Alberto Flores Galindo vivía entre dos tradiciones filosóficas que no habían conseguido fusionarse y a veces ni siquiera convivir: el idealismo y el materialismo.
Flores Galindo no era un devoto del progreso ni de la modernidad, no creía en la transformación occidental y capitalista del mundo andino. No quiso convertir su labor de historiador en un trabajo especializado, segregado de los esfuerzos cotidianos de la gente de pie. Flores Galindo recusó la aceptación del mundo tal como existe, tal como la utopía andina lo había hecho, porque entendía que este proceso establecido después de la Conquista era la negación organizada y sistemática de todos los logros de la civilización andina.
Flores planteó que identidad y utopía eran dos dimensiones del mismo problema. La identidad no era un hecho natural sino una construcción. La utopía requería el descubrimiento de una otredad. Ella surgió del esfuerzo del hombre andino para entender el cataclismo de la Conquista, para comprender a quienes lo vencieron y entenderse a sí mismos.
En la década de 1980 Flores Galindo se convirtió en el historiador más audaz. Había continuado el trabajo de demolición de la identidad nacional espuria iniciado por Heraclio Bonilla y Karen Spalding con La Independencia en el Perú. Su crítica de la sociedad oligárquica sintonizaba muy bien con el clima de rebeldía y violencia de los '70 y los '80. La oposición contra el orden establecido, contra la dominación de los dueños del país, que trataba al resto de los peruanos como criados y siervos. Quería ver al país desde fuera de ese orden y quería verlo fuera de ese orden. La crítica de Flores contra la sociedad peruana se presentaba como radical porque se dirigía a las raíces del país, al momento en que establecido. También había cierta ambigüedad en sus definiciones. Las raíces del país estaban tanto en la Conquista española como en la Independencia criolla. Flores vivió la tradición radical y contestataria de los sesenta y fue crítico tanto de la sociedad capitalismo como del marxismo ortodoxo.
En la década de 1980 Flores Galindo se convirtió en el historiador más audaz. Había continuado el trabajo de demolición de la identidad nacional espuria iniciado por Heraclio Bonilla y Karen Spalding con La Independencia en el Perú. Su crítica de la sociedad oligárquica sintonizaba muy bien con el clima de rebeldía y violencia de los '70 y los '80. La oposición contra el orden establecido, contra la dominación de los dueños del país, que trataba al resto de los peruanos como criados y siervos. Quería ver al país desde fuera de ese orden y quería verlo fuera de ese orden. La crítica de Flores contra la sociedad peruana se presentaba como radical porque se dirigía a las raíces del país, al momento en que establecido. También había cierta ambigüedad en sus definiciones. Las raíces del país estaban tanto en la Conquista española como en la Independencia criolla. Flores vivió la tradición radical y contestataria de los sesenta y fue crítico tanto de la sociedad capitalismo como del marxismo ortodoxo.
Las relaciones entre las clases creadas por la Conquista, colonizadores y colonizados, se caracterizaron por la violencia y el sometimiento. La Corona identificó a los sometidos como indios y castas, y los incitaron a mostrar menosprecio, desconfianza y agresividad mutuos. La utopía andina enfrentó esta realidad, buscando una alternativa en el encuentro entre la memoria y lo imaginario. La utopía de Flores era tanto una crítica social era al mismo tiempo una teoría de la liberación.
Flores no dio una definición estricta de la memoria, ya que pensaba que esas definiciones establecidas a priori limitaban la capacidad de comprender el proceso estudiado. El había renunciado a ser un historiador académico. Académico en el sentido de la Academia Nacional de la Historia, una entidad del Estado encargada de transmitir la versión oficial del pasado. El busco una versión diferente y asombrosa del pasado y la encontró en la imaginación de la sociedad incaica por los hombres andinos posteriores a la Conquista. Quiso encontrar en la reedificación del pasado la solución a los problemas de identidad. Buscando un Inca está escrito con una intención dramática. Flores organizó la narración para convencernos de una verdad esencial: que estamos buscando una alterativa a la sociedad actual.
El encuentro con Occidente fue para el mundo andino el inicio del caos de su historia y de las historias que confluyeron en el territorio andino: los españoles trajeron el cristianismo medieval, pero también el catolicismo tridentino, más tarde las ideas de la Europa barroca y la Ilustración. A estos elementos sumaron la participación de nuevos grupos humanos: negros, otros europeos, chinos, etc. Los occidentales impusieron sus ideas a los hombres andinos. Ellos tuvieron que organizar este caos y formar un nuevo horizonte, crear un nuevo espacio para que la vida pudiera cumplirse. Flores Galindo se sentía él mismo un hombre andino embarcado en la creación de un mito. La utopía andina terminó siendo la imaginación de una historia posible y de mundos posibles. En ese sentido la historia se volvía inagotable porque era desconocida. La tentación de dar nombre o nombres a esto inagotable y desconocido fue el anhelo existencial de Flores. Ya no se trataba solamente de recorrer el país conocido y de señalar el lugar de cada cosa en él. Porque así el país resultaba una isla, rodeada por un océano desconocido y de niebla que engaña constantemente nuestras esperanzas, vista así la historia del país no conducía a ningún fin. Ese fue el mundo que Flores describió en Aristocracia y Plebe. Cuando no se imaginan las posibilidades de la historia se permanece en esa isla. El océano de las cosas que no ocurrieron queda alrededor nuestro. Ese mundo que nos rodeaba era para Flores la utopía andina. Ella era la esencia de la realidad del Perú, su más íntimo deseo. Hacia él debía dirigirse el país. El renunció a caminar en linea recta para poder mostrar la vastedad del horizonte.
Flores no dio una definición estricta de la memoria, ya que pensaba que esas definiciones establecidas a priori limitaban la capacidad de comprender el proceso estudiado. El había renunciado a ser un historiador académico. Académico en el sentido de la Academia Nacional de la Historia, una entidad del Estado encargada de transmitir la versión oficial del pasado. El busco una versión diferente y asombrosa del pasado y la encontró en la imaginación de la sociedad incaica por los hombres andinos posteriores a la Conquista. Quiso encontrar en la reedificación del pasado la solución a los problemas de identidad. Buscando un Inca está escrito con una intención dramática. Flores organizó la narración para convencernos de una verdad esencial: que estamos buscando una alterativa a la sociedad actual.
El encuentro con Occidente fue para el mundo andino el inicio del caos de su historia y de las historias que confluyeron en el territorio andino: los españoles trajeron el cristianismo medieval, pero también el catolicismo tridentino, más tarde las ideas de la Europa barroca y la Ilustración. A estos elementos sumaron la participación de nuevos grupos humanos: negros, otros europeos, chinos, etc. Los occidentales impusieron sus ideas a los hombres andinos. Ellos tuvieron que organizar este caos y formar un nuevo horizonte, crear un nuevo espacio para que la vida pudiera cumplirse. Flores Galindo se sentía él mismo un hombre andino embarcado en la creación de un mito. La utopía andina terminó siendo la imaginación de una historia posible y de mundos posibles. En ese sentido la historia se volvía inagotable porque era desconocida. La tentación de dar nombre o nombres a esto inagotable y desconocido fue el anhelo existencial de Flores. Ya no se trataba solamente de recorrer el país conocido y de señalar el lugar de cada cosa en él. Porque así el país resultaba una isla, rodeada por un océano desconocido y de niebla que engaña constantemente nuestras esperanzas, vista así la historia del país no conducía a ningún fin. Ese fue el mundo que Flores describió en Aristocracia y Plebe. Cuando no se imaginan las posibilidades de la historia se permanece en esa isla. El océano de las cosas que no ocurrieron queda alrededor nuestro. Ese mundo que nos rodeaba era para Flores la utopía andina. Ella era la esencia de la realidad del Perú, su más íntimo deseo. Hacia él debía dirigirse el país. El renunció a caminar en linea recta para poder mostrar la vastedad del horizonte.
La palabra andino no fue empleada por Flores como un término rígido, sino con un significado muy amplio. Lo andino era lo previo a la Conquista española, pero también era los impulsos que habían subsistido en las poblaciones sometidas a la civilización occidental. Flores usaba la palabra tanto en un sentido histórico-cultural y antropológico como teleológico y metafísico. Lo andino era lo originario del peruano, la esencia última de su ser, pero también era una decisión, una elección, que resultaba de una experiencia fundamental, la confrontación con Occidente. Lo andino poseyó tanto un sentido autónomo como un sentido heterónimo.
La utopía andina era la fuerza que permitía a los hombres andinos soportar una realidad opresiva. Flores casi la percibía como un mandato biológico de supervivencia. La utopía andina era tanto una felicidad nunca conocida y un desencanto que crecía hasta volverse horroroso. Lo horroroso era tanto la pérdida de la felicidad, la opresiva realidad cotidiana, la barbarie en la que se sumió el mundo andino después de la Conquista como la ilusión del cambio que animaba a Mariátegui y a Arguedas. Para los que miraban al Perú desde fuera de la utopía andina, para los partidarios de la versión occidental del país, ella era horrorosa. Para los que miraban al Perú desde la utopía andina, la realidad cotidiana era horrorosa. La vida del país se movía entre ambas posibilidades, pero este movimiento era un desgarramiento. Para la gente sin esperanza de nuestro país, la utopía andina era el cuestionar de una historia que los ha convertido en marginales. La utopía negaba el engaño de la modernidad y del progreso, la ilusión del desarrollo entendida como la occidentalización del país. Flores Galindo terminó su libro asegurando que no consideraba a la utopía andina necesariamente válida ni como una alternativa viable a nuestro presente, sino como proyecto postulado por personas por quienes sentía simpatía. Afirmaba que la tesis de su libro no era la búsqueda de un inca, sino la necesidad de una utopía que, sustentándose en el pasado, estuviese abierta al futuro, para así poder repensar el socialismo en el Perú y crear una sociedad justa e inclusiva. Para Flores lo andino era seductor y amenazante a la vez. Flores Galindo se encontraba en la situación de Odiseo, atado al mástil para poder escuchar el canto de las sirenas, pero incapaz de seguirlas a donde ellas le llamaban. Flores, al igual que Mariátegui o que Arguedas, encarnó una etapa de la conciencia de la utopía andina. Cuando uno se confronta con la voluntad de vida de la gente descubre en que medida esta voluntad de vida goza de capacidad inventiva en el terreno de la cultura. Para vivir los hombres se entregan a sus ilusiones. Unos escogen el arte, otros escogen el consuelo de las religiones, otros se entregan al placer del conocimiento y se dejan engañar por la ilusión de que el conocimiento pude reparar las imperfecciones de la existencia. Esta ilusión en el Perú fue la utopía andina. Ella fue vivida de estas tres formas. Garcilaso fue el primero en engañarse por la ilusión del conocimiento y Flores Galindo pudo haber hecho lo mismo. La tradición occidental dio a Flores las ideas de democracia, justicia e igualdad. Con ellas Flores quería compensar a la gente andina tan maltratada por la historia desde la Conquista, por la forma injusta en que Occidente había escogido relacionarse con el mundo andino. Buscaba terminar con el hecho de que existiesen hombres explotados y despreciados. Para Flores el futuro comenzaba con la victoria del conocimiento optimista, el encuentro fructífero del socialismo y la utopía andina.
El afirmaba que el imperio incaico era percibido como una imagen invertida de la realidad del país. La imagen difundida del imperio incaico era la de una sociedad equitativa, en la que no existía hambre ni injusticia. Sin embargo, el imperio incaico se había derrumbado al primer contacto con Occidente. El sentimiento trágico fundamental para la utopía andina residía en la valerosa afirmación a pesar de todo lo ocurrido, a pesar de la fragilidad que el mundo andino había demostrado. Con su libro, Flores Galindo buscaba llevar la utopía andina a la luz del conocimiento. Sin embargo, la reacción de los historiadores profesionales no fue la mejor y el libro no tuvo sucesores. La crítica social peruana seguía debatiéndose entre los senderos marcados por el indigenismo, y las posturas intelectuales se dividían entre puros y sociales o, entre evadidos y telúricos. Había un grupo de historiadores que apoyaba la controvertida crítica vargasllosiana al indigenismo en la obra de José María Arguedas y otro que sostenia la legitimidad de los reclamos a favor de una sociedad peruana plural, múltiple y heterogénea, surgida de la fractura histórico-simbólica que fue la Conquista española.
.. quizás en el Perú, se vive alternativamente en diferentes momentos históricos, la necesidad de mirar al pasado, más allá del siglo XVI, tratar de entender lo que fue el pasado más lejano del Perú moderno. (Mesa redonda: la utopía andina. Publicado en Utopía. Revistas de política y cultura. Lima. Ano I Nº 1. Enero de 1990, reproducido en Kapsoli: Modernidad y tradición, p. 228)
Flores planteó que había ocurrido una destrucción de la fuerza vital del mundo andino por la acción de la historia, pero creía en el poder del pasado para invertir el resultado. Buscando un inca tenía como propósito central hacer una historia en donde los principales actores fuesen las clases subalternas.
La biografía de la utopía andina no está al margen de la lucha de clases.
Buscó que el proceso de la historia se volviese contra la historia misma. Este papel lo cumplía la utopía andina. La utopía andina fue creada en el siglo XVI, pero no como una prolongación del pensamiento andino prehispánico. Los vencidos, los hombres andinos, se apropiaron de las formas introducidas por los vencedores para otorgarles un contenido nuevo. En ese sentido, el primer vencido que se apropió de una forma occidental fue Garcilaso, que escribió una historia utópica. Mediante la utopía andina, los hombres andinos podían romper el poder la historia a través de su propio saber histórico. La utopía andina resolvía el problema de la distopía andina. La historia en Flores Galindo más que nunca era crítica.
Este tema de la utopía andina se puede ubicar en el interior de la preocupación mayor acerca del mundo andino, de la cultura andina (Mesa redonda: la utopía andina. Publicado en Utopía. Revistas de política y cultura. Lima. Ano I Nº 1. Enero de 1990, reproducido en Kapsoli: Modernidad y tradición, p. 227)
Flores hablaba de un cristianismo ortodoxo en el siglo XVI, pero era conciente que el siglo XVI también vivió el cisma de la Reforma, y que la ortodoxia católica se estableció después del concilio de Trento. Flores hacía convivir al mismo tiempo acontecimientos que no habían sido simultáneos. Los españoles que llegaron con Pizarro no podían haber visto el problema de la ortodoxia, sino el de la expansión de la fe. Se podía decir que Flores pensaba que los españoles siempre estaban llegando a Perú. Por ello el pasado era presente en Perú y la utopía andina asumía la constante actualización de la Conquista española.
Flores afirmaba que las definiciones solo quedaban completas al final. Entonces se puede sostener que el tenía varias definiciones de la utopía andina, tanto la del fenómeno que quería describir como la de sus propias esperanzas. Esto quedaba más claro cuando afirmaba que la utopía andina era un esfuerzo por entender el pasado o por ofrecer una alternativa al presente, pero era también un intento por vislumbrar el futuro. Ese futuro ya se había establecido: el fin del tiempo de los mistis y el inicio de una nueva edad.
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