viernes, 22 de abril de 2011

La creación de una utopía

¿Qué soy? Un hombre civilizado que no ha dejado de ser, en la médula un indígena del Perú; indígena, no indio. Y así, he caminado por las calles de París y de Roma, de Berlín y de Buenos Aires. Y quienes me oyeron cantar, han escuchado melodías absolutamente desconocidas, de gran belleza y con un mensaje original. La barbarie es una palabra que inventaron los europeos cuando estaban muy seguros de que ellos eran superiores a los hombres de otras razas y de otros continentes 'recién descubiertos' (José María Arguedas)
La muerte del último de los incas de Vilcabamba por orden del Virrey Toledo ha sido vista como el punto de partida del mito de Inkarri. Para Flores Galindo la recreación de este hecho histórico como un mito fundacional fue el inicio de la construcción de nuestra identidad.
La construcción de esta identidad se originó a partir de la confrontación de los hombres andinos con los hombres occidentales. Flores entendió esta confrontación como un tinkuy, como un conflicto simbólico. El tinkuy primordial ocurrió tanto en los hechos de la Conquista y la colonización como en las palabras, en las obras de Garcilaso o de Guaman Poma. Flores Galindo retomó su esfuerzo y emprendió un proyecto de construcción de identidades como los que se habían trazado estos cronistas o, más recientemente Arguedas y Scorza. En su obra emprendió la creación de una nueva y completa mitología para el país.
La idea había nacido a partir de la necesidad de redención que había animado a buena parte de la literatura y de la historiografía peruana del siglo XX. Flores sabía también que para desarrollar esta nueva mitología, debía crear una historia a partir de la cual pudiera crecer un futuro. Este tema ya lo había perseguido desde Aristocracia y plebe y con Buscando un inca pensaba dar forma escrita a sus esperanzas.
Flores llamó a sus esperanzas utopía andina. Alguien ha afirmado que la propensión a soñar con paraísos perdidos es propia de los pueblos arcaicos y reacios al progreso, tal como las tribus salvajes de la Amazonía que buscan la "tierra sin mal", pero las ilusiones utópicas no son privativas de los pueblos atrazados, sino que se encuentran en culturas diferentes por todo el mundo: La filosofía occidental, el taoismo, el budismo Theravada y la mística musulmana están impregnadas de vocación utópica.
Flores y otros antes que él inventaron la utopía andina. Inventar significa imaginar, idear, crear. Inventamos cuentos e inventamos herramientas. Flores quiso conservar esta dualidad de la invención como lo soñado y lo construido. 
El deseo de crear una mitología ha aparecido en distintas tradiciones nacionales. Las narraciones históricas nacionales fueron creadas para sus comunidades nacionales. Flores Galindo, inspirado por los trabajos de Le Goff y continuando la búsqueda iniciada por Arguedas, trató de construir un clima cultural que caracterizara al Perú. Al igual que en el caso de Arguedas, a partir de la descripción de las circunstancias externas de la vida de Flores solamente se puede lograr una explicación superficial de los orígenes del mundo andino tal como él lo pensó. La historia que Flores contaba no podía explicarse simplemente como resultado de influencias intelectuales o de su experiencia personal. Cuando Flores abordó la redacción de Buscando un inca pensaba de una manera más imaginativa y profunda que cualquiera de los historiadores peruanos que le precedieron. Flores, al igual que Arguedas
Estaba convencido de que la imaginación era un camino para comprender a un país tan intrincado como el Perú. (p. 355)
Los intereses de Flores Galindo se dirigieron desde un principio a la sociedad andina y él planteó sus problemas en base a un analisis marxista y a partir de la historia de las mentalidades. Flores intentó demostrar la arbitrariedad de los límites que se habían trazado entre la subjetividad y la objetividad y buscó restaurar la totalidad del pensamiento. La cultura hegemónica occidental había discriminado a las culturas nativas americanas y las había reducido a espacios marginales haciéndolas invisibles ante los ojos del mundo. A pesar de esa discriminación deliberada se han seguido desarrollando —y con notables éxitos— las culturas andinas y amazónicas.
Para lograr su objetivo buscó minar la falsa seguridad del conocimiento de nuestra historia y poner en evidencia las manipulaciones que se habían hecho de la misma. El intentó comprender las épocas a partir de la subjetividad, del mundo interior de los protagonistas de los hechos, de los hombres comunes que los vivieron. No tenía interés en repetir una historia de grandes personajes. Para él los comportamientos y las mentalidades eran parte de la realidad tanto como los fenómenos objetivos. Estaba convencido de que el pensamiento dialéctico demostraría la falsa seguridad que ofrecía el sentido común y el estado de la cuestión tal como se encontraba. Así, su primer criterio racional era la desconfianza con respecto a la autoridad del hecho dado. La autoridad del hecho dado era lo que invocaba la historiografía tradicional como garantía de la verdad de lo que ella sostenía, tal como la representaba del Busto:
La historia es la reconstrucción del pasado como pasado, tal como fue y no como creemos que fue, tal como sucedió y no como quisiéramos que hubiera sucedido. La historia es una ciencia, tiene su método propio y con él busca la verdad. Su materia es lo que ocurrió. Hablar de lo que pudo ser y no fue, es una pérdida de tiempo. (Conquista y virreinato, p. 4)
Para Flores, como para los etnohistoriadores, la realidad descrita en los documentos no era la realidad última. Cualquier descripción que se pudiera encontrar en un documento era parcial y limitada. La realidad no se presentaba de manera clara y no existía garantía contra el error. Siempre habían existido versiones de la realidad entre las que escoger e incluso quienes invocaban la autoridad del hecho dado reconocían que habían realizado una elección:
… para estudiar la conquista del Perú, y escribir la totalidad de este volumen, hemos respetado a las dos corrientes antagónicas: el indigenismo y el hispanismo. Pero sin ningún titubeo hemos preferido el peruanismo porque, además de ser la corriente más serena, es corriente que une y no desune, que hermana y no separa, que hace al Perú más auténtico y, al mismo tiempo, permite hacer esta historia para todos los peruanos. (Conquista y virreinato, p. 5)
Flores también quería hacer un Perú más auténtico y más propio para todos los peruanos. Había empezado planteando que la resistencia de los hombres andinos no terminó con la muerte del último inca de Vilcabamba, sino que esta muerte había sido el punto de partida de un mito fundacional para la construcción de nuestra identidad como peruanos.
El Cusco durante los siglos XVII y XVIII presenció una reivindicación y glorificación del pasado incaico. Durante este mismo siglo XVIII ocurrieron más de cien levantamientos previos a la rebelión de Túpac Amaru. Estos levantamientos fueron rebeliones andinas populares contra el régimen colonial y han sido interpretados como una toma de conciencia nacional india. Esta conciencia nacional india andina se desarrolló como una identidad diferente de la conciencia nacional criolla que daría origen a la Independencia de 1821. Flores afirmaba que las divisiones étnicas que existían previamente a la llegada de los españoles y que hicieron posible la Conquista habían ido disolviéndose durante el Virreinato, de forma que la fragmentación regional fue dejando su lugar a un sentimiento de solidaridad entre los pueblos andinos, que comenzaron a idealizar el pasado incaico en oposición a la opresión en que vivían bajo el dominio hispánico. Sin embargo, en el siglo XVIII las poblaciones andinas no se habían identificado completamente y el régimen colonial había conseguido mantener las divisiones para perpetuar su control sobre la sociedad andina. Pero la definición general que hacían los españoles de los hombres andinos, la definición común de indios, fue creando las bases de la unidad andina. Y los hombres andinos empezaron a soñar con el regreso de un Inca que los liberase del yugo español.
La invasión española puso a los Andes frente a la Modernidad. La Modernidad fue una consecuencia del desarrollo de la civilización occidental y estuvo estrechamente relacionada a las condiciones en que ella evolucionó. No es posible entender la modernidad sin valorar el despertar del mundo urbano medieval desde el siglo XIII ni el clima de debate religioso que se desarrolló durante varios siglos antes de la Reforma, o el desarrollo del capitalismo o la conformación de las naciones-estado europeas. Los españoles venían de un mundo feudal que declinaba y era remplazado por el Antiguo Régimen. La Corona española buscaba convertirse en una monarquía absoluta. La sociedad española era estamental. El poder de las clases dominantes se basaba en sus rentas y privilegios.
Por su parte, la sociedad andina se había desarrollado prácticamente sin intercambio cultural con cualquier otra área. A pesar de ello, la sociedad andina se había diversificado. La invasión occidental redujo a los hombres andinos a la condición común de indios e hizo posible que emergieran factores de cohesión, origen de la identidad y de la utopía. Para Flores establecer una condición significaba tanto producir un efecto como observarlo. Flores sabía que no se había establecido límites precisos para los hombres andinos, ni para aquellos hombres andinos en quienes esperaba que ocurriera esta cohesión. Tampoco estaba claro en qué medida las relaciones establecidas entre los hombres andinos después de la Conquista habían continuado en el Perú actual.
La administración colonial buscó mantener los conflictos entre las poblaciones andinas. La relación entre vencedores y vencidos produjo a los mestizos, un grupo de lealtades inciertas. También formaron parte de la sociedad migrantes africanos y orientales. Estos grupos no lograron fusionarse completamente ni convivir armónicamente. Las relaciones dentro de las clases populares se basaron en el desprecio mutuo, la desconfianza y la agresividad. La utopía andina enfrentó esta realidad reelaborando el pasado para encontrar una solución a los problemas del presente. El encuentro con Occidente trajo el caos al mundo andino y los hombres andinos tuvieron que hallar un nuevo horizonte para recrear la vida. Flores Galindo, a través de la utopía andina, imaginaba todas las historias posibles del Perú. Flores exploraba caminos desconocidos de la historia, no quería transitar solamente el país conocido de la historia oficial. Esa historia oficial engañaba las esperanzas de los hombres andinos y no había conducido al país a ser una sociedad justa e inclusiva. La utopía andina permitió a los hombres andinos sobrevivir a la marginación y la opresión.
La utopía andina brotó entre los marginados de la sociedad, los sin esperanza. La utopía andina podía negar la modernidad y el progreso asociados a la occidentalización del país, ya que entendía que la occidentalización alienaba a los hombres andinos. La irrupción de Occidente en los Andes destruyó el mundo tradicional. Esta irrupción de Occidente ha continuado desde la Conquista española. Pero la occidentalización no ha producido aún una sociedad desarrollada, sino una sociedad alienada. La idea de alienación de Flores Galindo tiene varios significados. La alienación significó para el hombre andino la pérdida del poder para decidir sobre su propio futuro y quedar sometido al control por las instituciones coloniales. También significó la pérdida de sus normas culturales y de sus costumbres. Significó un extrañamiento cultural, ya que se perdieron los valores establecidos en el mundo andino antes de la llegada de los conquistadores. Significó también exclusión social mediante el establecimiento de castas y la separación de las Repúblicas de españoles y de indios. La alienación fue para el hombre andino una anomia, de la que se quejaba amargamente Guaman Poma. 
El fracaso en triunfar con las técnicas occidentales ha llevado al país a volverse al interior para intentar imaginar un modelo de desarrollo que no significase la ruina de las sociedades campesinas y de la tradición andina. Lo extraño desde un punto de vista marxista ortodoxo era que siempre ocurría la ruina de las sociedades campesinas. Ellas mismas no eran capaces de generar soluciones a los desafíos que planteaban las sociedades capitalistas. En ese sentido no se descubría un valor económico eficiente a la recolección de técnicas tradicionales, conocimientos astronómicos o uso del agua antiguos. Más bien estas conductas se presentaban como reacciones románticas antimodernas. Las sociedades modernas exigían organizaciones globales y respuestas a los requerimientos globales. Se podía discutir las características de los requerimientos, pero no su naturaleza de globales. La integración que demandaban las sociedades modernas volvía irracional cualquier planteamiento que se restringiese a lo puramente local. Volvía el tema que ya estaba en Benjamín, ¿cuál es el valor de la experiencia individual, o, en este caso de un grupo especial de individuos, frente a la totalidad?
La utopía andina seducía a Flores ofreciéndole un mundo mejor y posible. Flores asumió la utopía andina. Al estudiar a la gente andina descubrió que poseían una voluntad de vida de inmensa capacidad cultural. Para vivir los hombres andinos desarrollaron sus sueños y esperanzas. Unos se dedicaron al arte, como Arguedas y Scorza. Otros buscaron el consuelo de la religión, como los israelitas del Nuevo Pacto. Otros se dedicaron al conocimiento como solución a las frustraciones de la existencia. La utopía andina fue vivida de estas tres formas. Garcilaso fue el primero en enfrentar el conocimiento de la utopía andina y Flores Galindo ha continuado sus pasos.





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