miércoles, 11 de diciembre de 2013

Desarrollo de la antropología en Perú

Los primeros estudios modernos de historia andina y antropología del Perú fueron realizados por Heinrich Cunow. Escribió obras tales como: Las comunidades de Aldea y Marca del antiguo Perú de 1890, El sistema de parentesco peruano y las comunidades gentilicias de los Incas de 1891 y La Organización social del imperio de los Incas de 1896. Esta última obra está subtitulada “Investigación  sobre el comunismo agrario en el Antiguo Perú”. Al igual que la obra de Baudin, El imperio socialista de los incas, esta obra de Cunow fue empleada por distintos intelectuales socialistas peruanos como fundamento de sus propuestas políticas de cambio a partir de la historia antigua del Perú, dando por sentada la realidad de este comunismo agrario original. Cunow fue un intelectual socialista y crítico del fascismo de su época. Aplicó a las sociedades prehispánicas andinas los modelos antropológicos desarrollados por Lewis H. Morgan. En Las comunidades de Aldea y Marca del antiguo Perú Cunow buscó demostrar la importancia de los ayllus como base sobre la cual se levantó el orden social del imperio de los incas. En La Organización social del imperio de los Incas, Cunow realizó una comparación entre la organización de los incas y de los antiguos germanos para desacralizar el pasado incaico y explicar el desarrollo andino sin recurrir al particularismo sino como un ejemplo del desarrollo social según patrones universales para todos los pueblos civilizados.
Paul Rivet, antropólogo, lingüista y diputado socialista, se interesó profundamente por la historia andina. Visitó frecuentemente Perú entre 1901 y 1906. Hizo amistad con numerosos intelectuales peruanos, promoviendo los estudios antropológicos, históricos y lingüísticos andinos. Rivet tenía aprecio por las culturas andinas y estimuló su revalorización. En su libro Los orígenes del hombre americano defendió dos teorías sobre la población y los orígenes de las civilización en el Nuevo Mundo: sostuvo que América fue poblada por migraciones asiáticas y polinésicas y que las culturas indígenas americanas se desarrollaron de manera autónoma. Esta segunda teoría provino de la arqueología, ya que Rivet mantuvo una relación cordial con el arqueólogo peruano Julio C. Tello y con sus sucesores, con la moderna arqueología peruana y andina en general. Rivet reunió una rica bibliografía peruana en el Musée de l'Homme y fomentó las investigaciones americanistas.
Tanto Cunow como Rivet fueron socialistas, opuestos al eurocentrismo imperante en su tiempo como al racismo. 
Las investigaciones de historia y antropología hicieron una nueva lectura de los documentos producidos en el siglo XVI. En estos documentos se reflejaba el mundo indígena y se podía identificar con facilidad las extrapolaciones españolas. El quechua seguía siendo la lengua franca del mundo andino y se empleaba para registrar contratos, testamentos, historias, probanzas, etc. Los historiadores extranjeros y nativos desarrollaron para los períodos prehispánico y colonial una nueva técnica de lectura de los documentos, denominada etnohistoria. Esta partía de un esfuerzo orgánico destinado a revelar y explicar las características particulares de las sociedades indígenas americanas. La etnohistoria combina métodos de los historiadores, de los etnólogos, de los lingüistas y antropólogos. El trabajo del etnohistoriador se realizaba tanto en los archivos, en base a los documentos y con auxilio de la paleografía, la diplomática y la lingüística. Los códigos culturales de los pueblos habían quedado inscritos en el lenguaje usado, el cual reflejaba la concepción del mundo de los hombres que emplearon ese lenguaje. Durante la Conquista y la colonia, los frailes y los soldados escribieron para combatir idolatrías o reclamar recompensas a sus méritos. En estos casos la evidente intención del texto producía deformaciones. Sin embargo, bajo estas deformaciones podía descubrirse la realidad. Esto  ocurría tanto en las probanzas de méritos, las descripciones de las idolatrías, como en los procesos judiciales o los testamentos. La etnohistoria andina quedó involucrada en el estudio de las estructuras y los procesos más que en las historias personales. Por ello las tergiversaciones de quienes realizaron esos documentos concientemente no afectaban el valor de la investigación.
Las sociedades andinas comenzaron a ser reevaluadas desde categorías antropológicas y ya no simplemente desde la historia de los acontecimientos. Se realizó una lectura diferente de las fuentes tradicionales y de las crónicas. Además en el siglo pasado se dieron a conocer varias crónicas antes desaparecidas o fragmentadas como la de Juan de Betanzos (1551), cuya versión completa recién estuvo disponible en 1987, la de Felipe Guaman Poma o la del mismo Pedro Cieza de León. Valcárcel realizó un trabajo primordial con la publicación en 1959 Etnohistoria del Perú Antiguo. Historia del Perú (Incas). Efectuó una labor muy importante en la Universidad de San Marcos promoviendo cursos de antropología e historia, a través de investigaciones arqueológicas y también en la dirección del Museo Nacional de Cultura, desde donde sustentó los trabajos antropológicos de José María Arguedas. En su libro de 1927 Tempestad en los Andes denunció la injusticia a la que se hallaba sometida la población indígena,  bajo el régimen de las haciendas, y reclamó un nuevo liderazgo indígena que pudiera encabezar este movimiento de reivindicación.
La etnohistoria andina fue elaborada por investigadores extranjeros como John V. Murra, John H. Rowe y R. Tom Zuidema e investigadores peruanos como Waldemar Espinoza, Franklin Pease y María Rostowrowski. Ellos elaboraron una imagen radicalmente diferente de las sociedades prehispánicas. Rowe se abocó a la arqueología, la etnohistoria y la historia del arte. Rowe inició los estudios modernos de la sociedad andina bajo el sistema colonial. Había venido a Perú en 1939, para visitar el Cusco y realizar sus primeras investigaciones en el templo de Coricancha. Trabó amistad con Julio C. Tello en Lima y desarrolló varias líneas de investigaciones sobre historia andina pre-hispánica y colonial. Las investigaciones de Rowe, en arqueología, historia del arte e historia social andina, le condujeron a proponer tres ideas fundamentales para la comprensión del proceso andino. En primer lugar, estableció la posibilidad de estudiar la historia de los pueblos andinos a partir de los restos materiales dejados por esos pueblos, empleando métodos arqueológicos. En segundo lugar, recalcó la condición principal del Cusco en el proceso histórico andino hasta el siglo XVIII. En tercer lugar, afirmó la existencia de un discurso histórico que describía una historia real y continuada de los pueblos andinos. Rowe, quién utilizó técnicas arqueológicas y otras provenientes de la historia del arte europea para estudiar la historia andina prehispánica (llegando a establecer la secuencia de periodos horizonte y periodos intermedios), investigó la persistencia y la evolución de la cultura andina durante el período colonial a partir del análisis de objetos artísticos (Cronología de los vasos de madera Inca, 1961).
En 1957 publicó su ensayo The Incas under de Spanish institutions y un estudio sobre Retratos coloniales de los incas donde descubría quienes eran los personajes presentes en los cuadros de la escuela cusqueña y resaltaba cómo a través de ellos la nobleza inca luchaba por mantener su presencia, reclamar su legitimidad y definir su identidad. Analizó el correlato político de estas manifestaciones culturales en El movimiento nacional inca del siglo XVIII, de 1954, y señaló los parentescos, reales o ficticios, biológicos y míticos, entre Tupac Amaru y la nobleza inca del Cusco colonial. Rowe sostenía que los descendientes de estos incas reales o ficticios vivieron apoyándose en las instituciones coloniales. El pacto establecido con el orden colonial les permitió desarrollar acciones culturales propias y preservar el recuerdo del pasado inca mediante fiestas y ceremonias. Este proceso permitió la construcción de una identidad propia a partir de la historia y la cultura andinas.
John V. Murra inició sus investigaciones del mundo andino en Ecuador en 1942, estudiando a los campesinos de Otavalo. Ese mismo año, debido a las dificultades suscitadas por la guerra, pasó a Perú y empezó su larga relación con el país. Murra propuso el modelo de reciprocidad y redistribución para entender las características específicas de la organización económica del Estado inca. Posteriormente el mismo junto a José Matos Mar, José María Arguedas, Jorge Bravo Bresani y María Rostowrowski fundaron a mediado del 1960 el Instituto de Estudios Peruanos, aunque Murra nunca estuvo de acuerdo con este nombre, porque él no identificaba lo andino con lo nacional, sino que entendía que la cultura andina fue anterior a los países surgidos al desmembrarse el imperio colonial español y se extendía a lo largo de varios de ellos, sin detenerse en las fronteras políticas. A través de este instituto se promovieron las investigaciones sobre el mundo campesino andino, incluyendo aspectos sociales, económicos y culturales. Murra, un judío rumano, se entregó al estudio del mundo andino sin ninguno de los prejuicios que poseía la historiografía tradicional peruana. Alfred Métraux en Les Incas de 1961 difundió las conclusiones de las investigaciones de Murra sobre la organización económica y social del mundo andino. Métraux recalcó que los campesinos quechuas sumidos en la miseria, que vivían abandonados por la República criolla y sometidos a la explotación del sistema de haciendas, eran los herederos de la cultura y de las tradiciones de los hatunruna de la época inca. Los esfuerzos de Murra y Métraux redescubrieron la historia y la cultura de los hombres andinos. Esta combinación de historia y antropología fue necesaria para entender un proceso histórico donde el discurso indígena había quedado apresado dentro del discurso occidental.
Tom Zuidema vino por primera vez a Perú en 1955. Se había especializado en antropología estructuralista y empezó estudiando a las comunidades campesinas de España, para luego abordar el estudio de las regiones andinas, pasadas y presentes. Propuso un modelo estructuralista para entender la organización social, política y ritual del Cusco. Entre 1967 y 1970 trabajó en Perú como profesor de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Esta larga permanencia en el país, en una zona con fuertes tradiciones culturales andinas, hizo posible la integración del investigador y la comunidad que estudiaba.
Zuidema desarrolló un esquema de división de la población en base a la función que despeñaban sus miembros, como una extensión de las reglas de parentesco. Los gobernantes y los fundadores conformaban la parcialidad superior, el hanansaya. La población campesina, los parientes secundarios de los hanansaya, conformaban el hurinsaya. La población extraña a estos dos grupos, los extranjeros, quienes carecían de vínculos de parentesco, constituían los cayao. Los cayao eran marginales en la sociedad andina. Zuidema renunció a buscar una historia de acontecimientos en las crónicas, especialmente en la del padre Bernabé Cobo y las informaciones de Pérez Bocanegra y Santacruz Pachacuti, sino que las leyó como un relato mítico, que ofrecía modelos ideales.
La historiografía peruana contemporánea ha sido profundamente influenciada por Rowe, Murra y Zuidema. Alrededor de sus obras se han formado seguidores, críticas y polémicas. Mientras que Rowe y Murra se abocaron a la historia material, Zuidema exploró las estructuras invisibles de la sociedad, de las que sus mismos miembros podían no ser concientes. La etnohistoria andina moderna se originó de la constatación documentaria y de las reflexiones desarrolladas por estos tres autores. A partir de 1970, la relación entre los documentos y las reflexiones etnohistóricas se volvió evidente en las obras de Waldemar Espinoza, Franklin Pease y Maria Rostworowski. Pease continuó las ideas de Rowe sobre el rol central del Cusco y el desarrollo político incaico, mientras que Espinoza y Rostworowski continuaron los planteamientos de Murra y Zuidema. El imperio incaico, idealizado por Garcilaso y representado por los europeos de la Ilustración como una utopía ubicada en una sociedad no occidental, fue estudiado e interpretado en base al modelo recíproco-redistributivo que Karl Polanyi había utilizado para explicar el funcionamiento de sociedades africanas. Los principios de la dualidad, la tripartición y la cuatripartición fueron empleados por los historiadores para hacer nuevas lecturas de las crónicas y de los documentos coloniales (Zuidema, The Ceque system of Cuzco, 1964). La etnohistoria interpretó la evolución de las sociedades andinas como un desarrollo histórico independiente, provisto de categorías de análisis propias, con mecanismos de resistencia, supervivencia y reproducción de sus patrones mentales al ser confrontadas con Occidente. La antropología histórica demostró que las sociedades andinas no fueron solamente entidades pasadas, que habían existido anteriormente, sino que eran sociedades actuales, que habían logrado sobrevivir dentro de contextos coloniales y republicanos adversos. Habían persistido conservando muchas estrategias provenientes de las tradiciones andinas previas al encuentro con los occidentales, como la búsqueda de autosuficiencia, el aprovechamiento agrícola vertical de las tierras de laderas, la aplicación de los principios de la reciprocidad y la solidaridad en el funcionamiento cotidiano de las sociedades rurales andinas, pero asimilando también las nuevas técnicas occidentales. El aporte principal de la etnohistoria fue convertir a la investigación del pasado andino en una historia singular, propia de los pueblos que la desarrollaron en los Andes.


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