viernes, 20 de diciembre de 2013

Las Ordenes religiosas en los Andes

El descubrimiento de América significó para las órdenes religiosas la oportunidad para la construcción de una nueva Iglesia cristiana, libre de las deficiencias de la vieja iglesia europea que se debatía en el cisma en esos momentos. En 1511, tras comprender que el entusiasmo inicial por las tierras descubiertas por Colón había terminado, la Corona decidió eliminar las restricciones para el pasaje a las Indias. Después de 1511 las órdenes religiosas se convirtieron en organizaciones principales en la incorporación de las nuevas tierras a Occidente. 
Fueron cuatro las órdenes que participaron en la evangelización: franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas. La Corona Española emprendió la misión en el Nuevo Mundo con los privilegios otorgados por la bula Universalis Ecclesiae de 1508, por la que el papa Julio II concedió a los monarcas hispanos el Patronato de la Iglesia en América. La Corona encomendó a las órdenes religiosas la evangelización del nuevo territorio, legitimada mediante las bulas Alias Felicis dada por León X en 1521 y la Exponis Nobis Nuper Fecisti dada por Adriano VI en 1522. Estas bulas otorgaban a las órdenes mendicantes autoridad apostólica en cualquier territorio donde faltaran obispos o se encontraran a más de dos jornadas de viaje. Estas bulas determinaron el monopolio de las órdenes religiosas en la evangelización de América. Después de la desastrosa experiencia de la colonización caribeña, con la destrucción de la sociedad indígena y el exterminio de la población autóctona, la incorporación en 1521 del imperio azteca se convirtió en la prueba de un nuevo modelo de dominio donde se priorizó la labor evangélica, en contraste con la colonización caribeña, en la que apenas hubo preocupación oficial por la misión. La construcción de la Iglesia en el Nuevo Mundo fue realizada por las órdenes religiosas que predicaban el retorno a la pobreza del cristianismo primitivo y basan sus reglas en la vida comunitaria, la oración y la predicación. Sin embargo, la actitud de las órdenes religiosas en la evangelización de América no fue pareja. 
El poblamiento de América fue hecho por hombres que no querían o no podían regresar a España. La mayoría de los colonizadores buscaban conseguir una posición honrosa. Muchos de ellos fueron conversos, de origen judío o musulmán. Una parte significativa de los clérigos que viajaron al Nuevo Mundo fueron vocaciones espontáneas. Se denominaban vocaciones espontáneas a aquellas en las que la familia tuvo que pagar para mantener a un  muchacho como oblato. 
Las órdenes religiosas que desempeñaron un papel principal en la evangelización de América fueron las de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, a las que se sumaría luego la Compañía de Jesús. El rol principal en la evangelización de América fue desempeñado por las órdenes mendicantes, liberadas de los beneficios eclesiásticos, financiadas mediante las limosnas voluntarias de benefactores. Sólo los jesuitas desarrollaron una labor misional comparable a la de las órdenes mendicantes.
La evangelización indiana requería de misioneros con una sólida formación moral y una adecuada preparación teológica, los “varones probos y temerosos de Dios, doctos, instruidos y experimentados”, que el papa Alejandro VI había pedido en la bula Inter caetera de 1493.
Los sacerdotes de estas órdenes constituían una élite intelectual en la España del siglo XVI, tenían una alta capacitación y un alto nivel de compromiso con la misión. Por eso las órdenes mendicantes pudieron tomar la causa de la defensa de los indios, consiguiendo tanto bulas y breves papales como mandatos de la Corona.
La condición de los naturales como hombres libres y capaces de recibir la doctrina cristiana fue establecida por las bulas Veritas Ipsa y Sublimis Deus dadas por Pablo III en 1537:
aquellos indios, como verdaderos hombres que son, no solamente son capaces de la fe cristiana, sino que se acercan a ella con muchísimo deseo, ... con autoridad apostólica por las presentes letras determinamos y declaramos, ... que los dichos indios y todas las otras naciones que en lo futuro vendrán a conocimiento de los cristianos, aún cuando estén fuera de la fe, no están sin embargo privados ni hábiles para ser privados de su libertad ni del dominio de sus cosas.
La preparación intelectual que recibían los dominicos, franciscanos y jesuitas les permitió emplear métodos misionales adecuados a los problemas que planteaba la evangelización de los pueblos americanos, que tenían una visión totalmente distinta a la cristiana y occidental.
La evangelización americana comenzó en el Virreinato de Nueva España, en 1524 con la llegada de los doce primeros franciscanos. Posteriormente arribaron los dominicos en 1526 y los agustinos en 1533. La Corona esperaba que la evangelización avanzase a la par que la conquista militar. Aunque las tres órdenes mendicantes fueron privilegiadas en la actividad pionera en México, se les sumaron mercedarios y jesuitas. También pasaron a América otras órdenes religiosas, como los carmelitas descalzos, los trinitarios o los mínimos de San Francisco de Paula, aunque no se dedicaron a la evangelización sino a la labor pastoral, la administración de sacramentos y la celebración del culto.
Las órdenes mendicantes aparecieron en el siglo XIII buscando la renovación de la vida religiosa. Estas órdenes continuaron la tradición monástica de estudio y contemplación, pero también desarrollaron actividades pastorales y asistenciales en la comunidad, al igual que los clérigos seculares y las ordenes militares y hospitalarias.
Las órdenes mendicantes se desarrollaban entre la vida contemplativa y la vida activa. Se dedicaban a la oración, daban importancia a la Eucaristía y al Oficio divino, pero también se entregaban a la prédica y la evangelización. Al contrario que las órdenes monacales, encerradas en conventos bajo la autoridad vitalicia de un abad, los frailes eran dirigidos por un prior, que volvía a ser un hermano más al terminar su periodo. Los frailes tampoco estaban sometidos al voto de estabilidad, que determinaba la permanencia perpetua del monje en el monasterio al cual había ingresado.  Los frailes debían predicar el Evangelio allí a donde la providencia los enviase. No esperaban a los fieles sino que iban en su búsqueda.
A diferencia de los monjes y del clero secular, que empleaban vestimentas distintas para las actividades cotidianas y para el servicio divino, los frailes poseían un solo hábito tanto para las labores domésticas, la prédica y la oración. Por esta vocación de servicio a la comunidad ocurría que mientras los monasterios se ubicaban en lugares solitarios e inaccesibles, los conventos de frailes se hallaban en medio de las ciudades, como signo visible de la labor que cumplían dentro de la sociedad.
Las órdenes mendicantes recibieron privilegios especiales, incluyendo la exoneración de la obediencia al obispo de la diócesis.
San Francisco de Asís fue el símbolo de la renovación religiosa del otoño de la Edad Media. Estableció un nuevo modelo de santidad, en el que la renuncia a los bienes materiales era un condición necesaria para consagra la propia vida a Dios. Francisco y once seguidores peregrinaron a Roma para solicitar al Papa la aprobación de su regla de vida. Fue aprobada por el papa Inocencio III en 1209. En 1223, el papa Honorio III emitió una bula por la que estableció a los Frailes Menores como una orden formal católica. La Orden franciscana estaba formada, en gran parte, por hermanos legos, pero, un siglo después de su muerte era una Orden docta y clerical, con miles de miembros que servían a la Iglesia en actividades pastorales, misioneras, diplomáticas, ecuménicas y universitarias.  Los franciscanos ocuparon cátedras episcopales, cardenalicias e incluso papales, entre ellos Nicolás IV (Jeronimo Masci, 1288-1292), Alejandro V (Pitros Philargis, 1409-1410), Sixto IV (Francisco della Rovere1471-1484), Sixto V (Félix Peretti de Montalto, 1585-1590) y Clemente XIV (Lorenzo Ganganelli, 1769-1774). Los franciscanos conventuales constituyeron el tronco original de la Orden, del que brotaron las distintas ramas reformadas. En 1250, el papa Inocencio IV buscó tutelar la labor pastoral de los Hermanos Menores, declarando conventuales sus iglesias, es decir, dándoles la misma prerrogativa que las colegiatas. Los frailes, sin embargo, no recibieron tal denominación hasta la segunda mitad del siglo XIV, para distinguirlos de aquellos que se retiraban a ermitas, en busca de una observancia más fiel de la Regla. En 1517 León X  dividió la orden en dos grupos: conventuales, autorizados a poseer bienes comunales, y observantes, quienes seguían los preceptos de Francisco lo más literalmente posible, que se convirtieron en la rama principal de la Orden. En España, los frailes Conventuales o Claustrales fueron suprimidos, a instancias de los Observantes, por los Reyes Católicos a principios del siglo XVI, y por Felipe II en 1568. A comienzos del siglo XVI se formó una tercera comunidad franciscana, los capuchinos.
Los franciscanos pasaron a América en el primer viaje de Colón. Se establecieron en la isla de La Española en 1500. Los franciscanos fueron también los primeros en llegar al continente, a Tierra Firme, en 1524, y se extendieron por el virreinato de Nueva España y el virreinato del Perú a partir de 1541. La orden franciscana llegó a Perú poco después de la muerte de Atahualpa. El primer franciscano en arribar fue Marcos de Niza, y poco después Jodoco Ricke, Pedro Gosseal y Pedro RodeñasEl primer convento de la orden en los Andes se fundó en Quito en 1533, el segundo convento se creó en Lima. Para 1548, los franciscanos también se habían establecido en Trujillo y Cuzco. En 1542 llegó una misión conformada por doce franciscanos, originando la provincia peruana de los Doce Apóstoles. Los miembros de la orden franciscana se dedicaron a misiones populares, conviviendo con los indios y buscando enseñar con el ejemplo. Fray Luis Jerónimo de Oré escribió el Símbolo católico indiano en 1588, que incluye una gramática en quechua y aimara, una descripción geográfica del Perú y un estudio sobre las costumbres antiguas, en un intento de acercarse a las poblaciones autóctonas. Oré también escribió un ritual de oraciones en lenguas nativas.
La orden franciscana había producido en el siglo XIII el movimiento de los fraticelli. Estos grupos terminaron por separarse de los franciscanos durante los siglos XIV y XV, manteniendo opiniones extremas respecto a la pobreza. Uno de los primeros grupos divergentes, denominados franciscanos celestinos, celantes o espirituales, practicaban un ascetismo riguroso. Fueron partidarios de una pobreza radical, sin interpretaciones pontificias, hasta el extremo de acusar a la Orden de relajación en el Concilio de Vienne (1311-1312) y de negar al Papa el derecho a interpretar la Regla. Fue por ese motivo que el grupo fue acusado de herejía y la orden fue suprimida por el Juan XXII en 1317. Como respuesta, los espirituales declararon que eran la única católica verdadera, dando a entender que el resto de la Iglesia era hereje y que las bulas papales no tenían valor. Los fraticelli continuaron sus actividades durante todo el siglo XIV, a pesar de las medidas dictadas contra de ellos. En el siglo XV el movimiento desapareció. En el siglo XVI, el milenarismo habría pasado a América con los misioneros franciscanos.
La orden dominica se formó para hacer frente a la herejía cátara. Domingo de Guzmán fue encargado por Diego de Acevedo para tratar la conversión de los herejes en el sur de Francia. En 1206 organizó un grupo de predicadores que vivía en la pobreza, sin criados ni posesiones, para intentar la conversión de los cátaros aunque finalmente fracasaron. Domingo de Guzmán, decidido a persistir, se estableció en Toulouse, donde fundó un monasterio femenino en Prohuille. En 1215 organizó la primera comunidad con 16 hermanos predicadores, sometidos a la regla de san Agustín, dispuestos a vivir una espiritualidad monástica y apostólica al mismo tiempo. Este fue un rasgo novedoso: los monjes no predicaban sino que se recluían en monasterios. La instrucción en la fe era desarrollada por los obispos, pero ellos eran antes señores de sus siervos que pastores de su grey. Los dominicos se dedicaron al estudio y la prédica, desarrollados dentro la pobreza mendicante. Su objetivo fue luchar contra las herejías de aquel tiempo, por medio de la predica, la enseñanza y el ejemplo de austeridad. De acuerdo con el propósito de su fundación, los dominicos desarrollaron una labor intensa como predicadores y se enfrentaron a cualquier variación en las enseñanzas de la Iglesia católica. 
La nueva orden fue aprobada por el papa Honorio III en 1216. Pocos años después, santo Domingo envió a los predicadores a París y Bolonia, donde se encontraban las dos principales universidades de la cristiandad. Los más renombrados teólogos cristianos fueron dominicos: Tomás de Aquino, Alberto Magno, Meister Eckart y Vicente FerrerLos dominicos llegaron a ser la segunda comunidad masculina en números, después de los franciscanos.
Los padres dominicos vivían de la limosna, rechazaban las rentas fijas y los bienes raíces. La Orden de Predicadores buscaba estar en medio de la gente, para enseñar y guiar. Solían establecer sus casas en las ciudades universitarias, las sedes episcopales y los centros comerciales principales. Santo Domingo deseaba que los miembros de la Orden tuvieran una formación teológica sólida y adecuada para la enseñanza universitaria, la controversia y el convencimiento. La devoción dominicana era una devoción por la palabra, no solo dicha sino también escuchada. Los predicadores sabían para aprender era necesario entender, y para entender era necesario escuchar. A consecuencia de los desmanes cometidos durante la represión de la herejía albigense, el concilio de Toulouse (1229) creó el Tribunal de la Inquisición. La Inquisición se encomendó a la orden dominicana, conformándose un tribunal permanente que actuaba en concordancia con el obispo de la región infectada por la herejía, por ello se la denominaba Inquisición Pontificia. La notable preparación teológica de los dominicos hizo que se les encargara la organización de la Inquisición, en 1231. Los más famosos inquisidores, Bernardo Gui y Tomás de Torquemada fueron dominicos.
Tras el periodo de decadencia que afectó a todas las órdenes religiosas en el siglo XIV, los dominicos se reformaron en el siglo XV, y tuvieron su edad de oro intelectual en el siglo XVI, en el Convento de San Esteban de Salamanca, donde se forjó la Escuela de Salamanca.
España en el siglo XVI fue la cabeza del pensamiento europeo. España guiaba a la cristiandad con las reflexiones de los teólogos de la Escuela de Salamanca: Francisco de Victoria, Melchor Cano, Domingo de Soto, Pedro de Sotomayor, Mancio de Corpore Christi, Bartolomé de Medina, Juan Gil de Nava, Juan de la Peña, Juan de Guevara y Domingo Báñez.
Santo Domingo había organizado a la Orden de Predicadores en provincias, cinco originalmente: España, Provenza, Francia, Lombardía y Roma. Al frente de cada provincia estaba un prior provincial y a este se le subordinaban los priores conventuales. El jefe máximo de la Orden era el Maestro General, que fijó su residencia en Roma. La Orden de Predicadores fue la primera que contó con un gobierno centralizado y desde su fundación apoyó a la monarquía papal. Domingo de Guzmán exaltó el amor a la autoridad de la Iglesia, maestra y guía del pueblo cristiano. La Orden se puso al servicio del Papa y el Papa les encargó la lucha contra la herejía a través de la Inquisición.
Al comenzar el siglo XVI existían en la península ibérica tres provincias dominicas: España, Aragón y Portugal. En España la Orden había establecido conventos en las principales ciudades universitarias: San Esteban en Salamanca y San Pablo en Valladolid. Este esta última ciudad se había inaugurado el colegio de San Gregorio, de gran prestigio, aunque la Orden seguía mandando a sus mejores alumnos a la universidad de París. Sin embargo, tras el cisma religioso de 1517, Salamanca e convirtió en el principal centro católico de formación teológica. El colegio de San Gregorio tomó la posta del convento dominico de Saint Jacques de París. Los mejores iban a estudiar a San Gregorio para luego enseñar en Salamanca.
El cisma religioso se desarrolló en una cristiandad desorientada doctrinalmente. Lutero anotaba correctamente que la Iglesia católica no estaba en condiciones de enseñar la verdadera doctrina a los fieles, no solo por la inmoralidad de la vida del común de los sacerdotes sino por la ignorancia en temas de fe de la mayoría de los religiosos. No bastaba con que el Papa y los obispos dejaran de llevar una vida licenciosa porque ya hace mucho tiempo que la Iglesia había perdido la verdadera doctrina y había caído en la herejía. Los protestantes no se separaron de los católicos por un tema de costumbres sino de doctrina.
La Iglesia católica definió su doctrina en el concilio de Trento. Los teólogos españoles de Salamanca tuvieron una participación principal en él. A diferencia de los luteranos, la Iglesia no pretendía que los fieles supieran toda la Sagrada Escritura, sino lo fundamental de ella, aquello que le permite a uno reconocerse como cristiano. La Iglesia nos señalaba cual era ese núcleo fundamental de enseñanzas. La Iglesia no era simplemente una institución humana sino que había sido establecida por el mismo Salvador como una vía de transmisión de la verdad, de la doctrina cristiana. No cabía entonces la oposición entre la enseñanza bíblica y la enseñanza eclesiástica, porque ambas remitían a la misma verdad salvífica. 
La sociedad española del siglo XVI estaba formada por santos y pecadores, nobles y villanos, ricos y pobres. Pero todos compartían cierta visión del hombre y de la sociedad, del reino. La relación del rey y el reino no podía ser arbitraria, el rey no podía gobernar a su capricho, sino con justicia. El rey debía administrar el reino sabiamente, distribuyendo los cargos y las cargas buscando el beneficio público. El humanismo español, las enseñanzas de la escuela salmantina, exaltaba la dignidad humana, entendida dentro del derecho de las gentes y del respeto a la autoridad, no a la arbitrariedad de la autoridad sino a su justicia, modelada a imagen del gobierno divino. El estudio de la divinidad era la teología, que se desarrollaba bajo la luz de la revelación pero con la guía de la razón. La revelación se había presentado tanto en las Sagradas Escrituras como en la Tradición de la Iglesia. De ambas fuentes debía nutrirse la teología para comprender el mensaje divino. Debía aplicarse la razón para entender la palabra divina que resonaba en la Iglesia.
Pese a que la razón era una herramienta indispensable para la teología, la razón debe quedar sometida a la revelación divina. La orden dominica en general y la escuela salmantina en especial basaban su enseñanza en la comprensión de las posibilidades y los límites de la razón. Para ellas el entendimiento del mensaje divino requería una constante y laboriosa indagación de su sentido.
La orden se encargó de la Evangelización de América, destacando en la defensa de los derechos de los naturales Bartolomé de las CasasAntonio de MontesinosPedro de CórdobaLuis BeltránEn el siglo XVI la orden dominica era la congregación más poderosa e influyente en Europa.
La Compañía de Jesús fue fundada por san Ignacio de Loyola en 1534 y confirmada oficialmente por el papa Pablo III en 1540. Su objetivo fue  difundir la fe católica por medio de la predicación y la educación. La Compañía creció rápidamente y tuvo un papel decisivo durante la Contrarreforma, fundando escuelas y centros de estudios superiores en toda Europa. La educación jesuítica se enfocó a fortalecer la fe católica frente a la expansión del protestantismo.
La Compañía llegó al Nuevo Mundo en 1566, a La Florida y Perú, y en 1572 llegó a Nueva España. Emprendieron la evangelización del continente. La actividad misionera de los jesuitas fue muy exitosa. En todo el Nuevo Mundo fundaron reducciones, siendo las más famosas las de Paraguay y las misiones de Sonora y Sinaloa en el norte de México. Eran comunidades de indígenas, gobernadas por los jesuitas. Por 200 años los jesuitas controlaron una población de 160.000 personas.
Los franciscanos fueron la orden religiosa más nutrida establecida en los nuevos territorios durante el siglo XVI, con un total de 2782. Claramente el cristianismo americano empezó siendo franciscano. La segunda orden religiosa en número fue la Orden dominica, con 1579. Los jesuitas fueron una minoría, apenas 133. Entre estos religiosos había quienes tenían esperanzas en la realización del milenio tras el descubrimiento de América.
Se ha planteado la existencia de movimientos inconformistas que sostenían la nulidad de la Conquista. Se ha sugerido que había divergencias en el interior de las órdenes religiosas. Habría existido un grupo de religiosos rigurosos que respetaban a la Inquisición, obedecían a la jerarquía española y buscaban la evangelización imponiéndose a las culturas indias; y otro grupo, como los celantes, que anhelaban reconstruir la iglesia primitiva en el Nuevo Mundo.
El Virrey Francisco de Toledo habría ejercido presión sobre la acción evangelizadora de las órdenes religiosas, en particular sobre la Compañía de Jesús. En el asentamiento minero de Potosí, los indios mineros habían logrado hacerse de cantidades considerables de plata para venderla en el mercado de Potosí. Sin embargo los jesuitas, llegados en 1576, protestaron declarando que los indios vendían metal robado, y cuestionaron el sistema económico implantado por Toledo. Por esto fueron expulsados de Potosí el 1578. En 1576 el Padre Luis López fue acusado de herejía, apostasía y crimen de lesa majestad, al haber redactado un manuscrito en el cual atacaba duramente al Rey y a su administración y cuestionaba los justos títulos del monarca a poseer el Perú.  Se ha atribuido a jesuitas como Blas Valera, Martin de Funes, el Padre Torres y Luis López el proyecto de fundar un reino indígena, libre del control de los conquistadores. Las Reducciones de Paraguay fueron el resultado de estos intentos autonomistas.
La introducción del cristianismo produjo un sincretismo religioso y cultural, manifestado ya desde el apostolado franciscano en México. Los franciscanos entendían que solo el conocimiento del mundo prehispánico podía brindar los parámetros necesarios para la evangelización. El punto de partida obligatorio fue el empleo de las lenguas vernáculas para triunfar en la labor misionera. Los misioneros no se limitaron al aprendizaje de los idiomas nativos, sino que registraron sus experiencias lingüísticas en obras escritas, gramáticas y vocabularios. También confeccionaron obras en lenguas nativas para la divulgación de los preceptos religiosos cristianos y como método para la conversión de los naturales, tales como catecismos, confesionarios y sermonarios. Desarrollaron un sistema de culto cristiano que asimiló formas autóctonas. Los religiosos intentaron abarcar a todos los aspectos de la vida indígena: relaciones familiares y sociales, métodos de trabajo, actividades, vida privada y comunitaria. Sacralizaron el calendario indígena con fiestas cristianas, con procesiones, teatro y música. Todos estos instrumentos servían para transmitir el mensaje evangélico, que al hacer partícipes a los propios indios les permitía apropiarse de las creencias cristianos. Durante el siglo XVI las formas prehispánicas fueron dotadas de un contenido cristiano, originando un sincretismo religioso, que asimilaba a la Pachamama, la madre tierra, con la Virgen María y Cristo Crucificado con Pachacamac, el dios de los temblores. Este cristianismo enmascaraba prácticas idolátricas y hacía posible la supervivencia de la religión prehispánica. La separación entre la idolatría y el cristianismo sincrético era muy tenue, provocando un debate entre los propios religiosos sobre la metodología empleada. Al final la jerarquía eclesiástica americana empleó esta falta de definición para promover la secularización de las doctrinas de las órdenes religiosas. Este proceso comenzó a finales del siglo XVI y se intensificó durante los siglos XVII y XVIII.
La población indígena vivía en asentamientos rurales dispersos, en un modelo de ocupación espacial que ha sido denominado “archipiélago”. En este modelo un núcleo establecía relaciones a distancia, articuladas política, administrativa, económica y religiosamente. Este modelo disperso fue remplazado por los colonizadores por las reducciones de indios. Los religiosos tomar parte activa en la organización de las reducciones indígenas, convencidos de que solamente a través de la concentración de la población era posible su evangelización.
Los pueblos de indios, preexistentes o resultado de las reducciones, tuvieron su centro en la plaza en cuyos lados se establecieron las instituciones de poder colonia: la iglesia, el cabildo (controlado por la élite colonizadora local) y la casa del corregidor o la cárcel. El espacio público, constituido por la plaza, se articulaba con el espacio sagrado, representado por el templo, estableciendo un centro simbólico, funcional y ceremonial, para la comunidad nativa. Los templos. Construidos con atrios amplios y abiertos debían ser espacios ideales para la evangelización. Los atrios permitían las diferentes actividades que requería la cristianización de la población, cumpliendo funciones litúrgicas, educativas, comunales y recreativas. En los conventos levantados por las órdenes mendicantes en Nueva España se dio forma a una arquitectura de la evangelización que se difundió por todo el continente.
El convento misional estaba formado por tres sectores en los que relacionan concepciones litúrgicas occidentales y culturales americanas. En el atrio persistió el centro ceremonial indígena, noción reforzada aun más cuando el templo se levantaba sobre una estructura prehispánica. En el centro del atrio se encuentra una cruz de piedra que marca el espacio sagrado. En la liturgia, el atrio constituía las naves y la capilla, como una gran iglesia a cielo abierto, dedicada a los naturales. Las capillas posas, localizadas en las esquinas de la barda atrial, se integran al uso sagrado del espacio, funcionado como estaciones en las procesiones que se celebraban en su interior. En este recinto se educaba a los indios en la doctrina cristiana, distribuidos en las parcialidades o barrios en los que se dividían las poblaciones nativas, usualmente cuatro. Al asimilar las nociones espaciales autóctonas los sacerdotes intentaban arraigar el cristianismo en la mente de los indígenas.
Mientras que el atrio era el resultado del sincretismo religioso, el convento reproducía un modelo espacial y funcional europeos. El templo de las órdenes mendicante característicamente posee una sola nave con contrafuertes exteriores, orientado de Este a Oeste, sin crucero. El presbiterio podía ser poligonal o rectangular, resaltado mediante arcos triunfales y una pavimentación elevada por escalinatas al nivel de la nave. A los pies se sitúa el coro, que puede elevarse sobre estructuras lignarias o sobre una bóveda de crucería. La tercera sección conventual estaba formada por la portería, el claustro, las celdas, el refectorio, la sala de profundis, oficinas, biblioteca, noviciado y caballerizas. Destacaban los claustros, normalmente doblados, con arcos de medio punto, techos tramados de madera y amplios muros, cubiertos por pintura. En las pinturas murales se encontraban elementos que revelaban la participación de artesanos indígenas, formados en los talleres y escuelas fundados por los mismos frailes. Los escultores que decoraron las fachadas de las iglesias mendicantes seguían profesando una tradición prehispánica, mientras que los pintores emplearon una gama cromática autóctona. Las técnicas artísticas autóctonas se mezclaron con las europeas constituyendo un estilo propiamente americano, el barroco de Indias. Las capillas abiertas no se quedaron en los atrios de las iglesias, sino que se extendieron a las plazas públicas. Los Niños Jesús cuzqueños y la Virgen del Rosario de Pomata se revistieron de atributos incas.
Las órdenes religiosas misioneras se adaptaron a la cosmovisión y adoptaron la iconografía indígena como una estrategia en el proceso evangelizador. Fue su sincretismo religioso y cultural el que dio una identidad propia a la iglesia americana.
La Orden de la Santísima Virgen María de la Merced de la Redención de los Cautivos, fundada oficialmente el 10 de agosto de 1218 y confirmada por el papa Gregorio IX en 1235, se formó a partir de una asociación creada en 1203 por san Pedro Nolasco, con la ayuda de san Raimundo de Peñafort, para socorrer y rescatar a los cristianos cautivos de los infieles. Originalmente no había sacerdotes dentro de la orden, a partir del siglo XIV se clericalizó. Los mercedarios pasaron a América desde el segundo viaje de Colón.
No se ha descrito el derrotero de los místicos y los herejes para llegar a Perú. En el caso de España, la mística se desarrolló por influencia de los árabes. Los más destacados de estos místicos fueron Ibn Arabi e Ibn al Farid. Ibn Arabi fue el primer filósofo musulmán que trató el sufismo. Los españoles aprendieron de la mística árabe durante largo tiempo. Los ejemplos más destacados fueron Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz. En el caso de Perú no se ha establecido cuál fue el tiempo de aprendizaje de la mística.

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