se definen por oposición y cuestionan constantemente sus límites.
La Conquista fue llevada a cabo por hombres de todas las condiciones, desde los adinerados, provistos de títulos nobiliarios, seguros de su ascendencia, hasta gente llana, labradores o villanos. La hueste estaba formada por hidalgos, artesanos, marineros, campesinos o gente sin oficio, incluso marginales que esperaba adquirir una mejor condición social. No faltaron entre ellos escribanos, contadores y notarios. Francisco Pizarro, bastardo e iletrado, encarnó muy bien la posibilidad de ascenso social que podía conseguirse en el Nuevo Mundo. Flores Galindo recordaba que la cuna marcaba todo el derrotero de la vida en la España del siglo XVI y que los conquistadores solían ser inquietos o marginales aventureros. Ellos esperaban que sus actos en las Indias les permitieran conseguir aquello que sus padres no les habían legado.
Antes del establecimiento del virreinato llegaron a Perú  de 5000 a 10000 españoles. De ellos unos quinientos consiguieron una encomienda. La colonización de América siguió el modelo de la Reconquista: los conquistadores victoriosos se establecían en las ciudades recién fundadas y esperaban recibir una encomienda para convertirse en una nobleza con base territorial, como eran la nobleza en España. Los conquistadores deseaban encomiendas perpetuas y hereditarias que aseguraran el futuro de sus linajes. Por ello rechazaron la autoridad de los funcionarios reales en cuanto esta quiso frenar sus ansías de honra. Este rechazo fue el fundamento de la rebelión de Gonzalo Pizarro, quien con su deseo de convertirse en un rey del Perú se volvió abiertamente subversivo. Las guerras civiles de los conquistadores buscaron dejar en claro quien había sido el beneficiario de la Conquista. La rebelión de Pizarro dejó en claro el deseo de los conquistadores de convertirse en una nobleza territorial, aunque esto significara la ruptura con España. Gonzalo Pizarro buscó establecer una alianza política con la nobleza incaica, pero fue la  Corona la que ganó el apoyo de las familias reales cusqueñas. La preeminencia social de la nobleza inca fue aceptada por la Corona, pero gravemente limitada de manera que no tuviera posibilidad de recuperar el control de sus dominios. Los límites legales impuestos a lo vasallos de ultramar, indios y españoles, se basaban en la exclusión: españoles separados de indios, americanos separados de europeos. Los grupos que surgieron más allá de las definiciones legales carecieron de derechos. Desde muy temprano se hizo evidente la incompatibilidad entre las normas legales y las prácticas cotidianas. La ilusión de las dos repúblicas separadas se desvaneció con la aparición de los mestizos y los criollos,  
La prédica de Bartolomé de las Casas había cuestionado la justicia de la Conquista de América. Los dominicos secundaron su pedido de dar a los indios un trato humano digno. Fray Domingo de Santo Tomás había recibido el encargo de Felipe II de consultar a los caciques peruanos su opinión acerca de la perpetuidad de las encomiendas. El monarca ya había instruido a su virrey, el conde Nieva, mediante Cédula Real del 7 de febrero de 1561. Domingo de Santo Tomás convocó tres reuniones, en las que los curacas declararon su oposición a la perpetuidad de las encomiendas y ofrecieron pagarlas en oro y plata cuando concluyera su vigencia, solicitando además la restitución de sus tierras y bienes que habían sido usurpados por los conquistadores. Rechazaban también la pretensión de los encomenderos de conseguir jurisdicción civil y penal y pedían permanecer bajo la jurisdicción directa de la Corona.

Finalmente la Corona desestimó la causa de los encomenderos. El argumento fundamental sostenía que la perpetuidad de las encomiendas y su carácter hereditario generarían un extrañamiento de los encomenderos respecto a España, ya que al poseer la tierra de forma hereditaria se convertirían en un cuerpo unido y fuerte en Indias, que al cabo de unos años podría levantarse y no obedecer a los reyes de Castilla. Aborrecerían ser gobernados por un reino extraño y se convertirían en enemigos de España.

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